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Leyendo a la sombra

Las lecturas del lector a la sombra

David Vann, Sukkwan Island

David Vann, <em>Sukkwan Island</em>

    No es muy dado este lector a conceder excesivo crédito a las primeras novelas, y no porque no sea condescendiente, que lo es sin duda, sino más bien por aquello de que primeras obras fueron siempre primeras obras y, como mucho y en la mayoría de los casos, el texto apunta maneras y poco más.

    Y bien mirado, hay que reconocer que en alguna ocasión se ha dado el caso de que la primera novela de un autor, aquella con la que se lanza a navegar por las procelosas aguas de los mares de la Literatura, ha salido realmente excepcional rayando la condición de obra maestra, lo cual ha debido de suponer más de un quebradero de cabeza para su autor, pues colocar de salida el listón tan alto en esa su primera obra abre el abismo del vértigo a la hora de ponerse con la segunda. En fin, recuerdo ahora Juegos de la edad tardía (1989), de Luis Landero, una verdadera magnífica primera obra.

    En el caso que nos ocupa, sorprende la madurez de Sukkwan Island, del estadounidense de 43 años nacido en Alaska David Vann, obra con la que este autor ha ganado el Premio Médicis 2010 a la mejor novela extranjera editada en Francia y que aquí publica la editorial Alfabia. Confiesa el autor que escribir la novela le ocupó diez años y publicarla doce más. El libro apareció en Estados Unidos con el título de Leyendas del suicidio, título revelador cuando conocemos que el padre del novelista se suicidó cuando este tenía trece años. Sin embargo, la novela pasó sin pena ni gloria y ha tenido que venir a Europa, cambiar el título a sugerencia del editor y triunfar de manera incuestionable.

    Sukkwan Island es una obra breve, 210 páginas, pero intensa, y encierra un artefacto poco corriente: un dentista de mediana edad, James  Edwin Fenn, vende su casa y su consulta y adquiere un terreno con una cabaña de madera en una despoblada isla de Alaska. Convence a su hijo Roy, de trece años, y a su ex mujer y madre del chico, para que los dos se vayan a pasar un año a la isla. Roy vive en California con su madre y su hermana y acepta a regañadientes acompañar a su padre pues este plantea la estancia en la isla como una ruptura con el pasado, una forma de iniciar así una nueva vida en compañía del hijo, de reencontrarse en el marco de una naturaleza inhóspita.

    El hijo acepta porque ve que su padre no quiere afrontar solo la nueva situación y entiende que su afecto puede ayudarlo de alguna manera. Un hidroavión los traslada hasta la isla, y allí, en la inmensa soledad de aquellas tierras, deberán hacer todo con sus propias manos. Pero pronto las cosas se desviarán del rumbo inicialmente previsto, y enseguida veremos las dudas y torpezas del padre, que no sabe construir un almacén, guardar los alimentos o conseguir leña para el fuego.

    Los acontecimientos se van sucediendo y la acción se tensa cada vez más, y Roy quiere irse pero no quiere causar daño a su padre, quien poco a poco empieza a meterse en un callejón sin salida del que no logrará salir indemne. Así, lo que inicialmente planeó como una aventura con tintes adánicos, de regeneración, se está empezando a convertir en una trampa que lo va atrapando cada vez más. Ya nada tiene sentido, todo es un desastre y el lector sabe que algo va a estallar. Hasta que estalla.

    La novela se organiza en dos partes de semejante extensión. La primera de ellas finaliza de manera realmente sorprendente, dejando al lector descolocado y abriendo las expectativas para afrontar la lectura de la segunda. Si en la primera se relatan los acontecimientos vividos por el padre y el hijo en la isla, la segunda es el relato despiadado del derrumbamiento de un individuo que se ha instalado en una zona de sombra en la que cada vez se le hace más difícil vislumbrar la luz de la salida. La oscuridad del túnel en que se encuentra este hombre es un tormento para el que nunca estuvo preparado este ser desnortado y desdichado.

    James Edwin Fenn se siente hundido en el pozo, y ve cómo está arrastrando a su hijo al fondo, sin que este tenga la culpa de ello. Es un fracasado y no sabe reaccionar, nunca lo ha hecho, todo le ha salido mal en la vida porque sólo piensa y ha pensado siempre en sí mismo, ajeno por completo a las consecuencias derivadas de sus actos. El pobre dentista James  Edwin Fenn "no había entendido nada a tiempo".

    La lectura de esta breve novela, en la que según se avanza en ella se va asistiendo a la  construcción paulatina del derrumbamiento psicológico del personaje del padre, arrastra verdaderamente al lector. Este siente toda la hondura del ser interior del padre, conoce su fracaso en la vida y lo va acompañando en ese descenso a los infiernos que inicialmente emprendió como un viaje regenerador. Es ese sinsentido lo que al final dota de sentido al comportamiento del padre.

    Una novela cuya lectura exige del lector comprensión, no compasión. Un reto, sin duda, entre tanto texto inane.

 

Sukkwan Island. David Vann.

Traducción de Daniel Gascón. Ediciones Alfabia. Barcelona, 2010. 210 páginas. 18 euros.


Entrevista al autor en el programa Página 2


 

El autor presenta su libro

 

William Trevor, Verano y amor

William Trevor, <em>Verano y amor</em>

     Una tarde de julio de los años cincuenta, aparece montando en bicicleta en Rathmoye, un pequeño y tranquilo  pueblo de Irlanda en el que nunca pasa nada, Florian Kilderry, un joven de poco más de veinte años con la intención de hacer unas fotografías de un cine en ruinas. Le indica el camino la joven  Ellie, mujer de Dillahan, un maduro granjero marcado por una terrible tragedia familiar, con el que se casó después de salir del orfanato.

     El destino llevó a Ellie a servir a la granja de Dillahan, hombre viudo que soporta el sufrimiento de la muerte de su esposa y su bebé en un extraño accidente. La vida de Ellie transcurre tranquila y rutinaria, una vida aparentemente feliz pero sin  ningún horizonte. Ayuda a su marido en algunas tareas de la granja y acude al pueblo a vender huevos y a hacer compras. Esa vida se altera cuando aparece Florian, un veinteañero melancólico que está ultimando la venta de la casa de sus padres, pues carece de recursos para vivir y necesita ese dinero.

     Aunque la vida de Ellie y Dillahan transcurre de manera ordenada, el azar hace que la pasión, repentina, empuje a Ellie hacia una turbadora relación con Florian, quien siente ternura por la ingenuidad de la muchacha, que descubre entonces un mundo que ni siquiera había imaginado. Esa pasión, como las ondas de un estanque, llegará incluso a afectar a algunos habitantes del pueblo y desembocará en un desenlace sorprendente y magistral.

     Y todo ello en un marco en el que el autor va desgranando por aquí y allá trozos de las vidas de los habitantes del pueblo, que se van enlazando poco a poco,  se relacionan unas con otras, y configuran un complejo mapa en el que esas vidas adquieren sentido en esa sociedad pequeña y tradicional.

     Pero esta novela no es solamente una historia de amor, y su autor da entrada en ella a otros temas también complejos, como el papel del destino en la vida que nos llega a llevar a territorios que nunca habíamos sospechado siquiera que existieran; o la presencia inevitable del pasado.

     Quisiera llamar la atención de los posibles lectores sobre otro de los interesantes temas de esta obrita: la irresponsabilidad de los afectos, pues Florian siente ternura por la muchacha, pero esta se enamora ingenuamente de él, lo que plantea la posibilidad de un amor cruel.

     Y todo ello contado de manera magistral, con un estilo detallista no exento de un lirismo contenido.

     Repare el lector en el final y déjese llevar…

 

Wiliam Trevor, Verano y amor

Edit. Salamandra. Barcelona 2011. 218 pág. 15,90 €.

 

Tal vez te apetezca leer el primer capítulo

 

La carta. Historia de un comisario franquista

<em>La carta. Historia de un comisario franquista</em>

Antonio Batista, La carta. Historia de un comisario franquista.

Editorial Debate. Barcelona, 2010. 287 páginas. 21,90 €

 

Querido amigo Rodolfo: Me atrevo a adjuntarte un resumen de mi histo­rial profesional, por si puedes distraer tu atención y leerlo. En él va relatado sucintamente lo sucedido desde mi nombramiento como Jefe Superior de Bil­bao y de Sevilla, en lo que atañe también a las causas del expediente, pues sé de sobras que la contestación de la Dirección Gral. de Seguridad será la­cónica y fría. Por eso quiero que tengas mi versión, que he procurado fuera todo lo objetiva posible dentro de mi desesperanza, dolor y resentimiento. Perdona mi insistencia en este asunto que por otra parte mis abogados y pro­curadores llevarán si es preciso ante el Supremo, Contencioso Administrati­vo, pues creo que no merezco esta medida tan draconiana y falta de huma­nidad, castigándome de esa forma no sólo a mi sino que a mi esposa e hijos.

Reitero mi afecto y lealtad a la persona que tanto interés y compren­sión ha tenido para conmigo. Un gran y fuerte abrazo.

Antonio

 

En el año 1941, fui trasladado de Bilbao a Barcelona, en la capital vizcaí­na empecé mi vida profesional, teniendo varias felicitaciones y premios por mi actuación, encuadrado en la Brigada Social y más tarde en la de Información.

En la ciudad condal pasé destinado, voluntario a la Brigada Social que mandaba el Sr. Quíntela (q.e.p.d.) y en el Grupo Anti-comunista que dirigía el Sr. Polo (q.e.p.d.).

En el transcurso de mi vida profesional, dedicado por completo a ella, sin tener otra ocupación o colocación nunca, intervine siempre en los servicios más importantes realizados por la Policía desde el año 1941 al 1968, en Cataluña, atracos, Partido Comunista, Movimiento Libertario, F.A.I. — C.N.T. —J.J.L.L., Sección Militar del Front Nacional de Catalunya, y su organización política, de carácter ultra-separatista, Movimiento Socia­lista de Catalunya, del mismo ideario separatista que la anterior, organi­zaciones del P.S.U. de C. y sus organizaciones de masas. Captura por mi del «líder», Secretario General del P.S.U. de C., Juan Comorera Soler, y de otros muchos dirigentes del Comité Central venidos de Francia, gru­pos de «guerrilleros» (bandoleros) de ciudad y de montaña del Partido Comunista, perfectamente armados e instruidos. Captura y desarticulación en España, por primera vez, de un aparato de espionaje del Ejército So­viético, que funcionaba en Madrid, Barcelona y Valencia, denominado G.R.U. ¡Directorio General de Inteligencia!, con incautación de varias emisoras, máquinas fotográficas y otro material, detención de varios «agen­tes» de dicho Servicio. Todo fue pasado al Alto Estado Mayor, por su gran interés. Fui felicitado por las autoridades militares.

Tiroteos y captura de los Grupos «Sariego, Hermanos Sabater, Face­rías, Los Primos, Los Culebras» y otros, siempre voluntario y con riesgo de mi vida, muchos días salía confesado y comulgado a tomar el servicio, pues no sabía si me tocaría caer como tantos compañeros. […]

 

 

 

    Así empieza la extensa carta manuscrita que, con fecha del 14 de septiembre del año 1974, el entonces gobernador civil de Barcelona y jefe provincial del Movimiento, Rodolfo Martín Villa, recibió del comisario Antonio Juan Creix.

    Martín Villa, uno de los personajes claves de la Transición, desempeñó altos cargos en la dictadura franquista, fue Ministro de Relaciones Sindicales en el primer gobierno de la monarquía, presidido por Carlos Arias Navarro, y al comienzo de la transición democrática, con Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno, ocupó la cartera de Gobernación. Se le conocía popularmente como "la porra de la Transición", debido a la excesiva dureza que empleaba en reprimir manifestaciones obreras y estudiantiles. Llegó incluso a negociar con ETA, y se le relacionó con la guerra sucia contra el terrorismo en aquellos años.

    El comisario Creix había desempeñado todos los cargos posibles en la policía, desde el de policía raso al acabar la Guerra Civil, hasta jefe superior en el País Vasco y Andalucía. Estaba especializado en la lucha anticomunista a la que se dedicó con total abnegación, como muy bien recordaron siempre las víctimas de la temible Brigada Político Social. Era un policía eficaz que había estado detenido en una checa de Barcelona durante la Guerra Civil y ahora se empleaba a conciencia contra sus antiguos enemigos.

    Pero el condecorado y tantas veces felicitado por sus superiores comisario Creix acabaría su carrera de brillante policía de la manera más ignominiosa: acusado de malversar fondos, fue sancionado con un expediente disciplinario y una suspensión de empleo y sueldo de tres años que vino a suponer una jubilación anticipada pero sin derecho a cobrarla. Por aquel entonces, Franco había iniciado el largo camino irreversible hacia la muerte y todo el mundo sabía que en los meses venideros se iba a dilucidar el futuro del país. Había llegado la hora de tomar posiciones para estar bien situado en los nuevos tiempos que se avecinaban. Incluso los propios franquistas se iban preparando para ese momento, y se iniciaba así el debate entre los que querían a toda costa perpetuar el franquismo, la vieja guardia, y aquellos que veían la necesidad de reformarlo.

    Era el momento en el que los llamados reformistas escamoteaban parte de su pasado y tiraban de maquillaje astutamente, pues veían que se les venía encima un sistema democrático que amenazaba sus aspiraciones y estatus de poder.

    En este contexto, en el que los más moderados del régimen veían como inevitable posicionarse para el pacto de la famosa Transición, el comisario Creix suponía un grave problema, pues era el prototipo de la represión franquista contra los demócratas con los que habría que negociar en un futuro que estaba a la vuelta de la esquina. Y había que quitarlo de en medio. Creix era el prototipo del policía franquista que arrancaba las confesiones a los detenidos a base de torturas de todo tipo, y los franquistas que veían la oportunidad de hacer política en la democracia no iban a ser creíbles si se mantenía a policías como él. Su depuración supuso que otros policías con historiales parecidos al suyo fueran reciclados para aprovechar sus métodos y experiencia en la lucha contra ETA.

    Esa carta de Creix a Martín Villa le ha servido a Antoni Batista para construir un buen reportaje sobre la vida de este policía y la época en la que trabajó, un relato de la represión policial de nacionalistas catalanes, y la descripción detallada de juicios e interrogatorios, detenciones y torturas.

    En estos tiempos "líquidos" en los que los hechos que se refieren en este libro resultan muy lejanos o completamente desconocidos para muchos, no estaría de más una lectura detallada de esta obra. Aquellos que vieron con estupor la película La vida de los otros encontrarán en este libro nuestra particular versión del asunto. A veces se olvida demasiado deprisa y en estos tiempos de crisis y desencanto, la mirada crítica hacia el pasado se hace cada vez más necesaria, pues es de allí de donde venimos.

    Todavía recuerdo de mis tiempos de estudiante en Madrid, en los años setenta, el miedo que infundía uno de esos "eficaces" policías, Juan Antonio González Pacheco, al que se conocía como "Billy el Niño", y el terror a sus interrogatorios en la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. Curiosamente, muchos de los policías que estuvieron a sus órdenes se integraron en los ochenta en la Brigada Antigolpe, pues sus relaciones con la extrema derecha les facilitaban las labores de información como infiltrados.

    Policías como estos nunca respondieron ante ningún juez de sus actividades represivas en los últimos años del franquismo.

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Más información en estos enlaces (muy recomendable la lectura del texto del poeta Luis García Montero):

Un comisario caído en desgracia. El País, 27/09/2010

La realidad y el deseo, Luis García Montero

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José Emilio Pacheco, Las batallas en el desierto

José Emilio Pacheco, <em>Las batallas en el desierto</em>

 

    Aparece ahora en España, en la editorial Tusquets, esta novelita del mejicano José Emilio Pacheco, Premio Cervantes 2009, que fue publicada en 1981.

    El texto, breve (77 páginas), narrado en primera persona por Carlos, es una deliciosa evocación del mundo de la infancia del narrador-protagonista en México en los años inmediatamente posteriores al final de La Segunda guerra Mundial. Un mundo pequeño y pobre, de barrio de medio pelo, calles de tierra y carencias que ve cómo la clase dirigente se enriquece de forma ilícita.

    Ese es el mundo del niño Carlos, que nos va contando con prosa limpia. Y en ese mundo pequeño y cercano, ese universo de emociones, aparece el amor por Mariana. No puedo decirles más, pero imaginen lo que este breve texto emparentado con la lírica, y con un final propio de esos cuentos magistrales que dejan un buen sabor de boca en el lector, contiene. Una verdadera delicia, una pequeña obra maestra, que en alguna ocasión me ha hecho recordar al Me acuerdo de Georges Perec y a la única y desconocida novela breve de Julián Ayesta titulada Helena o el mar del verano (Edit. El Acantilado, 2000)

    Les confieso que tengo una cierta debilidad por esas sugerentes narraciones de evocación del pasado, de trayectoria elíptica, de ese mundo misterioso de la infancia y los sentimientos de felicidad, crueldad, sensualidad, a él asociados. Porque  son historias de breve trazo, incluso en ocasiones meros bocetos, que, como acuarelas, defienden su razón de ser auténtica frente a los grandes óleos de la novela.

    Pero nada mejor que empezar por el primer capítulo, aquí lo tienen. Y continúen, sin dudarlo…

 

 

José Emilio Pacheco, Las batallas en el desierto.

Edit. Tusquets. Barcelona, 2010. 77 pág. 10 €

La venganza, la pena y el amor

La venganza, la pena y el amor

 

 

 

 

El amor no tiene origen, era antes del principio. El odio, en cambio, siempre tiene una causa.

 

    El sentido de una novela no se reduce a la valoración e interpretación puramente subjetiva que el lector hace en su lectura, sino que depende de un proceso de conocimiento. Y para que este se lleve a cabo, parece necesario saber datos del momento histórico en que lo narrado tiene lugar, pues la obra existe en un contexto concreto, así como aquellos aspectos estructurales del edificio narrativo que constituyen la parte formal de la novela.

    Dicho esto, podemos convenir en que muchos lectores actuales de novelas leen estas para poder entender mejor al hombre y al mundo, para, en última instancia, entenderse mejor a sí mismos. La literatura, entonces, y especialmente la novela, es no solo una fuente de placer, sino también de conocimiento para una parte importante de lectores que leen con un fin: encontrar el sentido de la obra, desechando una lectura superficial, para dejar que aflore el pensamiento del autor.

    En El relámpago inmóvil, novela de Pedro García Montalvo, lo narrado se articula en torno a esos ingredientes que hacen que el lector se sumerja en la lectura del texto buscando el sentido último del mismo; esos ingredientes son tres temas que cruzan la novela y la arman de principio a fin: la venganza, la pena y el amor. Temas que provocarán la reflexión en el lector y que lo llevarán más allá de la lectura del texto. Una novelas de esas que al pasar la última de sus páginas el lector siente que le ha dado algo, aunque no sea capaz de saber con exactitud qué es ello.

    La acción transcurre en Madrid, a lo largo de unos meses del año 2003, época en la que se entrecruzan dos historias que tienen como protagonistas a personajes de la burguesía acomodada de la ciudad: de una parte el maduro empresario financiero Cecilio Toval, y de otra el viejo senador Mateo Salazar. Toval se siente perjudicado por Salazar, quien en su condición de senador promovió una investigación sobre temas urbanísticos que ha afectado al empresario hasta el extremo de hundir a su familia; incluso uno de sus hijos se encuentra ingresado en un sanatorio psiquiátrico gravemente enfermo como consecuencia de una crisis nerviosa sufrida a raíz de la investigación que echó por tierra un negocio inmobiliario de su padre.

    Toval quiere vengarse del senador, al que considera fuente de todo sus males, y para ello no duda en hacerle daño a través de los seres más queridos de este, su hijo Adrián y su mujer, Inma, que conforman un matrimonio abatido por la pena de la pérdida reciente de sus dos hijas en un accidente mientras esquiaban en la sierra.  Este matrimonio está empezando a salir del pozo de dolor en que estaban sumergidos.

    La novela va creciendo en intensidad a medida que el lector se adentra en la historia y el armazón temático se va desplegando de manera poderosa: la venganza es el motor que alimenta los actos del empresario Toval, aunque a veces tenga dudas sobre ella; la pena honda ha anidado en el matrimonio formado por Adrián e Inma, y el amor entre ellos y hacia sus hijas es la única salida a su dolor.

    De nuevo la eterna lucha entre el bien el mal, lo premeditado y el azar, y el peso del pasado, que ejerce su influencia en los actos de todos los protagonistas.

    El relámpago inmóvil es una novela abierta a la esperanza y a la superación del dolor, pero también es una novela en la que se ponen de manifiesto las zonas oscuras de sus personajes protagonistas, en las que cada uno de ellos siente su propia soledad y palpa el sinsentido de la existencia. Seres en el límite que le hablan al lector de lo azaroso de la vida, de esas pulsiones que conducen la existencia por los derroteros de la felicidad o del tormento.

    Mención especial merece la última parte de la novela, el momento en que Toval decide, después de dudarlo, desencadenar de manera inmisericorde su venganza. A partir de ahí, la narración adquiere un ritmo diferente, y la técnica de las secuencias simultáneas y la viveza narrativa conducen el texto hasta el final de manera impecable.

    Esta novela de García Montalvo no defraudará al lector exigente, aquel que busca el sentido de lo narrado más allá de lo leído, para quien la lectura de un texto debe ir más allá del mero entretenimiento, aquel que no ignora que novelas como esta encierran de alguna manera una visión de la condición del hombre que el buen lector trata de descubrir en la lectura.

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Pedro García Montalvo, El relámpago inmóvil.

Editorial Destino. Barcelona 2009

357 pág. 19.50 €

 

Giani Stuparich, La isla

Giani Stuparich, <em>La isla</em>

 

    A veces se encuentra uno con un libro cuya lectura lo reconcilia con la auténtica condición de ser lector. Tal es el caso de la breve novela La isla, del italiano Giani Stuparich (Trieste, 1891-Roma, 1961), un relato admirable, como afirma Claudio Magris en el posfacio, "de vida y de muerte, no conjurada sino mirada sin piedad cara a cara y resumida épicamente en el fluir de la vida".

    La brevedad del texto lo emparenta indudablemente con la lírica, con esa expresión de lo momentáneo, y la narración se va articulando de una manera aparentemente sencilla pero que en realidad encierra esa complejidad que los buenos lectores disfrutan, y a aquellos que no ahondaren tanto, tampoco les defraudará.

    La novela refiere un viaje que hacen un hijo y su viejo padre a la isla natal del Adriático para pasar allí unos días del verano, tal vez este sea el último viaje, la última oportunidad para que padre e hijo estén juntos. El hijo sabe que su padre está desahuciado, y aunque no ha hablado con él de su enfermedad de alguna manera atisba que su padre presiente un final cercano.

    El viaje a la isla y la estancia de varios días se cuenta en breves capítulos de apenas unas cuantas páginas. En esa isla sucede el encuentro entre padre e hijo, que hasta ese momento han vivido distanciados y ahora aquel descubre el cariño de este, y este ve en el padre lo que a él inexorablemente algún día le tocará vivir. Ciertamente, nunca llegamos a conocer a las personas del todo, y si se trata de familiares tal vez mucho menos.

    El abismo de la existencia, la vida, ese aprendizaje para la muerte, no dejan indiferente al lector en la lectura de esta breve pero intensa novela que hace realidad el tópico de cuando lo menos es más.

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He pasado el día de hoy en Toledo, junto con mis dos hijas. Allí viven mis padres y mi hermana y su familia. Hemos comido todos juntos. Cuando volvíamos del restaurante me he visto reflejado en la cristalera de un comercio caminando al lado de mi padre. Mi madre, unos metros más allá iba del brazo de mi hermana. Caminábamos al paso de unos ancianos de 87 años. Mi padre me iba hablando del sol y de la luz del mediodía después del frío del invierno. Por un momento la luz de Toledo me ha traído a la memoria la luz de esa isla de la novela.

En la comida he hablado con mi hermana de libros y de cine. Nos hemos recomendado algunos títulos, hablado de las manías de lector que tenemos... Los libros siempre acaban estando presentes en nuestra conversación.

Cuando nos hemos despedido he pensado en hablarle de esta novela. Estoy seguro de que la leerá algún día. No le he dicho nada. En el viaje de vuelta hacia Madrid, mientras la tarde declinaba, todavía permanecía en mi retina la luz de la ciudad que dejaba a mis espaldas y la imagen reflejada en el cristal. Ese cristal me ha devuelto mucho más que esa imagen.

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Giani Stuparich, La isla

Traducción de J. Á. Sainz

Edit. Minúscula. Barcelona, 2008. 119 págs. 13 €

Alan Bennett, Una lectora nada común

 

Raramente la literatura nos consuela, pero puede ser un espejo en el que mirarnos y reconocernos, un espejo a través del cual podemos establecer un fructífero diálogo con el texto y su contexto, con otros lectores y, en última instancia, con nosotros mismos: leer para leernos. La lectura entendida así contribuye a hacernos como individuos, a construirnos como personas, a entendernos, a levantar el armazón emocional e intelectual del que estamos hechos y  que estamos permanentemente haciendo.

Pero una cosa es la literatura y otra la lectura, de modo que podríamos considerar que existen dos modos de leer, dos tipos de lectura.

En primer lugar estaría una lectura que se proyectaría hacia el futuro, anticipatoria, en la que leemos otras vidas que nos ayudarán después a vivir la propia, pues leyendo se aprende de alguna manera a vivir en las vidas de otros. La lectura se convierte así en una auténtica educación sentimental.

En segundo lugar estaría una lectura hacia el pasado, en la que el lector trataría de encontrar una explicación a lo vivido, en una reconstrucción de la memoria tanto personal como social que en algunos casos puede llegar a cambiar la viuda a al lector. Y aún cabría considerar una tercera: la lectura sobre la marcha, irreflexiva o de puro entretenimiento, leer para pasar el rato, sin mayores pretensiones. Si en los años iniciales de formación, años de aprendizaje, prima la lectura anticipatoria, en la edad adulta predominaría la lectura retrospectiva.

Una lectora poco común, novela de Alan Bennett, es una deliciosa y divertida muestra de esa lectura hecha en la edad adulta que le cambia la vida al lector. A una lectora nada convencional en este caso, una mujer de más de ochenta años a la que podríamos incluso calificar de excepcional: la reina Isabel II de Inglaterra.

La novela relata el encuentro accidental de esta real mujer y mujer real con los libros. El argumento es muy simple: un día, persiguiendo a sus perros por los jardines de Buckingham Palace, cerca de las cocinas, un lugar que la reina no frecuenta, descubre la furgoneta de la biblioteca móvil municipal —lo que por aquí llamamos el bibliobús, vaya—, sube al vehículo para disculparse por el alboroto que han organizado los perros y decide llevarse un libro en préstamo. A partir de ahí, se le despertará una fiebre por la lectura que irá cambiando sus intereses y sus conversaciones, provocando el estupor de sus más directos colaboradores o de los jefes de Estado que la visitan.

En esa primera visita a la biblioteca ambulante conoce a Norman, un joven cocinero de las reales cocina con el que entablará una cómplice amistad con los libros de por medio. Norman le irá recomendando lecturas y la reina las irá leyendo con auténtica delectación. La novela arranca dejando claro que los gustos literarios de la realeza no existen, pues no pueden manifestar ningún tipo de preferencia que pudiera dividir al pueblo y excluir a la gente. Tal vez el lector pueda pensar que la reina sea una mujer culta o al menos amante de la cultura, pero su entorno protocolario la aleja de ello. La reina descubrirá en los libros otras vidas, otros sentimientos y otras experiencias que harán aflorar en su personalidad facetas hasta ahora insospechadas en  una mujer de su condición.

Incluso la propia reina se da cuenta de que algo está cambiando en ella:

“—La señora está cansada —decía su sirvienta, al oírla rezongar ante su mesa. Es hora de que la señora se tome un descanso.

Pero no era eso. Era la lectura, y había veces que deseaba no haber abierto nunca un libro y entrado en otra vida. La había echado a perder. O al menos la había echado a perder para su oficio.” (Pág. 62-63).

La novela es todo un homenaje al poder de la lectura para cambiar la vida al lector, de la capacidad transformadora de la buena literatura. Una historia deliciosa contada con fino humor e ironía, muy británica, en la que el autor indaga en la capacidad de la lectura en cambiar a una persona y hacerla más lúcida.

“Si le hubieran preguntado si la lectura había enriquecido su vida habría contestado que sí, sin duda alguna, aunque habría añadido con la misma certeza que al mismo tiempo la había vaciado de toda finalidad. En otra época era una mujer resuelta y segura de sí misma, que sabía cuál era su deber y tenía intención de cumplirlo todo el tiempo que pudiera. Ahora muchísimas veces estaba dubitativa. Leer no era actuar, eso era lo malo. Y a pesar de su edad era una mujer activa.

Volvió a encender la luz, tomo su libreta y escribió: «No pones la vida en los libros. La encuentras en ellos». (Pág. 100-1001).

Una novela realmente recomendable.


Alan Bennett, Una lectora nada común.

Traducción de Jaime Zulaika

Edit. Anagrama. Barcelona 2008. 119 páginas. 13 €.

Antonio Orejudo, Fabulosas narraciones por historias

Antonio Orejudo, <em>Fabulosas narraciones por historias</em>

Esta novela de Antonio Orejudo (Madrid, 1963) que ahora Tusquets ha rescatado del olvido (la primera edición es de 1996), es la historia de una turbulenta conspiración, la que en los años veinte del pasado siglo Ortega y Gasset dirigió para conseguir terminar de una vez por todas con la novela realista y que Galdós se hundiese totalmente en el olvido. Ortega, resentido por no haber podido triunfar, a pesar de haberlo intentado, en esta modalidad narrativa, se propuso desacreditar este modo de narrar poniendo en marcha una Generación Poética de los Años Veinte que impidiera el desarrollo de cualquier tipo de narración que no fuera la vanguardista y deshumanizada.

Ortega no quería acabar con la novela, sino deshumanizarla, eliminar de ella los personajes humanos y sus pasiones para así acabar con el realismo proveniente del diecinueve. En este asombroso y maquiavélico proyecto estaba incluida la creación de una editorial, la Revista de Occidente, para que fuera fagocitando a todas aquellas otras que publicasen novelas realistas. Como es sabido, el catedrático de Metafísica teorizó ampliamente en artículos y ensayos (recuérdese  en este sentido La deshumanización del arte), para crear este nuevo gusto literario, este nuevo arte, una nueva concepción de la novela en la que desaparecieran la trama y se desdibujasen los personajes. Se trataba de crear una minoría elitista, selecta, de jóvenes autores que con sus nuevas obras fueran dando cuerpo a la nueva deshumanizada literatura.

La Residencia de Estudiantes de Madrid es el centro del complot, y allí se adoctrinaba en este nuevo estilo artístico a los nuevos artistas, a los que luego la masa seguiría. Para ello, Ortega y sus secuaces no reparaban en nada, y si había que matar se mataba, quitando de en medio a todo aquel que se opusiese a este proyecto.

En la Residencia, en la que se aloja el poeta Juan Ramón Jiménez, se celebran conferencia a las que acuden, además de Ortega y el poeta andaluz, Ramón Gómez de la Serna, Ramón Pérez de Ayala y Unamuno entre otros, pero allí también tienen lugar reuniones secretas de la llamada Junta de Apoyo a la Juventud y las Artes, en las que, además de Ortega, Juan Ramón y Gómez de la Serna, participa la plana mayor de la Residencia. En una de esas reuniones, la celebrada el 4 de noviembre de 1923, se decide, a petición de Juan Ramón Jiménez, dar entrada en el grupo de minoría a Dámaso Alonso y a Rafael Alberti.

La nueva generación de escritores que propugnaba Ortega era también un negocio fabuloso, y se aseguraba a quienes financiaban este empeño, pues gente hubo que soltaron la pasta por ello, que en quince años proporcionaría un Nóbel y un mártir.

En la Residencia de Estudiantes de la calle Pinar viven tres amigos: Santos, Martiniano y Patricio, venidos de provincias a estudiar en Madrid. Patricio Cordero Pereda se ha empeñado en ser novelista, pues de casta le viene al galgo: su tío es el inmortal novelista José María de Pereda, quien se le aparece para convencerle de su talento literario y animarle a publicar la novela que tiene escrita. Pero Patricio se topa con esa conspiración en la sombra dirigida por el inmortal filósofo y todo se complicará hasta límites insospechados.

Y estos hechos suceden en el Madrid de los años veinte y treinta, años en los que el fascismo emergente convive con los movimientos obreros anarquistas y comunistas y los intentos de la República por acompasar España y Europa. En esa época y en los cafés, calles y tertulias del Madrid de aquellos años se desarrolla la historia de amistad de estos tres residentes que terminará rompiéndose como se rompió la República y las ilusiones de muchas gentes con el golpe militar del general Franco y la Guerra Civil.

Ahí también terminó la Generación del 27, pues, si bien todos los poetas continuaron escribiendo, a excepción de Lorca, fusilado en Granada en los momentos iniciales del levantamiento militar, lo hicieron diseminados y diezmados por el exilio, como Alberti y Cernuda, o acallados en el exilio interior, como Aleixandre y Dámaso Alonso.

Si quieren disfrutar leyendo, no lo duden: esta novela de Orejudo no les va a defraudar, ni el en fondo ni en la forma. Que no es poco para los tiempos que corren.

Entrevista al autor en el programa A vivir que son dos días (Cadena Ser)

Antonio Orejudo, Fabulosas narraciones por historias.

Edit. Tusquets. Barcelona 2007. 379 páginas. 20 €.