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Leyendo a la sombra

De manías y un encuentro

Debo decir de entrada que soy bastante respetuoso con mis manías de lector, y, consecuentemente, lo soy también con las manías de los demás lectores, y lo que voy a referirles a continuación es la, digamos, reciente consumación de una de mis manías de lector, la persecutoria: conseguir un determinado libro, cuando ya creía que era poco menos que imposible, y en este caso concreto, el de un libro de cuentos: Perros verdes.
Bien, ahora que ya conocen el desenlace, vayamos al nudo, al meollo del asunto. Empezaré por una declaración de principios —¿o debería decir declaración del principio?—: soy un enamorado del cuento. Ya sé que corro el peligro de caer en lo cursi e incluso sobrepasarlo, pero qué se le va a hacer, tengo auténtica pasión lectora por el cuento. Si lo prefieren, pueden catalogar esta pasión como manía, eso sí, por favor, en las acepciones 2 y 3 del diccionario de la RAE, que no me voy a molestar (¡Espero no llegar nunca a la acepción 1, sobre todo por lo del “furor”!).
Discúlpenme si les voy pareciendo (¿demasiado?) sentencioso. Soy consciente de que ya van dos declaraciones de principios: la de las manías y la de los cuentos, pero no habrá más, se lo aseguro, la cuota de declaraciones termina por hoy aquí. Dejemos la digresión y volvamos al nudo: leía el pasado 26 de junio una reflexión de Meritxell sobre la novela Nada, de Carmen Laforet, y recordé entonces el curiosos vínculo que mantengo desde años con un libro de su hijo Agustín Cerezales.
Creo que la primera vez que tuve noticia de este escritor fue en el año 1993, cuando leí su cuento "Expediente en curso (Basilii Afanasiev)" en una antología de Fernando Valls (Son cuentos, Espasa Calpe) en la que se calificaba al libro de donde procedía este relato, Perros verdes, de excelente. Volví a encontrarme el mismo texto en otra antología del cuento español contemporáneo de Cátedra en el año 1994. En el 98 leí algo sobre este autor en Los cuentos que cuentan (Anagrama), y fue entonces cuando empecé a buscar el libro.
Sería muy prolijo relatar aquí las vueltas que di buscando el dichoso libro, ya saben lo de mi manía persecutoria. Recorrí las librerías más importantes de Madrid (tres o cuatro, no crean que hay muchas más), incluso acabé preguntando por el libro en la FNAC y El Corte Inglés, más que nada por aquello de que por preguntar que no quede. Nada. Siempre nada. El libro no existía. Acudí entonces a las librerías de viejo, pero el libro no era tan viejo (Lumen, Barcelona, 1989). Desistí. Pero sólo temporalmente, como luego sabría más tarde.
Iba a decir que pasaron los años, pero me contengo. Lo cierto es que me olvidé del libro, o, para ser más exactos, su recuerdo se fue desplazando hacia alguna zona arrinconada en mi memoria. Y un día, allá por en el invierno de 2002, hablando de novelas y cuentos con mi amigo Ángel, profesor de universidad y crítico literario para más señas, y cuyas opiniones considero generalmente acertadas, salió a relucir el nombre de Agustín Cerezales. Me hablaba mi amigo de una novela suya y de pronto surgió el título: Perros verdes. Por aquello de ser fiel al principio de verosimilitud reproduzco a continuación, diálogo en estilo directo y narrador omnisciente, el fragmento más relevante de la conversación mantenida con mi amigo:
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Ángel señaló con un dedo al lector a la sombra y con el ceño fruncido y expresión evocadora dijo:
—Por cierto, Agustín Cerezales ha escrito uno de los mejores libros de cuentos que he leído últimamente, Perros verdes. ¿Lo conoces?
—No. Lo busqué hace tiempo, pero está totalmente agotado. He leído comentarios muy elogiosos sobre este libro, de él sólo conozco el cuento Expediente en curso, que he visto en alguna antología.
El lector a la sombra le refirió entonces a su interlocutor las vueltas y vueltas que había dado buscando el libro y cómo ya había desistido, y que incluso llegó a ponerse en contacto telefónico con la editorial y le dijeron que nones, que el libro no se iba a reeditar, y que se las apañase como buenamente pudiera.
—Si tienes tanto interés en el libro, te lo puedo dejar —dijo.
El lector a la sombra sopesó esta posibilidad. No quería ofender a su amigo rechazando su ofrecimiento, pero tampoco quería dejar de ser fiel a sus principios. El lector tenía verdadero interés en leer ese libro, es cierto, pero ¿y si le gustaba?, ¿cómo no tener en su biblioteca un libro que le había parecido bueno?, ¿cómo traicionar la confianza de su amigo haciéndose el sueco y no devolviéndole el libro? No podía ser, y tuvo que admitirlo, tenía que seguir siendo fiel a sus principios (manías, para otros). No podía dejar de tener en su biblioteca un libro que ha leído. Esto es bastante frecuente entre algunos lectores, pero a este y a otros muchos les cuesta confesar que poseer en su biblioteca los libros leídos, atesorarlos, verlos ahí, en los estantes, es algo consustancial a su pasión por la lectura. De ahí la manía tan extendida entre ciertos lectores de no leer libros prestados, y, en consecuencia, tampoco prestarlos.
—Bueno, cuando te acuerdes —le respondió el lector, no sin cierto sentimiento de tristeza hábilmente disimulado.
La conversación siguió por otros derroteros literarios pero el lector a la sombra se quedó con la copla.
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Y no nos volvimos a acordar. Debería decir ahora que pasó el tiempo, pero no lo diré, pues es de sobra conocido que el tiempo pasa, y hablarles de obviedades a los lectores de esta bitácora puede parecer un insulto a la inteligencia, y no voy a caer en ello.
Pero vayamos cerrando esta historia para que el tedio no invada al amable lector y lo aleje definitivamente de este blog, si es que ya no lo está. La conversación con mi amigo Ángel me reafirmó en la búsqueda del libro. Pensé entonces que si él decía que es un buen libro y las referencias que tengo por ahí vienen a decir lo mismo, es que es un buen libro y lo tengo que leer.
En abril del año 2004 la revista Quimera dedicó un número especial al cuento español en el siglo XX, y otra vez volví a toparme con este libro. En la revista se publicaban los resultados de una encuesta hecha a escritores y críticos, a quienes se les hacían tres preguntas:
1. ¿Cuáles son, en su opinión, los diez mejores libros de cuentos españoles (en castellano) del siglo XX. Intente aunar en la respuesta el valor histórico y sus gustos personales.
2. ¿Qué diez cuentos cree usted que deberían figurar en una antología española del género?
3. ¿Qué autores de cuentos de la literatura universal han influido más en la narrativa breve española del siglo XX?
El libro Perros verdes aparecía citado en cinco ocasiones en las respuestas a la pregunta 1, y el cuento "Expediente en curso(Basilii Afanasiev)" aparecía en tres respuestas a la pregunta 2.
El pasado 26 de junio, domingo, leía el comentario de Meritxell sobre Nada. El día anterior había leído en el suplemento cultural del diario ABC la crítica de Perros verdes; por la tarde me acerqué a la librería Crisol y lo compré. Releí el primer cuento, "Expediente en curso (Basilii Afanasiev)", y cerré el libro.
Veo ahora el libro ahí, sobre una mesa, y no me atrevo a abrirlo y seguir leyendo. Después de tantos años no sé si el libro será lo que creí que era. No sé si el tiempo habrá pasado bien por él, o tal vez haya envejecido mal. Ya lo tengo, pero sé con certeza que no soy el mismo que lo buscó; esta certidumbre hace que, pese a estar ahí, no sepa realmente dónde está el libro.
Sé que algún día lo leeré de un tirón.
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Perros verdes, Agustín Cerezales. Edit. Menoscuarto. Palencia, 2005.

4 comentarios

Portorosa -

Ésta es la cita que el otro día te quise escribir y no recordaba:
Es mejor viajar lleno de esperanza que llegar. (PROVERBIO JAPONÉS)

Se puede decir de muchas formas, pero está bien, ¿no? A mí esto de las citas, sobre todo si "van" de espirituales, me tiende a parecer un poquillo pastel, pero creo que este proverbio está muy bien.

Un abrazo.

Palimp -

Como no te des prisa, lo compro y lo leo antes que tú, y te lo cuento...

:P

Portorosa -

Ya se sabe, la realidad nunca está a la altura de la espera ilusionada. Algunos te dirán que "desmitifiques" y lo bajes del pedestal; otros, como la Donna, que te quedes con la ilusión, intacta.
Yo, lo que diga Donna, siempre.
(Aunque yo lo leería, o no, según me apeteciese, simplemente)
Un saludo, umbrío lector.

La donna è mobile -

Si ya lo dice el dicho: cuidado con las cosas que deseas, porque se pueden cumplir.

Yo, fíjate, no lo leería, ¿no estaba del destino que no caería en tus manos? ¿no se resistía el mismo libro a cruzarse en tu camino? eso sólo puede significar una cosa: que no te va a gustar. Tú lo sabes.

:-) (los perros verdes vamos a ser nosotros, al tiempo)