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Leyendo a la sombra

Una historia española, de esas que parecen imposibles y acaban siendo verdad

(Post dedicado a Aurelia, que también sintió emoción)

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Ernesto Sempere tenía 18 años cuando fue condenado en un consejo de guerra a 20 años y un día. En el juicio, que tuvo lugar en 1940, sin garantías, sin legitimidad, se aportaron como pruebas unos dibujos que había hecho tres años antes, cuando contaba 15. Era un muchacho, denunciado por otros chicos, compañeros de su instituto, por una pelea. Quienes lo acusaron nunca comparecieron en aquel juicio-farsa, se limitaron a declarar en oficinas de Falange. Ernesto estuvo en la cárcel desde 1940 hasta 1948. Antes de morir, en el año 2005, buscó a quienes lo delataron para decirles que los perdonaba. Encontró el teléfono de uno de ellos y lo llamó. Habló con un hijo de este hombre, que ya había fallecido, y lo que sorprendentemente escuchó al otro lado del teléfono le disuadió de intentarlo con los demás.

Pero esta historia (diario El País, 13/05/2007) no acaba ahí, y parece condenada a no hacerlo nunca, a permanecer en la memoria de los hijos y nietos de este hombre, que siempre la llevó consigo.

Es una tremenda historia, una de muchas, una de tantas, de esas historias que con el tiempo terminan pareciéndose a otras. Historias que a veces afloran en el relato de hombres y mujeres que saben que ya les queda poco tiempo. Historias que morirán con ellos un poco, pero no del todo. La memoria es tozuda y alberga, ya digo, muchas de esas historias, tan parecidas las unas a las otras, tantas veces contadas sin pasión, acaso en voz baja, en un tono neutro, como para no hacer daño, como si la memoria fuera algo incómodo. ¿Para qué contarlo ahora? ¡Hace tanto tiempo que pasó! Se escucha decir. Pero qué triste es la desmemoria.

Esas historias grandes, a veces feas, tristes y sucias, nos evocan unos años que parecen no haber existido nunca, pero de los que aún quedan testigos. Son esas historias que acaban siendo verdad cuando parecían mentira. Esas historias que han permanecido agazapadas en esa zona helada del corazón, donde apenas llega la luz.

Una de esas historias es la que se cuenta en la última novela de Almudena Grandes. Una historia del pasado que se convierte en una historia del presente para unos personajes que no pueden vivir con ella y acaso tampoco sin ella. Una terrible historia que dos personajes cuyos caminos convergen, Álvaro cree que por azar, Raquel por calculada premeditación, usarán y administrarán para dos fines bien diferentes.

En manos de Raquel supone la venganza, el ajuste de cuentas con el pasado de su familia, una familia destrozada por la guerra civil y arruinada por un ventajista sin escrúpulos. Raquel es una mujer que se mueve en los negocios de inversión, en el mundo financiero de los potentados, y está dispuesta a usar sus conocimientos y su posición para hacerle pagar un precio al hombre que arruinó a su familia. Es algo que cree deberse a sí misma. Ha vivido toda su vida con ese estigma y ahora cree llegado el momento de reparar en parte el daño causado. Su venganza, aun teniendo una cara económica, es realmente moral, y entronca en cierta manera con la dignidad de sus abuelos.

Álvaro, el hijo de ese hombre sin escrúpulos, profesor universitario, científico, se encuentra con ese pasado impensadamente. Se le viene a la cara un día, revolviendo viejos papeles de su padre, como esas imágenes que uno quiere apartar de sí pero que a la vez nos atraen de forma poderosa. Álvaro no sabe, como Raquel, pero quiere saber, y es consciente de que saber tal vez le haga daño, pero aún así, indagará con denuedo en esa zona que le ha sido vedada durante toda su vida.

Raquel siempre supo, Álvaro empezará a saber y querrá saber. Es en ese plano del conocimiento donde estas dos vidas, zarandeadas por algo de lo que ellos no han sido responsables, convergerán en un imposible territorio que acabará haciéndose habitable; pero para ello cada uno deberá desprenderse de algo, algo que le pertenece al otro también. El pasado ya no es suyo, conocerlo no es poseerlo. Pero  a pesar de todo y de todos, se saben dueños del futuro, y para llegar a él tendrán que soltar lastre, no es otra la forma de emprender el vuelo.

Al final, el pasado no sólo explica el presente, también lo ensucia. Algunos prefieren seguir ocultando la suciedad bajo los muebles. Ahí sigue.

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4 comentarios

Paco -

Mi padre era Ernesto Sempere. Mientras escribo, apenas puedo contener la emoción por su recuerdo y por las saña de las calamidades que sufrieron, él, mi abuelo asesinado y toda su familia. Gracias por rescatar su memoria.

El lector a la sombra -

Gatito viejo, la novela no te va a defraudar, seguro. Ya me dirás...
Portorosa, ya sabes que la realidad imita al arte.

Portorosa -

Qué historia, Dios mío. Y cuántas habrá así.
Cómo va a ser malo acordarse de estas personas.

Gatito.viejo -

Me ha emocionado tu post. Me atrae mucho esta novela de Almudena Grandes, la compró Gatito viejo en la feria del libro. Le diré que me la preste.
Un abrazo