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Leyendo a la sombra

La carta del librero de la calle Santiago

En una librería de lance de la calle Santiago de Madrid apareció en 1968, entre los documentos exhumados de una vieja herencia familiar, un lote de libros y diversos documentos pertenecientes a una biblioteca de Granada.
La biblioteca había sido vendida unos años antes en veinticinco lotes, de los cuales la mayoría habían ido a parar al Rastro, e incluso alguno terminó en cierto ropavejero de la calle Juanelo, junto a la plaza de Cascorro, y se sabe de otro que acabó sus días en la cuesta de Moyano, como refirió Andrés Trapiello.
El lote incluía copias de dos testamentos; un fajo de cartas, unas veinte, con matasellos de Cuba y fechadas todas ellas en 1934; una colección de los Episodios Nacionales editados en Madrid por Perlado, Páez y Compañía (sucesores de Hernando) en 1906 en bastante buen estado; cuatro tomos del Panorama Español, editados en Madrid en 1845, con grabados, algunos de ellos arrancados; un ejemplar de las Fábulas de Samaniego en verso castellano para uso de las escuelas de instrucción primaria, Madrid, 1878, con diversas anotaciones a pluma; cuadernos escolares de caligrafía; una colección completa de la revista de toros Sol y Sombra del año 1935 y los seis primeros meses del año 1936; 235 fotografías en blanco y negro de toreros, banderilleros, mozos de espada, etc., tomadas en diversas plazas de España, de entre las que destaca una del cadáver de Joselito en la enfermería de la plaza de toros de Talavera de la Reina, y un carné de redactor de la revista taurina Sol y Sombra a nombre de un tal Eduardo Quirós, Arponcillo.
El librero de la calle Santiago, si estaba de buenas y se le ofrecía tabaco negro, contaba al visitante cómo encontró aquella carta entre las hojas del tomo tres del Panorama Español, pura casualidad. Y si estaba más que de buenas, lo que no ocurría frecuentemente, le hacía pasar a lo que llamaba la rebotica y con un viejo y asmático acento argentino le leía quedamente al visitante una carta amarillenta que conservaba entre dos cristales sujetos precariamente con cuatro pinzas de madera, de esas de tender la ropa. Y luego, ceremoniosamente, le pasaba con cuidado los dos cristales y le decía: óigame, decía, la carta reza así, lea, hombre, lea. Y en la rebotica resonaba la carta:
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mi muy querida Adela: antes de na quiero que sepas que esta carta me la escribe la Maria el hama de la casa del señorito Federico. su familia me tiene aqui en la guerta y no me deja volver al pueblo pues dicen que otra vez tu madre no herrara el tiro. le contao todo al señorito Federico. que yo quiero volver pa verte pa tenerte entre mis brazos a tumbarnos en la paja del corral pa mirar el zielo. con el señorito Federico me quedo hablando por la noche cuando la luna se afila y sentintan de plata las palabras como dize el señorito. yo le cuento muchas cosas y el se rie, se rie. yo le digo que me enseñe a decir te palabras de amor y el se rie y me habla del agua de los peces de los pozos de tus ojos tus ojos que me beben cuando me miran y palabras desas que yo no entiendo. y el me dice hablame de la Adela romano y yo le hablo de ti y la sangre me se calienta y me buye en la boca y no cayo lo que deviera y siento como si yo no fuera yo como si fuera otro que sesale de mi por la boca pa ir a buscar te, y no se porque y macuerdo de mi yegua y de lo que aqueya noche mis ojos vieron cuando te vieron y que ya no olvidaran. solo quiero mas que dicirte esto de mi boca y de mis manos que dice el señorito Federico

2 comentarios

Palimp -

Coincido plenamente con mi estimada Vailima.

Vailima -

¡Qué buen post y qué bien "contao"!
Bonita historia.