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Leyendo a la sombra

Volviendo a casa

Llegó al barrio una mañana de domingo, cargada con dos grandes bolsas en las que, como después supimos, arrastraba todo su equipaje. Tomaba el sol en un rincón apartado del parque. Un sol apenas tibio que compartía con abuelos y nietos a los que miraba indiferente con sus grandes ojos mientras a ratos escribía en un cuaderno escolar de tapas azules. Uno dijo que dormía en un cajero; otro comentó sorprendido que no pedía dinero, pero que le dio unos euros que aceptó agradecida mirándole a los ojos. A veces la veíamos hablar con doña Concha, la anciana del décimo, que raramente salía a la calle, excepto para proveerse de sus medicinas en la farmacia de la esquina. Cuando toma el sol, hierática en su rincón del parque, su figura adquiere una extraña dignidad. Los perros y los niños lo saben, se acercan a ella y parecen  mirarla con respeto; ella los mira y sonríe vagamente, apenas desvía su mirada del imposible horizonte de este barrio de Madrid. Esta mañana me he sentado en un banco del parque a leer el periódico. Un olor dulzón me ha hecho levantar la vista del diario y ahí estaba, a mi lado, dándose crema en los brazos, con sus dos grandes bolsas y su cuaderno de tapas azules. He reanudado la lectura, pero no podía sustraerme a su presencia y por un momento pensé que deberíamos ofrecer una estampa curiosa; una escribiendo en su cuaderno, las mangas de su jersey arremangadas ofreciendo al sol su piel dorada, yo leyendo y mirándola de reojo. Al cabo de una hora, he separado el suplemento cultural y mientras me levantaba para marcharme a casa le he ofrecido el periódico, yo ya lo he leído, me ha sonreído, gracias, ha cerrado el cuaderno y lo ha cogido. De nada. ¿Qué tal por el barrio? ¿Le gusta? Ha sonreído y afirmando con la cabeza me ha dicho sí, no está mal, hay gente muy amable, como en muchas partes. Claro, como en muchos sitios. Cuando me disponía a irme me ha vuelto a dar las gracias por el periódico. Está bien saber cómo está el mundo, ¿verdad?, aunque a veces dé miedo. He sonreído y le he dicho adiós con la mano. ¿Vive por aquí? Sí, ahí, al otro lado del parque, en ese edificio alto de color gris. Yo vivo por aquí, ha dicho extendiendo los brazos y la sonrisa. Pero estoy sólo de paso, ¿sabe?, hace un tiempo me fui de casa, tenía demasiadas preguntas en mi cabeza y pensé que era bueno buscarles respuestas, ¿verdad?, no conviene vivir con tanto interrogante, ¿no cree?; ahora ya sé que estoy volviendo y que mi hijo me estará esperando en casa, y eso está bien. Claro, feliz regreso. Y he cruzado el parque preguntándome por las preguntas de esa mujer. Desde el ventanal del salón la he visto leyendo el periódico, allá abajo. Va camino a casa, he pensado. Feliz regreso.

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