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Leyendo a la sombra

HIROSHIMA, 6 DE AGOSTO DE 1945, 08:15 HORAS.

HIROSHIMA, 6 DE AGOSTO DE 1945, 08:15 HORAS. UN RESPLANDOR SILENCIOSO
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Exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana, hora japonesa, el 6 de agosto de 1945, en el momento en que la bomba atómica relampagueó sobre Hiroshima, la señorita Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Fábrica Oriental de Estaño, acababa de ocupar su puesto en la oficina de planta y estaba girando la cabeza para hablar con la chica del escritorio vecino. En ese mismo instante, el doctor Masazaku Fujii se acomodaba las piernas cruzadas para leer el Asahi de Osaka en el porche de su hospital privado, suspendido sobre uno de los siete ríos del delta que divide Hiroshima; la señora Hatsuyo Nakamura, viuda de sastre, estaba de pie junto a la ventana de su cocina observando a un vecino derribar su casa porque obstruía el carril cortafuego; el padre Wilhelm Kleinsorge, sacerdote alemán de la Compañía de Jesús, estaba recostado —en ropa interior y sobre un catre, en el último piso de los tres que tenía la misión de su orden—, leyendo una revista jesuita, Stimmen der Zeit; el doctor Terufumi Sasaki, un joven miembro del personal quirúrgico del moderno hospital de la Cruz Roja, caminaba por uno de los corredores del hospital, llevando en la mano una muestra de sangre para un test de Wasserman; y el reverendo Kiyoshi Tanimoto, pastor de la Iglesia Metodista de Hiroshima, se había detenido frente a la casa de un hombre rico en Koi, suburbio occidental de la ciudad, y se preparaba para descargar una carretilla llena de cosas que había evacuado por miedo al bombardeo de los B-29 que, según suponían todos, pronto sufriría Hiroshima. La bomba atómica mató a cien mil personas y estas seis estuvieron entre los sobrevivientes. Todavía se preguntan por qué sobrevivieron si murieron tantos otros. Cada uno enumera muchos pequeños factores de suerte o voluntad —un paso dado a tiempo, la decisión de entrar, haber tomado un tranvía en vez de otro— que salvaron su vida. Y ahora cada uno sabe que en el acto de sobrevivir vivió una docena de vidas y vio más muertes de las que nunca pensó que vería. En aquel momento, ninguno sabía nada.
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Así empieza el relato de aquellos hechos que escribió el corresponsal de guerra de la revista Time John Hersey.
El libro fue originariamente un reportaje publicado en 1946 y en él se reconstruye de una manera sobria la historia de seis supervivientes desde el momento mismo de la explosión hasta años después, cuando las secuelas psicológicas y físicas afectaban a miles de personas.
El texto nos habla de esos supervivientes a una situación de extrema violencia, que han vivido terribles momentos de dolor y angustia imposibles de comparar a nada vivido o conocido hasta entonces. Esa experiencia fue tan terrible que no fue posible en muchos casos que quienes las vieron fueran capaces de contarlas, no tenían palabras, no había palabras que fueran capaces de contener esa experiencia tan atroz. Este es, de alguna manera, uno de los méritos del libro de Hersey: dar voz al sufrimiento de las víctimas para contrarrestar en parte su silencio.
En estos días en que las televisiones recuerdan con imágenes los bombardeos atómicos a que fue sometido Japón, en que se discute la necesidad de lanzar aquellas bombas, no estaría de más la lectura de las vivencias de estas seis personas que nos relata Hersey. Ellos estuvieron allí, ellos lo vivieron todos y cada uno de los días de sus vidas.
Akiya Utaka, un poeta que sobrevivió ese seis de agosto escribió:
Todo lo que creo
son las palabras dentro del silencio,
palabras atestadas de peligro.
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John Hersey, Hiroshima. Edit. Turner; Madrid 2002. 184 páginas.

4 comentarios

rocio -

bueno fue muy terrible lo que paso en hiroshima la bomba atómica hiso que murieran muchas personas un desastre terrible

diego alonso -

esa lectura o leyenda nadie olvidara ni ese dia cuando lanzaron la bomba atómica.

Gracias.

Anónimo -

que pena me da no se como paso pero no mas guerra!!!!

Portorosa -

Bienvenido, Lector.

Triste reencuentro, la verdad, pero qué le vamos a hacer, si hay motivos.