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Leyendo a la sombra

Ian McEwan, Chesil Beach. Marejada en el dormitorio

Ian McEwan, <em>Chesil Beach</em>. Marejada en el dormitorio

Ian McEwan, Chesil Beach

Traducción de Jaime Zulaika

Edit. Anagrama. Barcelona 2007. 184 páginas. 16 €

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    El escritor Ian McEwan (Aldershot, Inglaterra, 1948) ha demostrado sobradamente su capacidad narrativa en la distancia larga (Expiación, 435 páginas), en la media (Sábado, 328 páginas) y ahora viene a corroborar sus excelentes dotes de narrador en la distancia corta con su última novela: Chesil Beach (184 páginas), todas ellas traducidas al español en la editorial Anagrama.

    McEwan es junto con Martin Amis (recuérdese Koba el Temible, magnífica novela-ensayo), Julian Barnes (la novela El loro de Flaubert y los cuentos de La mesa limón son buenas muestras de su quehacer), y Kazuo Ishiguro (Lo que queda del día) la parte más sólida del grupo de novelistas que cierta crítica ha denominado el “dream team” de la narrativa británica actual o generación de los Young British Novelists. Estos autores han sabido conectar con un amplio público lector con textos atractivos y cuidados que en alguna ocasión han sido llevados al cine con  excelentes resultados. Y si recientemente hemos visto en pantalla la adaptación de Expiación, parece más que probable que pronto suceda lo mismo con la última novela de McEwan, legitimado por la crítica literaria anglosajona gracias a premios como el codiciado Booker en 1998, obtenido por Ámsterdam.

    La historia que se nos narra en Chesil Beach arranca con una pareja de jóvenes cenando en su habitación. Florence y Edward apenas llevan unas horas de casados y han ido a pasar su primera noche juntos en un hotel cerca de la playa de guijarros de Chesil Beach, al sur de Inglaterra.

    Edward, que había nacido en 1940, la misma semana en que empezó la batalla de Inglaterra, es licenciado en historia, y pertenece a una familia que está en los escalones más bajos de esa indefinible clase media. Su padre es director de una escuela de primaria y su madre, que vive en un caos mental a causa de un accidente que la tuvo unos días en coma, pinta cuadros que nunca llega a terminar y se pasa días enteros con la bata sin ocuparse de nada. “Daño cerebral” es la expresión con la que el padre le explicó un día al niño Edward el estado de su madre. En casa, las camas nunca se hacen, rara vez se cambiaban las sábanas y en el baño se acumula la mugre.

    Florence, una muchacha de clase media alta, es violinista. Su madre es profesora de Filosofía en la universidad y su padre un dinámico hombre de negocios. Viven en una gran casa elegante, con servicio, dos automóviles y comidas caras y sofisticadas. En ocasiones Florence acompaña a su padre en el barco al otro lado del Canal. Le apasiona la música y su ideal es dedicarse al cuarteto en el que de alguna manera se podría decir que lleva la voz cantante.

    En la Inglaterra de principios de los sesenta esta pareja son en muchos aspectos unos perfectos desconocidos el uno para el otro, y la perspectiva de una cama a unos pocos metros abre espacios de libertad hasta ahora insospechados. Es esta una época en la que hablar sobre las dificultades sexuales es poco menos que imposible, y en la que muchos jóvenes acudían al matrimonio vírgenes en todos los sentidos; apenas unas caricias era todo lo que el noviazgo había dado de sí en muchas parejas timoratas y educadas en esa moral que está entrando en sus momentos finales para dar lugar a una época nueva.

    Tal es el caso de Florence y Edward en las escenas iniciales del arranque de la novela, magistralmente contadas por un narrador omnisciente que nos va desvelando el ansia y la excitación de él ante la perspectiva de poder abrazar desnuda a la que ya es su mujer, esa mujer a la que apenas ha besado y acariciado tímidamente el pecho. Lleva más de un año pensando en ese momento en que una parte de él se alojará en una cavidad natural de ella, y el miedo al fracaso pugna con su deseo de éxtasis.

    Florence siente una angustia difícil de expresar, a la que intenta denodadamente sobreponerse; pero esta puede más que ella y experimenta una suerte de repulsión que no puede controlar. A su mente se precipitan palabras leídas en algún manual que se asocian inevitablemente al dolor: membrana, glande, penetración… Así es como el narrador va construyendo sutilmente esa corriente de pasión y deseo, repulsión y náusea, que parece que va a terminar arrastrando a estos personajes envueltos en el limo de la represión, los tabúes y las diferencias de clase.

    Edward y Florence son protagonistas involuntarios de los últimos estertores de ese tiempo de resabios postvictorianos que dará paso a una nueva época, en la que las relaciones personales se basarán en decir lo que realmente se piensa, en la que las palabras sinceras habitarán de manera natural en las parejas, al margen de códigos intransigentes y castradores. Edward y Florence son víctimas de ese tiempo agonizante en el que el sentimiento de culpa prevalecía sobre el placer, y ello les hará tomar una decisión que marcará el sentido de sus vidas.

    La novela se organiza en cinco capítulos en los que la mirada y la voz del narrador van superponiendo el presente y el pasado, para que el lector entienda en toda su dimensión lo que va a suceder en la habitación de ese hotel en el momento después de Edward deslizara su mano bajo el vestido de ella y la posase sobre su muslo, apenas rozando la tela de sus bragas.

    La trama es casi intrascendente en un principio, previsible incluso; pero el oficio del autor planea sobre el texto y el lector atento pronto percibe la tensión entre la pareja, el abismo emocional que se abre entre ellos y que se hace cada vez mayor a medida que son incapaces de comunicarse lo que realmente piensan y sienten, hasta la memorable escena de la playa, en el quinto y último capítulo. Es la resolución del final de la novela lo que la convierte en un texto espléndido y contradictorio. Pero permítaseme dejar aquí las cosas, no vaya a ser que acabemos desvelando demasiadas claves de lectura, y le arrebatemos al lector su incuestionable privilegio como tal: ser el que tenga la última palabra.

    Mi hermana me ha dicho que “cuento demasiado” en estas reseñas, y que eso compromete en exceso la lectura. Bien, espero que este no haya sido el caso, y, si algún día decide leer esta novela, que en su lectura le acompañe el ruido de fondo de las olas lamiendo los guijarros de Chesil Beach y mis comentarios no le impidan disfrutar de la emoción de esta pequeña gran novela.

    PS: Parece ser que Pedro Almodóvar está trabajando en la adaptación cinematográfica de esta novela. Ya veremos qué hace el manchego con ella…

    Aquí pueden leer el primer capítulo o descargárselo en formato pdf.

El autor habla de su obra:

Parte 1

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Parte 2:

 

1 comentario

Shangri-La -

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