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Leyendo a la sombra

Vacaciones

Vacaciones Ha llegado el momento de las vacaciones. El colegio, como un gigantesco cetáceo varado en la orilla, reposa ahora exhausto, como agotado después de un gran esfuerzo. Las aulas, vacías, apenas iluminadas por la tenue luz que se cuela por las rendijas de las persianas, permanecen en un oscuro silencio, tal vez en algún rincón perduren aún los ecos de los alumnos que hasta hace unos días las pisaron. El fino polvo de la tiza se ha depositado en el suelo y ya no se percibe esa mezcla de olores que se hacían presentes a diario. Ahora huele a nada. En algunas pizarras todavía pueden verse dibujos, palabras, números, despedidas; son como extraños ecos carentes de sentido. Dentro de poco manos afanosas las convertirán en silencio, sumándolas a la nada circundante.
Las mesas alineadas son apenas un esqueleto de metal y madera, y su simétrica disposición contribuye a dotarles de cierto aire fantasmal. Todavía se pueden ver algunos libros y cuadernos, como objetos fieles que quisieran resistirse a abandonar su lugar natural, pero no es fidelidad precisamente lo que los mantiene ahí.
Los pasillos parecen más grandes, y en la penumbra semejan los intestinos vacíos de un monstruo mudo que acabara de ser derrotado en una desigual batalla. Los pasos apenas resuenan en ellos. Las puertas cerradas no esconden secretos tras ellas, al otro lado no hay nada.
En la biblioteca los libros, correctamente formados en sus estanterías como tropa de papel, esperan.
Todos los años, por estas fechas de inicio de vacaciones, recuerdo el niño que fui en mi pueblo. El día que nos daban las vacaciones llegaba a casa corriendo y tiraba en cualquier lugar mi cartera de cuero. Vacaciones era poder estar casi todo el día en la calle, yendo y viniendo con mi vieja bicicleta, irnos los amigos a bañar al arroyo o a la alberca de alguna huerta, bajar a la vía del tren a poner unas monedas sobre el raíl y esperar que pasase el mercancías. Vacaciones era poder ir a las eras, a ver cómo se trillaban las mieses y se aventaba el grano. Vacaciones era regañar todos los días con mi madre porque no me quería echar la siesta, a pesar de que me amenazaba con una insolación que nunca me dio cuando intentaba coger alguna chicharra en el olivar. Vacaciones era dejar en la cartera la Enciclopedia Álvarez hasta después del verano y no sacar punta a los lápices con la navajilla que nos dejaba el maestro.
Vacaciones era, según mi madre, hacer el bruto por ahí a todas horas y exponernos a rompernos la crisma y dar un día algún disgusto gordo a alguien. Pero nosotros sabíamos que vacaciones era ser más felices de lo que ya éramos.

5 comentarios

El lector a la sombra -

A veces uno piensa que conoció un mundo que ya no existe, pero que permanece en la memoria; y a medida que voy cumpliendo años ese mundo, como un recuerdo líquido, se hace cada vez más presente en mí. Cuando vuelvo a los paisajes de mi infancia hay algo allí que me dice lo que soy, y lo que un día fui. Ese mundo no me es ajeno y me conmoverá siempre.

Meritxellgris -

Saludos...Por fin hemos terminado las clases. Parece mentira cómo han llegado" tan callando" las vacaciones.
Me ha encantado tu post.No sé si más la parte referida a tu situación actual de profesor deambulando por las aulas vacías de niños o ese rememorar tu infancia en el pueblo. De verdad, es que me ha conmovido.Muy bello todo.
Esta mañana he ido a la biblioteca del centro a llevar un montón de libros que tenía en mi casillero(allí agazapados durante todo el curso...) y al abrir la biblioteca y ver la soledad de los libros, sin el pulular de los alumnos, el ruido (sí, hasta en la biblioteca eran ruidosos,al entrar,al salir,uf...)
y me dio tristeza durante un momento. Luego pensé en lo bien que andarían esos alumnos por sus fueros, libres como los pájaros...

Portorosa -

A mí también me ha gustado; sobre todo -si me permites concretar- los cuatro últimos párrafos, y, en especial, la última frase, muy bonita.
Felicidades.

La donna è mobile -

Qué bien contado, lector, cuánto disfruto viniéndote a visitar, créeme. Parece mentira (ya), tienes que saber que aprendo mucho, que me gusta lo que cuentas y cómo, y que si alguna vez flaqueas, por favor, cómprate vitaminas.

Yo leía mucho de pequeña. Después ya no, ahora leo poco poquísimo (al menos no tanto como quisiera), los veranos en la ciudad o los pasabas en la playa alquilando algún apartamento, o salías al campo los fines de semana para la cosa esa de darte algún baño, coger caracoles, ver las vacas y volver.

La donna è mobile -

En mi familia ha habido de todo, unos años unas cosas y otros otras, pero a mí lo que de verdad me gustaba era quedarme en casa y el suelo frío del terrazo en agosto, tumbarme en él y leer, leer mucho y ojear los que teníamos por allí, y acabarlos, y no entender nada, y volver a repasarlos y creer entender algo, coger las enciclopedias, mirar las banderas, los dibujos del cuerpo humano, las páginas de las colecciones que mi madre llevaba a encuadernar y que guardaba con paciencia de pescador. Memorizar poemas, canciones, qué curiosidad. Ir a la biblioteca a sacarme libros de los cinco, volver sintiéndome mayor como mis hermanas, darle cuarenta volteretas a la colección, pedir dinero para comprarme tebeos. Leía hasta los periódicos que compraba mi padre. Esperaba a terminar lo que mi madre nos mandara hacer a cada una y me relamía pensando que podría estar horas y horas leyendo. Eso lo hacíamos todas. Las cinco, mi madre también, qué gloria daba esa casa en silencio, y qué cara de coraje ponía calor cuando atravesando las ventanas y cruzándose la casa de punta a punta, ninguna parecíamos hacerle caso.