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Leyendo a la sombra

Cuenta el Lector cómo llegó a tener noticia del Conde de Abascal y cómo supo más a base de porfiar en ello.

Cuenta el Lector cómo llegó a tener noticia del Conde de Abascal y cómo supo más a base de porfiar en ello.

  Hablábamos un grupo de amigos un día de las pasadas vacaciones navideñas sobre los excesos en la ingesta propios de estas fechas. La charla discurría, como no podía ser menos, alrededor de una bien surtida bandeja de dulces navideños, unas tazas de café y unas copitas de licores varios. Casi todos conveníamos en que es cierto que se engordaba algo estos días, pero eran solo unos días y unos gramos, y luego ya volveríamos a la normalidad.

  Una de las contertulias amigas se quejaba desconsoladamente de esos kilos que, arteramente, decía, vienen a buscar refugio y acomodo en aquellas zonas más propensas a ello, a saber: caderas, cintura y culo, sin que el orden de enumeración suponga preferencia alguna, al menos por mi parte. Esta mujer, a la que bien podríamos clasificar como de buen ver —ya metidos en tópicos, qué le vamos a hacer—, echábase mano sin disimulo ninguno y sin asombro de los presentes a esas zonas de su anatomía —supongo que para constatar la veracidad de sus afirmaciones—  al tiempo que largaba diatribas e improperios contra turrones, mazapanes, polvorones y otras viandas propias y pertinentes de estos días, incluyendo incluso carnes y pescados, para que no hubiera discriminación ninguna en el reino animal.

  Mujer, le dije, con el mejor de mis propósitos, tómatelo con calma, que no es para tanto. Acudes tres días en semana al gimnasio, eres frugal a diario, de vez en cuando haces dietas de ensaladas y frutas... total, los gramos que ahora cojas ya te los quitarás en enero, febrero como mucho.

  Con ánimo conciliatorio, no exento de cierto regodeo, tuve a bien recordarle que los mazapanes de Toledo, de los que todos los años le proveo una bien surtida muestra —y más concretamente de la que pasa por ser la marca acaso más acreditada— bien merecen el elogio, la admiración y la degustación, reconociendo en ellos la exquisitez hecha postre como ya hicieron desde antiguo y hacen en la actualidad los toledanos y forasteros. A pesar de que mi exordio parecía ir por buen camino, mi amiga dio inequívocas muestras faciales de que todo esfuerzo por mi parte iba a ser infructuoso, por lo que no me quedó más remedio que cambiar radicalmente de estrategia, así que recurrí a consolarla echando mano de otro tópico, tópico típico totalmente ineficaz, pero en fin. Y recurrí entonces a la poesía, y le di una copia de este poema de Giovanna Pollarolo que había descubierto curioseando por Internet:

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Mientras las demás
hablan de cremas y cosméticos
comentan las bondades de la liposucción
discuten si es mejor una cirugía radical
barriga
senos
ojos
muslos
boca
cortar lo que sobra
ser otra vez dibujada
contra las que abogan por largas sesiones de masajes
irritantes dietas, gimnasia diaria
no reír, no hacer gestos
nuestra piel es peor que cemento fresco,
ella sonríe serena y curiosa
¿la revolución del Retín A? ¿crema para párpados?
no, nunca usa
odio las cremas, dice
va a la peluquería sólo a cortarse el pelo
y se burla cómo parecen payasos sus amigas
que se ponen máscaras faciales
y las gordas sudorosas que se afanan
los rollos colgando, las mallas
a punto de reventar.
¿No te importa? Pregunta la que más sabe
y va por la segunda liposucción:
levanta los hombros, sonríe.
Y las que leen Hola y Vanidades
la miran con pena
saben que en su casa, ante el espejo
ocultará con desazón su cuerpo
sabiendo que ya es tarde
como lo será para ellas mañana o pasado
y fatigadas
terminen dándose por vencidas.
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  Mi amiga sonrió con ladina expresión y dirigiéndome una artera mirada me dijo: con que Pollaloro, ¿eh?... ¡No!, corté, Po-lla-ro-lo. ¿Pollarolo?, respondió mientras me miraba no sé si también ladina y arteramente. Po-lla-ro-lo, repetí. Mi amiga miró el texto y me miró a mí. Cuando creí que todo estaba claro, resulta que no lo estaba: Esta poeta es apócrifa, ¿verdad?, este poema lo has escrito tú, ¡no me fastidies!, dijo con muestras de satisfacción.
  No. Yo no quería fastidiar. Me levanté. Abrí la última caja de mazapán, la expuse abierta en toda su impúdica exquisitez sobre la mesa, hice unos cafés y le dije a mi incrédula amiga, esta poeta existe, es peruana, puedes buscarla en Internet, al tiempo que degustaba una delicia de mazapán y animaba a los presentes a hacer lo mismo.
  Entonces les referí el encuentro que tuve hace un par de años con un poema y cómo llegué al libro que lo contenía.
  Hace un par de años, como decía, un compañero me dio fotocopiado este poema para utilizarlo en clase con los alumnos de cuarto de ESO, para iniciarlos en el comentario de textos literarios. El texto, me dijo, es un poema amoroso que les va a resultar muy atractivo y además se puede comentar muy bien, porque es una sucesión de tópicos y metáforas claramente descifrables:

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SUMA DE OPÓSITOS

   Eres toda de nieve, ¿quién lo duda?
Frío en tus manos, y en tus labios frío.
En tu interior, un gélido vacío,
y un viento norte en tu mirada aguda.
   Un témpano polar tu lengua muda;
tu boca, un lago helado en el estío;
tu corazón, un páramo sombrío,
y una escarcha invernal tu piel desnuda.
   Eres toda de nieve... Pero a veces
eres toda de fuego y resplandeces
con un destello níveo que me ciega.
   Eres fuego glacial, nieve encendida.
Eres toda de nieve, ¿quién lo olvida?
Eres toda de fuego, ¿quién lo niega?

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  En efecto, el texto nos dio mucho juego en clase y le pregunté de quién era. No lo sabía, tampoco recordaba de dónde habías sacado la fotocopia o quién se la había dado. Ahí quedó la cosa. A veces recordábamos el poema y continuábamos preguntándonos por su origen. Llegué a pensar que era obra de mi amigo, y así se lo hice saber en más de una ocasión, cosa que él negaba rotundamente.
  Tiempo después de aquello, el pasado año en un curso sobre Literatura española actual en la
Fundación Juan March, después de una de las conferencias dedicadas a la poesía, charlando con unos de los asistentes, salió a colación el poema, cómo nos había dado buen resultado con los alumnos y cómo llegué a pensar que lo había escrito un compañero. Les recité los dos o tres primeros versos iniciales y ante mi asombro una de las asistentes dijo sí, hombre, ese es un soneto del Conde de Abascal. ¿Conde de Abascal?, a excepción de esta mujer, ninguno de los allí presentes habíamos oído hablar de ese autor. Nos dijo la compañera de curso que el poema pertenecía a un curioso libro titulado Todos los coños el coño y otros poemas profundos, y que ella lo había comprado hace un tiempo en La casa del Libro.
  Esa misma noche, nada más llegar a casa, me puse a la búsqueda, y encontré en Google, pinchando en la primera referencia, la
editorial que publicó el libro y alguna que otra referencia más. En efecto, todo muy curioso, como los interesados podrán verificar. Incluso hay por medio una Academia...
  El texto no existía en ninguna de las librerías en las que recalé en su busca, pero me puse en contacto con la editorial y me lo mandaron por correo, previo ingreso de su importe en una cuenta corriente, junto con otro curioso libro del mismo autor.
  El libro, titulado efectivamente Todos los coños el coño y otros poemas profundos, cuya portada han podido ver más arriba y cuyo sentido habrán podido captar aquí abajo, reposa ahora en un estante. Lo he colocado junto a un texto de Juan Manuel de Prada titulado Coños, libro que en su día, allá por el año 1995 publicó la editorial
Valdemar, y que parece ser que había circulado con anterioridad en Salamanca en una edición clandestina. En fin, como ven, todo muy literario.
  Si una semana de estas no tienen nada mejor que hacer, dense una vuelta por estos libros.
  Más arriba les dejé un poema del conde de Abascal, me parece justo dejarles un texto del libro de Juan Manuel de Prada. Ahí va:

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  Mi amigo Evaristo Ramos, de nombre artístico Doc­tor Carruthers, comenzó tragando clavos en un teatrucho de los arrabales y ahora es el faquir más fa­moso de Europa, una es­trella en el cielo ajado de las variedades. Mi amigo Evaristo Ramos, de nombre artístico Doctor Carruthers, es oriundo de Soria, pero finge un acento foráneo, austrohúngaro o así, para darse tono. Evaristo es un hombre de fiso­nomía luctuosa, enjuto, muy ordenado en sus hábitos, que se transforma cuando pisa un esce­nario. Si en la intimidad sólo come espinacas, en los teatros ingiere arena, cuchillas de afeitar y hasta bombillas (incluido el filamento de wol­framio); si en la intimidad duerme sobre colcho­nes de lana, en los teatros se tumba sobre plata­formas erizadas y carbones al rojo. Esta esquizo­frenia entre vida vivida y vida fingida, o, si se prefiere, entre realidad y representación, termi­nó por producirle desavenencias conyugales. La esposa de mi amigo Evaristo Ramos es una mujer también vegetariana y poco proclive a los colchones incómodos; una mujer honesta, labo­riosa, soporífera, que para nada da el tipo de faquiresa. Durante años, Evaristo (pero quizá deba llamarlo Doctor Carruthers cuando me refiera a su faceta artística) probó a trabajar con ella, utilizándola como simple ayudante o reca­dera, nunca con intervenciones activas en el espectáculo. Esta limitación actuaba en detri­mento de su éxito, ya que el público, con fre­cuencia, solicitaba de la presunta faquiresa que se chamuscase el vello púbico o se metiera alfan­jes por el coño, solicitudes que, amén de malin­tencionadas, resultaban desatendidas, con los consiguientes abucheos y deserciones en la pla­tea. Viendo que el negocio se le escapaba de las manos, el Doctor Carruthers reservó a su esposa para el hogar y buscó a través de agencias y promotores una faquiresa que tuviese buenas referencias. Al fin la encontró: resultó ser una muchacha hindú, de una elasticidad y una be­lleza tribales, felinas, casi insoportables. Fue entonces, aprovechando la procedencia de su partenaire, cuando mi amigo Evaristo (quiero decir, el Doctor Carruthers) incorporó a su vestuario turbantes, babuchas y trajes de lente­juelas; la faquiresa, por su parte, aparecía semi­desnuda, con pezoneras de pinchos, bragas de latón y cilicios, aportando al espectáculo esa dosis de exotismo y participación activa que reclamaba el público.
  Curiosamente, la faquiresa nunca se avino a chamuscarse el vello púbico, ni a introducirse alfanjes en el coño, ni a mutilarse de otras formas más o menos triviales. Tampoco Evaristo (quie­ro decir, el Doctor Carruthers) volvió a masticar vidrios, ni a atravesarse la lengua con agujas de ganchillo. Ambos se limitaban a fornicar (el uno con el otro, se entiende), para perplejidad, irri­tación o entusiasmo del público. La faquiresa poseía, por malformación de nacimiento o implantación quirúrgica, una vagina dentada, unn coño de afiladísimos colmillos sobre el que posaban los reflectores, un segundo antes de que engullera el miembro de Evaristo. Mi amigo, lo repetiré, arrastra serios problemas conyugales. Vuelve al hogar con el prepucio hecho jirones, y su mujer está hasta el gorro de arreglar los estropicios que origina el coño de la faquiresa, a quien considera su rival. No tardará en pedir el divorcio, me temo.

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Conde de Abascal, Todos los coños el coño y otros poemas profundos. Edit. La Discreta. San Lorenzo del Escorial 2000. 86 páginas.

Juan Manuel de Prada, Coños. Edit. Valdemar. Madrid, 1995. 155 páginas.

 

6 comentarios

sociedad de coños anonimos -

chabal eres un salido!!!!
no me a gustado el libro de los coños...dedicate a otra cosa cn todos mis respetos un saludo de un coño inqieto besos bigotes

Portorosa -

Gracias. Leeré esas referencias.

Que conste que el Lector me ha contestado por correo y me ha hecho llegar un estupendo artículo sobre literatura [norte]americana, el cual le vuelvo a agradecer.

Anónimo -

No he leído \\\"Generación quemada\\\", pero he leído alguna referencia, por ejemplo en Babelia: http://www.elpais.es/articulo/20050924elpbabens_14/Tes/elpbabens/, o en El Cultural: http://www.elcultural.es/historico_articulo.asp?c=12310.
Siento no poder decirte más. Un saludo.

Portorosa -

Buenos días, Lector. Oye, ya sé que esto no es un consultorio sobre literatura, pero acabo de encargar dos libros y me gustaría saber tu opinión, si es que los conoces: uno es “Expiación”, que ya me habías puesto muy bien, y el otro es “Generación quemada”; ¿conoces éste último?, ¿sabes qué tal es? (yo el otro día oí una crítica muy buena).

Gracias.

Portorosa -

Me ha gustado mucho; y el texto de de Prada también. Pero te confieso (y no voy a quedar muy bien con esto) que cuando leí que tu amiga de buen ver se echaba mano a las zonas enumeradas de su anatomía, y que vosotros os fijabais, creí que el post de hoy iba a depararnos una sorpresa inusual en este letrado blog.
Un abrazo.

Gatito viejo -

Conocía el libro de Juan Manuel de Prada ,peo no el del Conde de Abascal.Será cuestión de conseguir el libro y leerlo. Un saludo