Blogia
Leyendo a la sombra

Una noticia de ahora (aunque a muchos no se lo parezca)

Esta es una de esas noticias cuya lectura no deja indiferente e incluso puede llegar a ser inquietante para algunos. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha dicho en varias ocasiones en la pasada campaña electoral que profesores y alumnos no deben tutearse, sino tratarse de usted, y que se debe recuperar la costumbre de que los alumnos se pongan de pie cuando al aula entre un profesor.

Como era de suponer, ya han surgido opiniones a favor y en contra, y ya hay quien ve en la propuesta del presidente francés el inicio de un rearme moral del que estamos realmente necesitados; otros, por el contrario, opinan que supeditar todo a lo meramente formal no conduce a ningún sitio. Los sectores conservadores parecen ver con buenos ojos la propuesta del francés, mientras que sectores progresistas sostienen que más bien parece una vuelta al pasado, un anacronismo impropio de la época que vivimos.

Una vez más, se pone en evidencia lo fácil que es incurrir en los tópicos. Parece como si el respeto fuera patrimonio exclusivo de la derecha, y la autoridad del profesor debiera hacerse evidente, marcar las distancias, se dice, colocar a cada uno en su sitio. De paso, no faltará quien aproveche para cargar una vez más contra el sistema educativo. Por otra parte, qué fácil es identificar posiciones progresistas con actitudes disolutas. En fin, lo de siempre. Ya vendrán después los matices, supongo.

Al leer esta noticia, he rememorado mis tiempos de internado. Época de pantalón con rodillera, zapatos “gorila”, cartera de cuero —aún no existían las mochilas—, dormitorios con literas, estudio vigilado y miedo. El miedo presidía las relaciones entre alumnos y profesores. Y castigos, estúpidos, arbitrarios —a veces sádicos— castigos que sólo tenían como fin en muchos casos, demasiados casos, humillar a los alumnos, dejar claro que allí no existían relaciones de poder, sólo existía el poder. Unos lo tenían y otros se sometían a él. No era posible discutir nada, sólo había una opinión, la del jerárquicamente superior. Los alumnos no podían expresar su punto de vista, simplemente acataban lo que los adultos decían, se les educaba en el sometimiento

En más de una ocasión me tocó aguantar la reprimenda del director del internado o de alguno de los cuidadores. Sabíamos que después de las voces y los gestos grotescos vendría el castigo. Ni siquiera nos atrevíamos a mirar a la cara a quienes nos acusaban, pues hacerlo podría ser entendido como un atrevimiento, como una muestra de osadía, que no iba a quedar impune.

Esta noticia me ha traído a la memoria aquella época, casi olvidada, que pasé en aquel internado de la calle El Sol, cuyas puertas traspasábamos cuatro veces al día. El colegio, distante apenas cuatrocientos metros, estaba en un edificio vetusto, con fachada de piedra y portada neogótica, sobre la que colgaba un rótulo con el nombre del lugar: Colegio Electrón. Allí pasábamos la mañana, hasta el mediodía, momento en que volvíamos a comer al internado, para regresar después al colegio para las clases de la tarde. Una vez que terminaban estas, otra vez de vuelta al internado; merendar, estudio vigilado, un rato de ocio, la cena, otro rato de estudio y a los dormitorios. Si había algún partido se nos permitía verlo como algo excepcional en un televisor en blanco y negro encaramado a una estantería en el fondo del estudio. Las más de las veces, ya en los dormitorios, alguno que había visto recientemente una película nos la contaba en voz baja. Auténticos narradores que susurraban lo visto a un complaciente auditorio que se adormecía en los pasajes más aburridos de la narración.

Una tarde, cuando regresábamos al internado, un avión dibujaba con su estela blanca una figura en el cielo. Al día siguiente, el profesor de “Política” nos dijo orgulloso que el avión había dibujado en el cielo el número 25. Nadie dijo nada. El profesor, señalando con su dedo la calle nos dijo: “¡25! ¡25 años de paz! ¡Es que no os enteráis de nada!”. En efecto, nada más cierto, no nos enterábamos de nada.

Tuvieron que pasar unos años para que empezara a enterarme de algo. Todavía sigo haciéndolo.

Esta mañana cuando he entrado en clase, he saludado a mis alumnos y les he explicado la poesía española de los años cincuenta. Hemos leído algunos poemas de Celaya y de José Hierro. En esos momentos sólo me interesaba que entendieran los textos, que fueran capaces de aproximarse al sentimiento de aquellos autores que escribieron esos poemas en aquellas difíciles circunstancias, que juntos nos alzáramos al plano superior de la comprensión y disfrute de la poesía. Nada más (¡y nada menos!).

4 comentarios

Portorosa -

Es que no hay fórmulas mágicas, como en nada.
Pero enhorabuena por tu planteamiento. Actitudes, sí que las hay mágicas.

Un saludo.

El lector a la sombra -

Totalmente de acuerdo, Meritxell. Corren tiempos difíciles, ciertamente... Qué fácil es acabar siendo carne de cañón.

Meritxell -

Qué post más nostálgico te ha salido. Con tus zapatos Gorila, sintiéndote tan controlado en el estudio, con el miedo y esa sensación de avasallamiento en la relación con tus profesores. Es la época que nos tocó vivir y que lamentaríamos mucho volver a reproducir con nuestros alumnos. El respeto no se inculca con el miedo, pero sí con el diálogo y con el apoyo al profesor. Tampoco se puede trabajar bien en la casa de Toquemeroque, sin orden ni concierto. Algunos centros educativos son muy parecidos a eso, al desorden, al avasallamiento del profesor...vamos, otro infierno semejante al nuestro de antaño. Solo que el poder está en manos del alumnado desaprensivo y salvaje, obligado a estar en las aulas y sin ningún respeto ni miramiento a los demás.

Saludos.

Gatito viejo -

Me quedo con tu enfoque: hacer que tus alumnos puedan disfrutar de la poesía, acercarse a ella a través de los textos. Conocer,descubrir, poder leer sin censura. El miedo no es un buen compañero del aprendizaje.
Saludos