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Leyendo a la sombra

Teju Cole, Ciudad abierta

Teju Cole, <em>Ciudad abierta</em>

Teju Cole, Ciudad abierta

Traducción de Marcelo Cohen

Edit. Acantilado. Barcelona, 2012. 295 páginas. 22 €.

 

    Los amores que matan nunca mueren —Joaquín Sabina dixit—, y esta novela nace del amor a la ciudad de Nueva York, sus gentes, sus luces y sus sombras y el aire que sus habitantes respiran. El lector de esta novela recorre su epidermis en los paseos que refiere el protagonista por las calles, parques, cruces, estaciones de metro… Pero también recorremos la dermis, esa parte interna del protagonista a través de sus pensamientos, emociones y contradicciones.

    Diríase que como en un cuadro de Edward Hopper, lo que se ve da paso a lo que no se ve, y ese hombre que pasea solo por las calles, plazas y parques de la ciudad de Nueva York, que deambula cruzándose con gentes, embebido en sus pensamientos, nos transporta de su viaje exterior a su viaje interior. Y aquí radica uno de los atractivos de la novela, esa doble piel, ese doble paisaje, el mundo de fuera y el de dentro, los dos igual de complejos, misteriosos. Ambos llenos de zonas grises que nunca se aclaran del todo, como velados en un sutil juego de escamoteo. Los meandros del pasear y los meandros del recordar, entrelazándose sutilmente, apenas sin artificio, de manera natural.

    Este hombre es Julius, un psiquiatra nigeriano, que está haciendo la residencia en un hospital de la ciudad. Recorre la piel de la gran manzana a cualquier hora, unas veces a la tarde, después de la salida del trabajo, otras por la noche. En una ocasión casi al amanecer, después de una fiesta. En ese recorrido la mirada de este hombre de color se proyecta sobre los demás, con los que establece relaciones esporádicas, momentáneas. Con otros mantiene una relación intermitente, como ocurre con el viejo profesor de literatura. La narración avanza así en digresiones surgidas de ese deambular por la ciudad, los encuentros y los recuerdos, como el de Nadège, la mujer con la que mantuvo una relación, o la abuela alemana de la que hace años que nada sabe, y de la que intuye que fue violado por un soldado soviético.

    Esas digresiones se orientan hacia la política, la literatura, la música… Tejiendo un sugerente entramado narrativo que de alguna manera atrapa y envuelve. En ese tejer la historia, el paisaje y los personajes, el lector va topándose inopinadamente con paisajes urbanos que se van entretejiendo con las reflexiones del narrador, que en su soledad dirige la mirada hacia los demás, principalmente inmigrantes, gentes diferentes como él (africanos, asiáticos, árabes). Así va fluyendo la historia, lentamente, como una caricia sobre la piel de Nueva York.

    Ciudad abierta es una buena muestra de esa narrativa del yo, muy cercana a la autoficción y a la novela-ensayo. Los lectores la disfrutarán, sin duda, pues no hay nada como un paseo lento para disfrutar, a través de esa sutil mirada, del paisaje y el paisanaje de esa ciudad, acaso extraña metáfora de un nuevo mundo.

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Editorial Acantilado

El autor habla de su novela en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona

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