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Leyendo a la sombra

Rogelio, suites para violonchelo en los atascos de Madrid

La vida de Rogelio es verdaderamente ejemplar. Rogelio es taxista en Madrid, la ciudad que lo vio nacer, como él dice.
—A mí lo de natal, qué quiere que le diga, pero me suena empalagoso.
Aunque también podríamos decir de él que es un estoico, definición que la mayoría de sus compañeros de profesión tal vez no entenderían. La vida de Rogelio transcurre durante muchas horas en su taxi, su pequeño mundo.
—Alguien dijo que hay otros mundos, pero que están en éste —dice desplegando la mano abierta—. El taxi es un trabajo en cierta manera solitario, y esa soledad da para pensar mucho. Como los pastores, ¿verdad?, aunque ya pocos deben de quedar.
No sé en qué puede pensar Rogelio en sus ratos de soledad, pero casi con seguridad deben ser pensamientos profundos, o así me lo pareció la mañana en que me cruzó Madrid de parte a parte. Nada más entrar en el coche vi dos periódicos, creí que alguien se los habría dejado olvidados y así se lo hice saber, me respondió que los había comprado él.
—Los dejo ahí para que el cliente les eche un vistazo.
Cuando leía por encima los titulares reparé en la música que sonaba en el coche, la reconocí enseguida: una de las suites para violonchelo de Bach. No pude resistir hacer un comentario trivial y le dije que la música que tenía puesta era muy bonita.
—El chelo templa los nervios en estos atascos. No hay nada mejor.
Me dijo que le gustaba la música clásica y el jazz, y tuvo la deferencia de no citar intérpretes, pero estoy seguro de que podría haberlo hecho perfectamente; en lugar de eso se limitó a señalar indolentemente una colección de compactos que tenía sobre el asiento del acompañante, junto a una caja con monedas para el cambio. Mientras Madrid parecía licuarse bajo el sol de agosto en una mañana de agobiante calor el taxi de Rogelio serpenteaba por las calles de la ciudad y el viajero agradecía no escuchar a los contertulios de turno que le obligan a uno a conversar con el conductor y arreglar el país a gritos en un trayecto.
A pesar de que esta ciudad es una obra total, a pesar de que el tráfico de agosto es puro surrealismo, Rogelio en ningún momento hizo referencia alguna a las políticas de nuestro alcalde en lo que al tráfico se refiere —movilidad se llama ahora el asunto, incluso hay un concejal dedicado al tema: concejalía de movilidad, en serio—, y cuando le pregunté maliciosamente qué opinaba, se limitó apenas a encogerse de hombros y señalando una de las incontables vallas que nos separan de las máquinas me dijo que había que aguantarse, que después de los inconvenientes vendrían las ventajas y que las obras beneficiaban a los habitantes de la ciudad. Le insinué maliciosamente que quizás algunas de estas obras obedecían a extraños intereses económicos y que no tenía claro que fueran a suponer realmente algún beneficio. Rogelio me miró por el espejo retrovisor pero no dijo nada. Estábamos llegando al final del recorrido y buscaba en mi cartera el dinero para pagar la carrera. Unos metros antes de mi destino Rogelio aprovechó uno de esos impagables momentos de atasco en los que la masa metálica de coches dormita al sol para girarse hacía mí y con una amplia sonrisa me dijo:
—¿Sabe? Esto de las obras sería realmente insoportable si no fuera algo que sirviera verdaderamente para hacer mejor la ciudad. Eso es lo que creo y lo que quiero creer, que esto algún día mejorará y todos nos beneficiaremos de alguna manera. Creo en ello de una manera profundamente democrática. Por supuesto que en mis horas bajas soy un pesimista y pienso entonces todo lo contrario; pero ya le digo, estas obras las sufrimos todos, pero también nos beneficiarán a todos, ¿no cree? Democracia pura y simple, a pesar de Flaubert.
Pagué y cambié una suite de Bach por el ruido de las tripas de Madrid y una bocanada de calor. Lo de Flaubert no me cuadraba. Me volví y en unos pasos alcancé el taxi, golpeé suavemente la ventanilla del conductor.
—¿Qué ha querido decir con lo de a pesar de Flaubert? —Pregunté. El semáforo apenas permitía a la mesa metálica avanzar lentamente y me puse a caminar junto al vehículo. Rogelio bajó el cristal. Le repetí la pregunta.
—Flaubert dijo que el mayor sueño de la democracia consiste en elevar al proletariado hasta el nivel de estupidez de la burguesía.
Cuando entré al despacho anoté en la agenda su nombre, que había leído en la tarjeta de identificación del conductor. Hice memoria pero fui incapaz de recordar los apellidos. Antes de abrir el ordenador y leer el correo le pedí a la secretaria que llamase sobre las doce al taller, a ver si ya estaba terminado el coche.

12 comentarios

no será mostrado -

Qué ternura albergan sus relatos

El lector a la sombra -

No. No es real. También a mí me gustaría que lo fuera... Pero a veces la realidad dista tanto de la realidad deseada...

noesmivida -

bueno, podría ser real no? .. claro que sí, al menos me gustaría que lo fuera .. saber que al subir al taxi tienes más posibilidades que la de mirar el paisaje o la de intentar evitar debates tipo Guti_tiene_que_ser_titular.
Un placer descubrirle y leerle.

Portorosa -

Acepto.

Meritxellgris -

Bueno, no sé si será real o no el caso que nos cuenta el lector, pero que existen tipos así...por supuesto. Hay infinidad de licenciados, profesionales de otros países que vienen como emigrantes y se ponen a trabajar en lo que les sale. Y su cultura la llevan con ellos y no sale a flote hasta que no conversas, por las pintas a lo mejor no te crees que haya leído a Flaubert. Las apariencias engañan...siempre es así.

Portorosa -

(Ahora me dice "Es una historia real" y me mata, claro)

Portorosa -

Pues yo, aprovechando el comentario de Meritxellgris, y aunque leí el post hace muchos días y no quería decir nada, he de informaros de mis dudas sobre la posibilidad de que alguien así exista.

En serio, el texto me gustó, creo que está muy bien; pero me parece demasiado irreal, por desgracia. Y no lo siento sólo por los taxistas, sino porque si ellos fueran así de sensatos, razonables y cultos, ¿en qué maravilla de sociedad viviríamos?

Perdón por el comentario, que seguro que está de más. Repìto que me gustó.

Meritxellgris -

Cuánta gente hay de esta por el mundo que te dejan sin habla, como quien no quiere la cosa. Es que las horas en el taxi dan para mucho si uno sabe dar con el camino adecuado. Me ha encantado la manera de contarlo, como siempre.
Un abrazo.

Palimp -

El adjetivo mal escrito, pero bien utilizado.

Palimp -

Expléndido.

El lector a la sombra -

Bienvenido. Ya nos iremos leyendo...

Gatito viejo -

Entro por primera vez a tu blog y me ha gustado.Esto de incluir relatos está muy bien .Te leeré siempre que pueda ¡Qué relato más original el de hoy!me ha gustado mucho.Lo de Flaubert ha sido todo un acierto.
Saludos