Vivir es algo más que respirar. Y morir tiene que ser algo más que dejar de respirar, supongo.
Los amigos. Kazumi Yumoto.
Traducc. De José Pazó Espinoa.
Noctura Ediciones. 210 pág. 14,90€
Nocturna Ediciones ha publicado este año Los amigos, la primera novela de la escritora japonesa Kazumi Yumoto. El texto se editó originalmente en 1992 y obtuvo varios premios internacionales y muy pronto fue traducida a varios idiomas. Yumoto (Tokio, 1959) pertenece a esa generación de nuevas escritoras que están empezando a ser conocidas por el lector en lengua española, como es el caso de Hiromi Kawakani; conocimiento lento, pues la figura de Murakami parece eclipsar para el lector español a los demás autores japoneses actuales.
La novela narra una historia bastante simple: tres niños –Kiyama, Kawabe y Yasamitha– de unos doce o trece años, un día, al fallecer la abuela de uno de ellos, se plantean ver la muerte de cerca, ya que nunca han visto morir a nadie. La idea que alumbra su curiosidad es espiar durante las vacaciones de verano a un viejo que vive solo, en una pequeña casa con jardín, y al que consideran, dada su avanzada edad, candidato próximo a la muerte. Eso creen que les permitirá ver de cerca el suceso que tanto desean conocer: la muerte del anciano.
Pero con lo que no cuentan es con que ese sentimiento de morbosidad dará un giro inesperado cuando se hacen amigos del viejo. Esa amistad les llevará a conocer no la muerte, sino circunstancias de la vida, esos avatares de la existencia como la amistad, la soledad, la vejez, la pérdida… En fin, los meandros inescrutables de la existencia. Así, la novela se convierte en una delicada historia de iniciación y aprendizaje, y el lector asiste a la transformación de los tres muchachos en ese verano en el que empiezan a abandonar el territorio de la infancia para comenzar a adentrarse en el de la pubertad. Ya nada será igual desde ese verano.
La historia la refiere en primera persona uno de los niños, Kiyama, que cuenta en la novela el inicio de su vocación como escritor. Con una prosa limpia que mezcla pasajes cómicos con otros realmente duros, como la experiencia que el viejo cuenta que tuvo en la II Guerra Mundial, la autora nos lleva al mundo de la infancia, de la pérdida de la inocencia, a la indagación sobre la muerte de unos niños que ya nunca lo serán.
Es fácil para el lector sentirse próximo a esos chicos, y de alguna manera hacer suya la reflexión que lleva implícita la novela: hay un momento en la vida en que percibes que se ha producido una fractura, una falla. Tal vez en ese momento no seas capaz de verlo en toda su dimensión, pero el tiempo te trae después la visión y el reconocimiento. Ya eres distinto, y eso puede producir una cierta zozobra.
No importa, dejemos que lo que tenga que cambiar cambie. No nos aferremos inútilmente a aquello que nos impide ser diferentes, dejemos que las cosas sucedan y seamos partícipes y espectadores de esos cambios... Unas barreras caen para dar paso a otras que también caerán…
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