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Leyendo a la sombra

Mujeres que leen

   Navalmanzano es un pequeño pueblo de la provincia de Segovia. Si el viajero da con él, lo más probable es que tal hecho sea fruto de la pura casualidad ya que la autovía que enlaza la capital de la provincia con Valladolid deja el pueblo a un lado, y continuar hasta la cercana villa de Cuéllar para dejar la carretera y detenerse a tomar un café o tal vez comer parece la única opción razonable cuando uno pasa por allí si va en dirección a Valladolid, y si viene del norte y se dirige a Segovia, quizás ni siquiera repare en él.

   Suelo pasar algunos días de finales de agosto por esas tierras, en un pueblo aún más pequeño, más distante de la autovía y al que ni los viajeros que se pierden llegan hasta allí. A media mañana cojo el coche y me acerco a Navalmanzano a comprar el periódico y tomar un café en el bar de la plaza, a esa hora prácticamente vacío de parroquianos. El camarero, un muchacho fornido con el pelo cortado de una manera que recuerda vagamente a un indio mohicano, me saluda y me pone un café solo.

   Le pregunto si me puedo conectar a internet en algún sitio y me dice que en la biblioteca, nada más salir, a la derecha. Pago el café y salgo a la plaza. Miro a la derecha y veo un pequeño callejón que linda con el ayuntamiento. Al fondo, efectivamente, sobre una pequeña puerta se puede leer BIBLIOTECA MUNICIPAL. Unos niños charlan animadamente en la entrada.

   Entro y veo una sala espaciosa, con un alto techo y una galería que circunda todo el espacio. Intuyo que originalmente era un edificio de dos plantas, y de la superior proviene la galería a la que se accede por una escalera. Debajo de esta, un pequeño mostrador y detrás una mujer joven que me sonríe y saluda amablemente. Es la bibliotecaria.

   Me dice que me puedo conectar a internet sin ningún problema, le pregunto por los lectores y sin dejar de sonreír me comenta que prestan más de trescientos libros al mes a lectores de Navalmanzano y de otros pequeños pueblos cercanos. Que suelen estar atentos a las novedades y que además de la financiación de la Junta de Castilla y León reciben ayuda del ayuntamiento. Esto último lo corrobora un hombre joven que parece estar leyendo u ordenando unos papeles. Es el alcalde, me dice la bibliotecaria. Por un instante pienso que este sería el último lugar en el que uno imaginaría encontrar al alcalde de este pueblo, pero no comento nada.

   Me habla de los gustos de los lectores más jóvenes, me cita algunos de los títulos más solicitados. Me dice que la gestión de libros y préstamos está informatizada y con una sonrisa complaciente me informa de que quienes más leen son las mujeres, incluso sospecha que algunos hombres, por un extraño pudor que les impide acercarse a esta bonita biblioteca, envían a sus mujeres a por libros.

   Me despido de la mujer y del alcalde y salgo a la plaza. Voy a buscar el coche y me fijo por un momento en las mujeres con las que me cruzo. Imagino que por la tarde o por la noche alguna de ellas se sumergirá en la lectura de un libro, probablemente una novela, y por unas horas vivirán las vidas y avatares de los personajes que pueblan esas historias, haciendo suyos sus desventuras, fracasos, pensamientos, deseos…

   Siento curiosidad por las lecturas de esas mujeres, pienso en qué le comentarán a la bibliotecaria de esos libros que leen, qué sentimientos les provocan y si hablan de ello con alguien. ¿Les aconseja la bibliotecaria algún título?, ¿comentan entre ellas sus lecturas?

   Imagino a esta peculiar cofradía de lectoras de este pueblo segoviano hablando con complicidad de libros, recomendándose títulos, pidiendo consejo a la bibliotecaria, y cuando enfilo la carretera de salida, de alguna manera me siento cercano a estas mujeres que leen, que imaginan, que viven otras vidas diferentes a las suyas en sus lecturas.

   Mañana, cuando vaya a comprar el periódico y me tome un café en el bar de la plaza, me sentiré un poco como en casa. En la gran casa de la lectura.


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