John Williams, Stoner
John Williams, Stoner. Traducción de Antonio Díaz Fernández.
Ediciones Baile del Sol. Tenerife, 2012.
¿Qué hace que nos guste un libro? ¿Qué nos engancha a leer con deleite durante horas? ¿Qué convierte a un texto narrativo en excelente a ojos del lector?
Después de leer esta novela del escritor estadounidense John Williams (1922-1994), me sigo haciendo las mismas preguntas. Creo sin ninguna duda que esta es una buena novela, su lectura resulta conmovedora, reconfortante para el lector que busca en un libro la plasmación de una vida, una existencia que como tantas otras discurre por los meandros de la grandeza y la miseria, y todo ello contado de manera tal que avanzas por las páginas como dejándote llevar, de la manera más natural, sin extraños recovecos y artificios, y así, casi sin darte cuenta, llegas a la última página y la novela se termina, pero te deja un regusto, un sabor que sigues paladeando durante un tiempo, como si una especie de eco permaneciera después de cerrar el libro y dejarlo sobre la mesa, al igual que sucede cuando los niños abandonan el parque a última hora de la tarde y sobre los columpios y los paseos queda una especie de pálpito, el eco de un murmullo que parece que se resistiera a abandonar el lugar.
¿Qué tiene este libro?, te dices. Y concluyes que no hay nada en él que llame poderosamente la atención. En lo formal, es una narración estrictamente lineal, con un narrador omnisciente en tercera persona, y resulta que en lo que se refiere a lo temático, la cosa es bien simple: la vida de un tal William Stoner, desde el día de su nacimiento hasta el día de su muerte.
William Stoner nació en 1891, sus padres eran unos pobres granjeros de Missouri. Vive en la granja ayudando en las tareas del campo hasta que después de acabar la secundaria su padre decide que vaya a estudiar a la Facultad de Agricultura de la Universidad de Columbia, Missouri. Una de las asignaturas que todos los estudiantes de la universidad debían cursar era Literatura Inglesa. La asignatura la impartía el profesor Archer Sloane con aparente desdén y apatía, e impactó al joven Stoner de tal manera que toma la decisión de abandonar sus estudios de Agricultura y empieza a estudiar Letras. A la mitad del cuarto año de sus estudios, en una entrevista en el despacho de Sloane este le dice que vislumbra que su destino es ser profesor. Ante la perplejidad de Stoner, que pregunta ingenuamente cómo los sabe, cómo puede estar seguro, Sloane le dice: «Es amor, señor Stoner. Usted está enamorado. Así de sencillo».
En 1914 Stoner se licencia en Artes por la Universidad de Missouri. Nunca más volvería a la granja salvo por breves periodos en vacaciones.
El profesor Sloane consigue que Stoner imparta dos clases de inglés inicial para alumnos nuevos mientras empieza a preparar su doctorado.
A partir de este momento (página 29 de la novela, capítulo 2) la vida gris del profesor Stoner, enmarcada por las dos grandes guerras, en ninguna de las cuales participó pero que lo marcaron profundamente, discurre ante los ojos del lector como un río poderoso. A medida que vamos leyendo, vemos cómo encontró el amor y cómo fracasó en él, cómo algún compañero de la universidad le hace la vida imposible en un intento cruel de destruirlo, cómo se dedica a sus estudios, sus clases y sus alumnos sabiendo que nunca ascenderá en el escalafón universitario aun siendo un intelectual brillante y sensible.
Y el lector atento pronto percibe que este hombre gris no es una persona mediocre, ni mucho menos, sino un hombre virtuoso, un hombre con una integridad que le viene de lejos, de sus orígenes campesinos, con esa dignidad que lo hace diferente a los demás, sobre todo a quienes de ella carecen, como sucede con el profesor Lomax, un auténtico cabronazo de pura cepa.
Hay momentos en que el lector se subleva ante este carácter, y le gustaría enfrentarse al personaje, agarrarlo por los hombros y decirle: ¡Ya está bien, Stoner! ¡Rebélate y mándalos a todos a la mierda!... Pero la grandeza del personaje radica precisamente ahí, en su resignación y en su humildad, en su actitud ante los zarandeos de la vida.
Stoner es el relato de la vida anodina y vulgar de un hombre a quien no le sucede nada extraordinario, pero hay algo más que el lector poco a poco va descubriendo, y ahí radica una de las claves de esta novela, asistir a la construcción de un carácter, de una personalidad que hoy en día nos parecería casi imposible. Por otra parte, otra de las claves del texto es el talento del autor a la hora de narrar los acontecimientos desde la perspectiva y la mirada del protagonista de una manera extrañamente sencilla y natural. Los sutiles matices de los distintos personajes se van desgranando poco a poco casi imperceptiblemente, como esa fina lluvia que acaba por empapar la hierba sin que te des cuenta.
El buen lector sabrá disfrutar de esta novela, merece realmente la pena ser leída. Y me pregunto (una pregunta más) cómo un texto de esta dimensión no ha tenido más presencia entre nosotros. En fin, gracias a la editorial canaria Baile del Sol.
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Víctor -