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Leyendo a la sombra

Alan Bennett, Una lectora nada común

 

Raramente la literatura nos consuela, pero puede ser un espejo en el que mirarnos y reconocernos, un espejo a través del cual podemos establecer un fructífero diálogo con el texto y su contexto, con otros lectores y, en última instancia, con nosotros mismos: leer para leernos. La lectura entendida así contribuye a hacernos como individuos, a construirnos como personas, a entendernos, a levantar el armazón emocional e intelectual del que estamos hechos y  que estamos permanentemente haciendo.

Pero una cosa es la literatura y otra la lectura, de modo que podríamos considerar que existen dos modos de leer, dos tipos de lectura.

En primer lugar estaría una lectura que se proyectaría hacia el futuro, anticipatoria, en la que leemos otras vidas que nos ayudarán después a vivir la propia, pues leyendo se aprende de alguna manera a vivir en las vidas de otros. La lectura se convierte así en una auténtica educación sentimental.

En segundo lugar estaría una lectura hacia el pasado, en la que el lector trataría de encontrar una explicación a lo vivido, en una reconstrucción de la memoria tanto personal como social que en algunos casos puede llegar a cambiar la viuda a al lector. Y aún cabría considerar una tercera: la lectura sobre la marcha, irreflexiva o de puro entretenimiento, leer para pasar el rato, sin mayores pretensiones. Si en los años iniciales de formación, años de aprendizaje, prima la lectura anticipatoria, en la edad adulta predominaría la lectura retrospectiva.

Una lectora poco común, novela de Alan Bennett, es una deliciosa y divertida muestra de esa lectura hecha en la edad adulta que le cambia la vida al lector. A una lectora nada convencional en este caso, una mujer de más de ochenta años a la que podríamos incluso calificar de excepcional: la reina Isabel II de Inglaterra.

La novela relata el encuentro accidental de esta real mujer y mujer real con los libros. El argumento es muy simple: un día, persiguiendo a sus perros por los jardines de Buckingham Palace, cerca de las cocinas, un lugar que la reina no frecuenta, descubre la furgoneta de la biblioteca móvil municipal —lo que por aquí llamamos el bibliobús, vaya—, sube al vehículo para disculparse por el alboroto que han organizado los perros y decide llevarse un libro en préstamo. A partir de ahí, se le despertará una fiebre por la lectura que irá cambiando sus intereses y sus conversaciones, provocando el estupor de sus más directos colaboradores o de los jefes de Estado que la visitan.

En esa primera visita a la biblioteca ambulante conoce a Norman, un joven cocinero de las reales cocina con el que entablará una cómplice amistad con los libros de por medio. Norman le irá recomendando lecturas y la reina las irá leyendo con auténtica delectación. La novela arranca dejando claro que los gustos literarios de la realeza no existen, pues no pueden manifestar ningún tipo de preferencia que pudiera dividir al pueblo y excluir a la gente. Tal vez el lector pueda pensar que la reina sea una mujer culta o al menos amante de la cultura, pero su entorno protocolario la aleja de ello. La reina descubrirá en los libros otras vidas, otros sentimientos y otras experiencias que harán aflorar en su personalidad facetas hasta ahora insospechadas en  una mujer de su condición.

Incluso la propia reina se da cuenta de que algo está cambiando en ella:

“—La señora está cansada —decía su sirvienta, al oírla rezongar ante su mesa. Es hora de que la señora se tome un descanso.

Pero no era eso. Era la lectura, y había veces que deseaba no haber abierto nunca un libro y entrado en otra vida. La había echado a perder. O al menos la había echado a perder para su oficio.” (Pág. 62-63).

La novela es todo un homenaje al poder de la lectura para cambiar la vida al lector, de la capacidad transformadora de la buena literatura. Una historia deliciosa contada con fino humor e ironía, muy británica, en la que el autor indaga en la capacidad de la lectura en cambiar a una persona y hacerla más lúcida.

“Si le hubieran preguntado si la lectura había enriquecido su vida habría contestado que sí, sin duda alguna, aunque habría añadido con la misma certeza que al mismo tiempo la había vaciado de toda finalidad. En otra época era una mujer resuelta y segura de sí misma, que sabía cuál era su deber y tenía intención de cumplirlo todo el tiempo que pudiera. Ahora muchísimas veces estaba dubitativa. Leer no era actuar, eso era lo malo. Y a pesar de su edad era una mujer activa.

Volvió a encender la luz, tomo su libreta y escribió: «No pones la vida en los libros. La encuentras en ellos». (Pág. 100-1001).

Una novela realmente recomendable.


Alan Bennett, Una lectora nada común.

Traducción de Jaime Zulaika

Edit. Anagrama. Barcelona 2008. 119 páginas. 13 €.

2 comentarios

Elena -

Llevo viendo esta novela en las librerías varias semanas y sentía mucha curiosidad. Me has acabado de animar. Creo que la compraré la próxima vez que la vea. Me encantan los libros que hablan de más libros.

Un saludo

Shangri-La -

Hola. Informamos que se puede descargar el último número de nuestra revista sobre literatura y cine en:

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Un saludo.