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Leyendo a la sombra

Manuel Rivas, Los libros arden mal

Manuel Rivas, <em>Los libros arden mal</em>

Tal vez una de las características más importantes de la novela del siglo XX (y trascendente, por su influencia tanto en la manera de escribir como en la de leer) es la participación en la obra del lector.

En la novela realista de la segunda mitad del XIX y prácticamente en la del primer tercio del XX, la primacía absoluta se concedía al autor y al texto, pero en la década de los sesenta del siglo pasado surge una corriente crítica que propone dirigir la atención sobre el lector, con lo que la perspectiva de comprensión del texto literario de carácter narrativo se desplaza de una estética de la producción a una estética de la recepción. Este cambio de perspectiva no fue una radical novedad, pues la relación de la literatura con el público lector (el receptor individual o colectivo en la teoría de la comunicación) ya había sido objeto de análisis desde perspectivas históricas y sociológicas. Pero ahora, la novedad está en el papel que esta nueva visión, denominada Estética de la Recepción, otorga a la influencia de los lectores en la creación y estructura de determinadas novelas.

La lectura es, pues, un acto de creación, en el que el lector coopera al (re)construir en una novela lo que aparece como un simple esquema que ha de ser completado y dotado de sentido por él. La lectura, entonces, deviene en un acto de creación de sentido, de tal manera que el significado de una obra es producto de la interrelación lector-texto. El lector construye en su imaginación el mundo de la novela, y esa visión va cambiando a medida que este avanza en la lectura y se van poniendo en juego estrategias de ordenación, descubrimiento y comprensión de la estructura del texto. El punto de vista del lector va evolucionando a medida que lee al descubrir nuevas perspectivas y “rellenar” los huecos que el texto contiene.

Esta intervención del lector en la novela no la realiza un lector considerado individualmente, sino que sería obra de una conciencia de la comunidad de lectores de una determinada época que da una determinada valoración y significado a una novela concreta. Esto supone que una novela no puede concebirse sin la participación activa de los lectores, y esa participación tiene un sentido histórico, pues las distintas generaciones de lectores van enriqueciendo el texto a medida que lo van recibiendo (incluso hay quien habla de la Literatura y la estética de la Recepción en la literatura infantil y juvenil).

El lector de novelas es, desde el siglo XX, un lector que considera la novela un artefacto complejo, en el que hay múltiples vacíos que ha de llenar de sentido. Se trata, pues, de un lector activo, participativo, como queda de manifiesto en la lectura de los textos más exigentes.

Tal es el caso de Los libros arden mal, la última novela del escritor gallego Manuel Rivas (A Coruña, 1957), en la que el lector que se acerque a ella puede comprobar cómo todo lo dicho anteriormente se pone de manifiesto.

La novela es la obra más ambiciosa hasta ahora del escritor gallego, y es uno de esos libros cuyo tamaño (610 páginas) puede arredrar a más de un lector. En efecto, la novela rebosa por los cuatro costados de literatura y el talento y buen hacer del autor se ponen constantemente de manifiesto cuando va armando ante el lector las piezas de un puzzle complejo que abarca desde los primeros años del siglo XX hasta finales del mismo siglo.

La novela es polifónica, y esas voces narrativas acaban constituyendo una sola voz que cuenta una vida en un territorio en el que se abren cicatrices que tardarán muchos años en cerrarse, si es que aún alguna no permanece abierta. Esas cicatrices tienen su origen en una primera herida: el hecho histórico de la quema de libros en la Dársena del Puerto y en la Plaza de María Pita de la ciudad de A Coruña el 19 de agosto de 1936, en los momentos iniciales de la Guerra Civil española. Ese acontecimiento, espléndidamente narrado, será una especie de eje vertebrador de la novela.

En esa quema de libros encontramos a varios de los personajes que luego volveremos a encontrar apareciendo y desapareciendo a alo largo de la historia, tanto los identificados con el golpe militar, los vencedores, especialmente falangistas, como a los republicanos, los vencidos. Los libros que se queman pertenecen a distintas bibliotecas libertarias de A Coruña, y a la de Santiago Casares Quiroga, presidente del Consejo de Ministros de la República. Los libros de este, con su exlibris, tendrán una especial importancia en el desarrollo de la novela.

La quema de libros pone de manifiesto dos hechos contradictorios: por una parte la brutalidad fascista y la ignorancia del nuevo Régimen surgido del golpe de estado, y por otra una pasión desbordada por esos libros que comparten algunos franquistas y republicanos.

El grupo de los personajes vencedores está compuesto por tres jóvenes que con el andar del tiempo se convertirán en el juez Ricardo Samos, el comandante y censor Dez y el inspector de la brigada políticosocial Ren. La brutalidad de este y sus métodos acabarán asqueando a Samos, intelectual joseantoniano deslumbrado por la Alemania nazi. El censor Dez es el más exquisito de todos, incluso escribe versos y reivindica la cultura.

El grupo de personajes republicanos es más amplio, social, intelectual e ideológicamente. Hay figuras históricas, como Casares Quiroga y Ánxel Casas, alcalde de Santiago en 1936, y otros como Arturo da Silva, boxeador, Luis Terranova, cantante de tangos que fue brutalmente apaleado por la policía, el pintor Sada, la pintora Chelo Vidal y su hermano Leica, fotógrafo.

La novela se va tejiendo con las múltiples historias de estos y otros personajes, a veces entrelazadas entre sí, por ejemplo: el juez Samos es el marido de Chelo Vidal. El juez se codea con las más altas instancias del Régimen y su obsesión es obtener un destino más alto en Madrid, una especie de reconocimiento a su labor. Su mujer, que en una cena de aniversario en la ciudad para conmemorar el 18 de julio arrojará panfletos sobre las cabezas de los prebostes asistentes a la misma, acabará siendo víctima de la represión que encarna su marido.

Pero la novela es mucho más, es una crónica de la ciudad de A Coruña en el siglo XX, especialmente de la guerra civil, la posguerra y el posfranquismo, y por extensión de la España de aquellos años. También es excelente literatura, con la variedad de sus registros expresivos, y su prosa lírica y rigurosa que llega a convertirse incluso en protagonista de la novela.

Un texto ambicioso y exigente para el lector, que se va construyendo entre sus manos. ¿Hay algo más placentero que aquello que tú mismo has ayudado a construir?

Un auténtico deleite en todos los sentidos. Literatura a raudales. Placer asegurado. Disfrútenla y déjense fascinar según la van “cocinando”.

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Manuel Rivas. Los libros arden mal. Edit. Alfaguara. Madrid, 2006. 610 páginas. 22 €.

 

7 comentarios

Loli -

He acabado el libro, al segundo intento, y lo he colocado en los de releer. Mágnifica novela.

Juancho -

Estamos en Octubre del 2007. En un programa de la TV3, la tele nacional-catalana, un locutor facharrojo (ideologicamente cercano al PSC_PSOE) destruye un libro de Jimenez Losantos, liberal y antifranquista, y muy critico con el gobierno facharrojo actual, que en vez de gobernar se dedica a perseguir a la Oposicion, como en cualquier dictadura banenera...




El lector a la sombra -

Gracias Meritxell, Pies Diminutos, Gatito Viejo y Félix.
Creo que a los buenos lectores como vosotros esta novela no os va a decepcionar, estoy seguro. Tal vez sea un poco costoso enfrentarse a un libro de más de 600 páginas en los tiempos que corren, pero merece la pena. Ese libro necesita lectores así, como vosotros.

Félix -

Me gusta como escribes. Sólo quiero puntualizar que me gusta la concepción de la literatura que hace Manuel Rivas, pero que tiene altibajos en los que uno pierde la ilusión de leer, se escapa la magia por algún recoveco y uno se pregunta ¿por qué leo a este individuo? En otra ocasiones, tiene ese don de inspirarte en cada línea, de hacerte desear la siguiente página... No he leído este libro, creo que es el único que me falta. Gracias por la recomendación.

Gatito viejo -

Te creía de vacaciones y me encuentro con esto. ¿Sabes que estoy leyendo ahora, precisamente, ese libro?...LLevo poco todavía, pero sí lo suficiente para apreciar lo que dices.
La reseña que haces es magnífica y me ayuda mucho en la lectura. Gracias. Lector, muy de acuerdo contigo en tus apreciaciones.
Y ahora te dejo que me espera Manuel Rivas, para mí toda una garantía en literatura.
Saludos

pies diminutos -

Acabo de conocer tu blog por casualidad y he quedado encantada. Tu reseña es estupenda, escribes maravillosamente bien y se aprende contigo. Un saludo y hasta pronto!

Meritxell -

Ya me parecía raro que no comentaras nada de esta novela. Menos mal que con paciencia todo llega. Yo estoy esperando acabar "Muertes paralelas", de Sánchez Dragó (ya comentaré yo también en un próximo post), y me lanzaré a ver cómo arden esos libros. Todo en la misma línea, con la temática bélica de fondo. Qué le vamos a hacer si nos atrae más esa época de la Guerra Civil que la Prehistoria. Tiene que haber de todo...

Nosotros con el monotema a cuestas, incluso con este calor de pleno agosto.

Un abrazo, lector.