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Leyendo a la sombra

París, 18 de mayo de 1883

Les reproduzco a continuación parte de una carta que el pensador y activista musulmán Yamaleddin al-Afgani, refugiado por aquel entonces en la capital francesa, envió al director del Journal des débats y que fue publicada en dicho periódico el 18 de mayo de 1883. La carta es una refutación de tópicos sobre el Islam y la ciencia difundidos entonces por Europa, así como una muestra de que otro Islam es posible si se ejercita el iytihad, el verdadero esfuerzo de interpretación libre de los textos sagrados fundamentales del Islam.

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   [...] Ha hecho falta que la humanidad busque fuera de sí misma un refugio, un apacible lugar en que su conciencia atormentada pueda encontrar el reposo y ha sido entonces cuando ha surgido un educador cualquiera que no teniendo el poder necesario para obligar a seguir las inspiraciones de la razón, la abandona a lo desconocido, abriéndole los amplios horizontes en que la imaginación se complace y donde pude encontrar, si no la satisfacción completa de sus deseos, sí al menos un campo ilimitado para sus esperanzas. Y como en su origen la humanidad ignoraba las causas de los acontecimientos que acaecían frente a sus ojos y los secretos de las cosas, se vio obligada a seguir los consejos de sus preceptores y las órdenes que estos les daban. Esta obediencia le fue impuesta en nombre del Ser supremo, al que estos educadores atribuían todos los acontecimientos, sin permitir discutir sobre su utilidad o inconvenientes. Para el hombre es, sin duda, un yugo de lo más pesado y humillante, lo reconozco, pero no puede negarse que es gracias a esta educación religiosa, ya sea musulmana, cristiana o pagana, como todas las naciones han salido de la barbarie y han progresado hacia una civilización más avanzada.
   Si es verdad que la religión musulmana es un obstáculo para el desarrollo de las ciencias, ¿puede afirmarse que este obstáculo no desaparecerá algún día? ¿En qué se diferencia sobre este punto la religión musulmana respecto a las demás? Todas las religiones son intolerantes, cada una a su manera. La religión cristiana, quiero decir la sociedad que sigue sus inspiraciones y enseñanzas y que se ha formado a su imagen, ha salido del primer período al  que acabo de aludir. Y a partir de ahora, libre e independiente, parece avanzar rápidamente por la vía del progreso y de las ciencias, mientras que la musulmana no se ha liberado aún de la tutela de la religión. Pensando en todo que la religión cristiana ha precedido en varios siglos a la musulmana en el mundo, no puedo dejar de esperar que la sociedad mahometana llegue un día a quebrar sus lazos y a avanzar resueltamente por la vía de la civilización, a imagen de la sociedad occidental para la que la fe cristiana, a pesar de sus rigores e intolerancia, no ha supuesto ningún obstáculo invencible. Abogo aquí [...] ante el Sr. Renan no por la causa de la religión musulmana, sino por la de varios cientos de millones de hombres que estarían así condenados a vivir en la barbarie la ignorancia.
   En verdad, la religión musulmana ha intentado ahogar la ciencia y frenar sus propósitos. Ha conseguido así detener al movimiento intelectual o filosófico y desviar a los espíritus de la investigación sobre la verdad científica. Si no me equivoco, pareja tentativa llevó a cabo la religión cristiana y los venerados patriarcas de la Iglesia católica, que yo sepa, no han dado su brazo a torcer. Continúan luchando enérgicamente contra lo que llaman el espíritu del vértigo y del error. Conozco todas las dificultadas que los musulmanes tendrán que superar para alcanzar el mismo grado de civilización, estándoles prohibido el acceso a la verdad a la que conducen los procedimientos filosóficos y científicos. Un auténtico creyente debe, en efecto, desviarse de los estudios cuyo objeto es la verdad científica de la que toda verdad debe depender, según opinión aceptada al menos por algunos en Europa. Uncido como un buey al carro, al dogma del que es esclavo, debe andar eternamente por el mismo surco que ha sido trazado con anterioridad por los intérpre­tes de la ley. Convencido, además, de que la religión encierra en sí misma toda la moral y todas las ciencias, se aferra a ella resueltamente y no hace el menor esfuerzo para ir más allá. ¿Para qué agotarse en vanas tentativas? ¿De qué le serviría buscar la verdad si cree poseerla por entero? ¿Sería más feliz el día que hubiera per­dido su fe, el día en que hubiera dejado de creer que toda perfección está en la religión que practica y no en otra? Por eso desprecia la ciencia. Sé de eso, pero sé igualmente que este niño musulmán y árabe, del que el Sr. Renan nos pinta un vigoroso retrato y que a una edad más avanzada se convierte en un «fanático imbuido del estúpido orgullo de poseer lo que cree ser la verdad absoluta», pertenece a una raza que ha dejado huellas de su paso por el mundo. Y no sólo huellas de sangre y fuego, sino de obras brillantes y fecundas que dan tes­timonio de su gusto por la ciencia, por todas las ciencias, incluida la filosofía con la que, debo reconocerlo, su matrimonio no ha dura­do mucho tiempo.

   [...] Sin embargo, es legítimo preguntarse cómo la civilización árabe, tras haber repartido tan viva luz por el mundo, se apagó de golpe: cómo la llama no ha vuelto a encenderse después y por qué el mundo árabe permanece envuelto en profundas tinieblas.

   En este punto se manifiesta totalmente la responsabilidad de la religión musulmana. Está claro que allá donde se estableció, esta religión quiso ahogar a las ciencias, empeño en el que sir­vió extraordinariamente el despotismo. Al-Siuli narra que el califa Al-Hadi ejecutó en Bagdad a cinco mil filósofos para extirpar las ciencias has­ta la raíz en los países musulmanes. Aun admi­tiendo que este historiador haya exagerado el número de víctimas, de lo que no cabe duda es que esta persecución tuvo lugar y supone una mancha sangrienta para la historia de una reli­gión como para la historia de un pueblo. Podría encontrar en el pasado de la religión cristiana hechos análogos. Las religiones, se designen como se designen, se parecen todas. Ningún entendimiento ni reconciliación son posibles entre estas religiones y la filosofía. La religión impone al hombre su fe y creencia, mientras que la filosofía lo libera totalmente o en parte. ¿Cómo pretender entonces que se entiendan entre sí? Cuando la religión cristiana, bajo sus formas más modestas y atractivas, entró en Ate­nas y en Alejandría, que eran, como todo el mundo sabe, los dos principales centros de la ciencia y la filosofía, su primer empeño fue, des­pués de establecerse sólidamente en las dos ciudades, apartar tanto a la ciencia propiamente dicha como a la filosofía, buscando ahogarlas bajo el matorral de las discusiones teológicas, para explicar los inexplicables misterios de la Trinidad, de la Encarnación y la Transubstanciación. Y así ocurrirá siempre. Cada vez que sea la religión la que gane la partida, eliminará a la filosofía. Y sucede lo contrario cuando es la filo­sofía la que se convierte en soberana. En tanto exista la humanidad, no cesará la contienda entre el dogma y el libre examen, entre la religión y la filosofía, en una encarnizada lucha en la  que —me temo— el triunfo no será para el libre pensamiento, porque la razón desagrada a las masas y porque sus enseñanzas no son comprendidas más que por ciertas inteligencias de las  elites, a la vez que la ciencia, por hermosa que sea, no satisfará por entero a una humanidad sedienta de un ideal y a la que le gusta refugiarse en las oscuras y leja­nas regiones que los filósofos y los sabios no pue­den percibir ni explorar.

2 comentarios

Portorosa -

Hacía tiempo que no venía, Lector. Este texto me parece magnífico, verdaderamente magnífico; un ejemplo de sensatez, cultura e inteligencia.
Gracias.

solodelibros -

Ciertamente no deberíamos tener del islam esa imagen que algunos nos muestran y nos quieren vender, para así justificar las tropelias que algunos cometen contra aquellos paises que (curioso) tienen petróleo.