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Leyendo a la sombra

Las lecturas del lector a la sombra

Vivir es algo más que respirar. Y morir tiene que ser algo más que dejar de respirar, supongo.

<i>Vivir es algo más que respirar. Y morir tiene que ser algo más que dejar de respirar, supongo.</i>

Los amigos. Kazumi Yumoto.

Traducc. De José Pazó Espinoa.

Noctura Ediciones. 210 pág. 14,90€

 

 

   Nocturna Ediciones ha publicado este año Los amigos,  la primera novela de la escritora japonesa Kazumi Yumoto. El texto se editó originalmente en 1992 y obtuvo varios premios internacionales y muy pronto fue traducida a varios idiomas. Yumoto (Tokio, 1959) pertenece a esa generación de nuevas escritoras que están empezando a ser conocidas por el lector en lengua española, como es el caso de Hiromi Kawakani; conocimiento lento, pues la figura de Murakami parece eclipsar para el lector español a los demás autores japoneses actuales.

   La novela narra una historia bastante simple: tres niños –Kiyama, Kawabe y Yasamitha– de unos doce o trece años, un día, al fallecer la abuela de uno de ellos, se plantean ver la muerte de cerca, ya que nunca han visto morir a nadie. La idea que alumbra su curiosidad es espiar durante las vacaciones de verano a un viejo que vive solo, en una pequeña casa con jardín, y al que consideran, dada su avanzada edad, candidato próximo a la muerte. Eso creen que les permitirá ver de cerca el suceso que tanto desean conocer: la muerte del anciano.

   Pero con lo que no cuentan es con que ese sentimiento de morbosidad dará un giro inesperado cuando se hacen amigos del viejo. Esa amistad les llevará a conocer no la muerte, sino circunstancias de la vida, esos avatares de la existencia como la amistad, la soledad, la vejez, la pérdida… En fin, los meandros inescrutables de la existencia. Así, la novela se convierte en una delicada historia de iniciación y aprendizaje, y el lector asiste a la transformación de los tres muchachos en ese verano en el que empiezan a abandonar el territorio de la infancia para comenzar a adentrarse en el de la pubertad. Ya nada será igual desde ese verano.

   La historia la refiere en primera persona uno de los niños, Kiyama, que cuenta en la novela el inicio de su vocación como escritor. Con una prosa limpia que mezcla pasajes cómicos con otros realmente duros, como la experiencia que el viejo cuenta que tuvo en la II Guerra Mundial, la autora nos lleva al mundo de la infancia, de la pérdida de la inocencia, a la indagación sobre la muerte de unos niños que ya nunca lo serán.

   Es fácil para el lector sentirse próximo a esos chicos,  y de alguna manera hacer suya la reflexión que lleva implícita la novela: hay un momento en la vida en que percibes que se ha producido una fractura, una falla. Tal vez en ese momento no seas capaz de verlo en toda su dimensión, pero el tiempo te trae después la visión y el reconocimiento. Ya eres distinto, y eso puede producir una cierta zozobra.

   No importa, dejemos que lo que tenga que cambiar cambie. No nos aferremos inútilmente a aquello que nos impide ser diferentes, dejemos que las cosas sucedan y seamos partícipes y espectadores de esos cambios... Unas barreras caen para dar paso a otras que también caerán…


El mar secreto

 

Me pareció cuando entré que la uci de neonatos estaba muy iluminada. Eso me extrañó.

Cinco minutos, dijo la enfermera. Cinco minutos, ¿qué voy a hacer aquí cinco minutos? Estaba de pie frente a una incubadora, dentro de una bata desechable de color verde, mirando a un bebé de apenas un mes que dormitaba sedado. Seguí con la mirada el manojo de cables que le brotaban del pecho hasta unos pequeños monitores con gráficos y cifras cambiantes. Me conmovió la respiración agitada, su pecho subía y bajaba como si hubiera hecho un gran esfuerzo. Le miré los pies y las manos, cerradas, con unas uñas muy pequeñas, casi transparentes. Miré alrededor. Apenas había alguna incubadora vacía, tal vez dos o tres. Las demás tenían al lado monitores con gráficos y números. En algunas de ellas una madre o un padre, supuse, miraban en silencio a su bebé. Solo se oía un leve zumbido y tenues e intermitentes pitidos provenientes de alguno de aquellos aparatos eléctricos.

No recuerdo bien por qué, pero el caso es que hace veintitantos años una tarde de invierno estoy delante de una incubadora en la UCI de neonatos de un hospital, y apenas puedo mirar al bebé, un niño con unos pocos días, no recuerdo cuántos. Antes de entrar ya sabía que el bebé moriría, su pequeño corazón; su futuro, pensaba, limitaba irremediablemente con esa incubadora. Tenía ganas de salir de allí, pero no quería ver a los padres del bebé, con los que había estado en una sala adyacente unos minutos antes. Pensaba qué cara poner, qué decir, a dónde mirar. Salí antes de que se cumpliera el plazo de la enfermera.

Estos recuerdos han venido en oleadas con la lectura de la novela El nadador en el Mar Secreto, del estadounidense William Kotzwinkle. El libro se publicó en Estados Unidos en 1975, ganó algún premio prestigioso y cayó en el olvido. Hasta que en 2012 el libro aparece citado en la última novela de Ian McEwan, y a partir de ahí ha empezado a tener una nueva vida que lo ha llevado hasta la edición en España, en una traducción de Enrique de Hériz, de la editorial barcelonesa Navona.

William Kotzwinkle (Scranton, Pensilvania, 1938) es escritor de novelas fantásticas y libros infantiles, y autor de la versión en novela de la película E.T. El nadador en el Mar Secreto surge como un acto de desesperación a raíz de la muerte de su primer hijo en 1975, al que vio nacer muerto en el paritorio. Después de la autopsia, Kotzwinkle cogió el cuerpo de su hijo, lo metió en una caja y lo llevó en un trineo al lugar en el que lo enterró. Después, se encerró a escribir esta novela corta, apenas 90 páginas en la edición española.

La novela se inicia la noche en que Diane le dice a Laski, su marido, que acaba de romper aguas, y este arranca su vieja camioneta para dirigirse al hospital. Viven en el bosque, rodeados de árboles y nieve y se ponen en marcha por carreteras nevadas y heladas, ejecutando con precisión los gestos ya pensados previamente que los llevarían esa noche a través de cincuenta quilómetros de carreteras solitarias hasta el hospital donde nacería su hijo.

A partir de ese momento el lector se adentra en el texto de la mano de un narrador omnisciente que de una manera extrañamente contenida, minimalista, nos va contando cómo estos dos seres inician un ilusionado viaje hacia la vida, pero desconocen que la desgarradora muerte les espera en ese hospital. Ya no serán nunca los mismos, pues la pérdida siempre permanece ahí, agazapada para siempre, en el mar secreto, ese mar secreto que se ha llevado a su hijo a su abismo. Ese mar, que era el de la inocencia, el de la felicidad deseada, termina siendo el del dolor y el de la muerte.

Ahora vuelvo a recordar aquella incubadora. Aquel niño también era un nadador en su mar secreto. Allí se hundió para siempre en el recuerdo. Me pregunto si alguien más lo recordará.


William Kotzwinkle, El nadador en el Mar Secreto

Edit. Navona. Barcelona 2014. 90 páginas. 11,50 €

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Alice Munro, Premio Nobel de Literatura 2013

   

  

 

La Literatura (con mayúsculas) está de enhorabuena con la concesión del Premio Nobel de Literatura a la autora canadiense Alice Munro, de cuyo libro Escapada ya se habló en este blog.

    Uno lee los cuentos de esta escritora y siente que participa en el festín de la gran Literatura, de esa escritura que surge como de modo natural y que habla de lo sencillo y lo corriente, incluso lo trivial y lo banal. Pero el lector enseguida percibe que en eso tan aparentemente pequeño hay una grandeza que atrapa, que te empapa ya desde las primeras líneas.

    Esta mañana, mientras mis alumnos de 2º de Bachillerato hacían un examen y se afanaban en constatar las características lingüísticas de un texto científico, he leído uno de los cuentos de Mi vida querida, su último libro. Entonces, durante la lectura he tenido el privilegio de adentrarme con Jackson en la granja de Belle, y ese hombre, que vuelve de la guerra y se tira de un tren en marcha y camina por el campo sin dirección fija, hasta dar con esa granja y sin saber por qué allí se queda un tiempo, me ha llevado a un territorio muy lejos de allí, el verdadero territorio de la imaginación.

    Ese cuento, que curiosamente se titula "Tren", me ha sacado de las paredes de esa clase por unos momentos. Por eso, y tal vez solo por eso, su lectura ha merecido la pena.

"Una fascinación ilimitada", artículo de Antonio Muñoz Molina en El País.

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Esta ciudad irá donde tú vayas

Luisgé Martín, La misma ciudad.

Edit. Anagrama. Barcelona 2013.

131 páginas. 13,90 €

 

 

   Brandon Moy es un brillante abogado que trabaja en el piso 95 de las Torres Gemelas. Vive en un apartamento cerca de Central Park con su mujer Adriana y su hijo Brent, y posee una pequeña casa en Long Island.

   El lunes 10 de septiembre de 2001, ya de noche, de camino a casa, se entretuvo un instante a mirar por los ventanales a los clientes del restaurante Continental, uno de los más valorados de la ciudad. Detrás de las cristaleras vio a un antiguo compañero de la adolescencia, al que había perdido la pista desde los años de la universidad, que salía con una mujer del restaurante.

   Moy y su antiguo compañero, Albert Fergus, se saludan efusivamente y este le cuenta al joven abogado la peripecia vital desde los años de la universidad: viajes, diversos empleos, relaciones con mujeres, drogas… En ese instante Brandon siente que su existencia es insignificante, un conjunto de renuncias y humillaciones, de deseos no cumplidos, justo lo contrario a la vida de libertad de Fergus.

   Al día siguiente, se levanta tarde, y camino del trabajo la policía le impide seguir. Las Torres Gemelas han sido atacadas. Brandon tiene un impulso que le va a cambiar la vida: aprovechar esa hecatombe para desaparecer, esfumarse, hacerse pasar por una de las víctimas del ataque y poder vivir sus anhelos e ilusiones perdidas.

   A partir de este momento la historia irá desgranando las peripecias de Brandon relatadas por un narrador que en diversas ocasiones tuvo contacto con él y al que le refirió su impostura y su existencia: de Nueva York a Boston, Madrid, varios países de Hispanoamérica, ciudades italianas…, convertido en Albert Tracy. Una vida muchas veces al filo del abismo.

   La novela se construye a partir de un poema de Kavafis, La ciudad, que se reproduce en la página 79, traducción del poeta Ángel González y que también aparece en la novela de Juan Marsé El embrujo de Shanghai:

Dices: «Iré a otras tierras, a otros mares.

Buscaré una ciudad mejor que ésta

en la que mis afanes no se cumplieron nunca,

frío sepulcro de mi sentimiento.

¿Hasta cuándo errará mi alma en este laberinto?

Mire hacia donde mire, sólo veo

la negra ruina de mi vida,

tiempo ya consumido que aquí desperdicié.»

 

No existen para ti otras tierras, otros mares.

Esta ciudad irá donde tú vayas.

Recorrerás las mismas calles siempre. En el mismo

arrabal te harás viejo. Irás encaneciendo

en idéntica casa.

Nunca abandonarás esta ciudad. Ya para ti no hay otra,

ni barcos ni caminos que te libren de ella.

Porque no sólo aquí perdiste tú la vida:

en todo el mundo la desbarataste.

 

   Esta historia que arranca del atentado a las Torres Gemelas es una profunda reflexión sobre esa crisis de identidad que hace que en un determinado momento veamos nuestra propia vida como un fracaso, frente al triunfo de la vida de los demás. Ese vano empeño de lo nuevo, de lo posible, de lo que no fue, cuando “No existen para ti otras tierras, otros mares./ Esta ciudad irá donde tú vayas”.

   Tal vez lo más interesante del libro sea que todo él es en el fondo una mirada, tal vez una pregunta, sobre la posibilidad de la felicidad.

   Creo que el libro bien merece una lectura, son apenas 130 páginas, y aunque tal vez pueda estar de más alguna peripecia, lo cierto es que el desarrollo de la trama y la contención en el lenguaje, bastante sobrio, por cierto, lo que es de agradecer, hacen que la lectura te enganche.

   Al posible lector le diría que esta novela tal vez sea una digna muestra de esa literatura en la que uno no encuentra respuestas, sino que se le plantean más preguntas. Eso produce una cierta desazón. La vida misma. La misma vida. La misma ciudad. Pero quién dijo que leer nos hace felices…

   “No soy feliz. Pero ahora al menos sé que no podré serlo. No hay incertidumbre, y eso, a mi juicio, es una forma de felicidad”, le confiesa el protagonista al narrador testigo que refiere la historia.

   Al menos leer este libro no deja indiferente.

 

¿Qué hemos hecho mal?

¿Qué hemos hecho mal?

    Eso es lo que no dejo de preguntarme desde hace meses: ¿Qué habremos hecho mal? Y no me puedo contestar. No señor, no puedo.

    Y es que son tantas las respuestas que enseguida me surgen otras preguntas: ¿Nadie se dio cuenta? ¿Nadie? ¿Verdaderamente nos merecemos esto?

    Y cada vez que leo el periódico, escucho las noticias o veo los informativos de alguna cadena de televisión, las caras de Bárcenas, de Jesús Sepúlveda, de Fabra, de Javier Guerrero, de Rato…, me llevan a hacerme la misma reflexión: esto no debería estar pasando, no debería. Y si está pasando, aquí debe haber necesariamente un plan superior que explique lo inexplicable, esta especie de revolución de ricos. Porque esto es lo que a mí me parece que está pasando: la inversión de la lógica, los ricos están haciendo su revolución y la estamos pagando los demás, y cuando la ciudadanía levanta la voz y alza la palabra se la criminaliza, no se puede protestar, hay que aguantarse, ahora vais a pagar vuestros excesos.

    Aguantar. Maldita palabra. Aguantar Bankia, el expolio de las cajas de ahorro, la red Gürtel, la reforma laboral, sí, aquella que iba a crear empleo, miles de empleos, la privatización de la sanidad pública, los ERE de Andalucía, y etc., etc., etc.

    Imagino a uno de esos oscuros oligarcas de las viñetas de El Roto diciéndoles a otros como él: “Se acabó, hasta aquí hemos llegado. Es hora ya de hacer caja como sea, con lo que sea y a costa de quien sea”.

    Porque si no, no me lo explico. Esto no ha podido ser de otra manera. Y a partir de ahí los fines se disparan sin importar los medios. Y nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que nos creíamos suecos cuando en realidad somos pobres. Ay, esa España mía, esa España nuestra…

    La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y alma inquieta, ha de tener su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta. El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero…

    Yo no sé si don Antonio Machado nos dejó esa foto fija inamovible para siempre. No sé si ese mañana vacío y pasajero será nuestro hoy. No sé si, como dice el poeta, después de ese mañana efímero surgirá la España de la rabia y de la idea. Tal vez la rabia sí. Pero la idea… ¿Dónde están las ideas? ¿Dónde ese español que quiere vivir y a vivir empieza?

    En esta pesadilla no es posible sino la náusea. Otro poeta, Francisco de Quevedo, a principios del siglo XVII, lo expresó así:

 

Miré los muros de la patria mía,

si un tiempo fuertes ya desmoronados,

de la carrera de la edad cansados,

por quien caduca ya su valentía.

 

Salime al campo. Vi que el sol bebía

los arroyos del hielo desatados,

y del monte quejosos los ganados

que con sombras hurtó su luz al día.

 

Entré en mi casa. Vi que amancillada,

de anciana habitación era despojos;

mi báculo más corvo y menos fuerte.

 

Vencida de la edad sentí mi espada

y no hallé cosa en que poner los ojos

que no fuese recuerdo de la muerte.

 

    La muerte, dueña y señora. La muerte de la dignidad, de las ideas, de la esperanza, del futuro, de la imaginación.

    Tengo la sensación de que algo ha acabado, de que algo se ha muerto para siempre y tal vez nunca vuelva. Queda poco lugar para el optimismo, y solamente esos patéticos políticos con las espaldas bien cubiertas se atreven a hablar de futuro. ¿Qué futuro?

    Solo me viene a la cabeza el pasado y veo que nunca tuvimos una revolución burguesa, que en el largo y oscuro franquismo no existía una cultura de izquierdas; había, eso sí, determinada gente de izquierdas, pero nada más. Y esa mentalidad de izquierdas se acabó cuando esa gente llegó al poder. Cultura democrática verdadera, eso es lo que echo de menos en este país.

    Lo explica muy bien Antonio Muñoz Molina en su ensayo Todo lo que era sólido:

 

    En Granada, hacia mediados de los ochenta, un concejal comunista enamorado de las pompas barrocas inventó una Ofrenda Floral a la Virgen de las Angustias: un día determinado, creo que en septiembre, particulares, instituciones, colegios profesionales, cofradías, escuelas, equipos deportivos, llevaban ramos y coronas de flores que iban cubriendo poco a poco la fachada entera de la basílica de la Virgen. El entusiasmo de los medios fue inmediato: los periódicos de la ciudad invitaban a participar en la convocatoria y publicaban imágenes de las ofrendas en la primera página; las emisoras de radio la transmitían en directo. Al cabo de dos o tres años aquella iniciativa ya se había convertido en una tradición de la ciudad. Lo decía el periódico, lo repetían los locutores en la televisión y en la radio: «la tradicional ofrenda a la Virgen de las Angustias» (página 71).


    Ese ha sido el poder en nuestro país, esa es la viva imagen de la perversión de las ideas. Ese el nuevo lenguaje, el nuevo léxico que hoy y ahora más que nunca sigue dando sus frutos: despido diferido, simulación de despido, reajustes… Una verdadera ocupación del lenguaje, brutal, descarada, filofascista.

    En fin, ya lo dijo Orwell: El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen a verdades y que sea respetable el crimen. Y si no, que se lo digan a muchos de nuestros “políticos ejemplares”, esos que se van de rositas porque vuelven a ser elegidos una y otra vez a pesar de sus corruptelas y chanchullos.

    Solo nos falta un Beppo Grillo… Al tiempo.

    Estas reflexiones surgen de la lectura del magnífico ensayo de Antonio Muñoz Molina sobre la situación actual, muy lejos ya de aquella Transición supuestamente ejemplar que abrió tantas esperanzas, en el que afirma que esto está liquidado, que en treinta y tantos años de democracia y después de cuarenta de dictadura no se ha hecho en nuestro país ninguna pedagogía democrática. ¿Y quién la va a hacer ahora?, se pregunta, ¿los partidos políticos? Esto debe excluirse, dice Muñoz Molina, pues los partidos son una de las causas de nuestra postración democrática. La regeneración habrá de llevarla  a cabo la ciudadanía. Este es el dictamen, estremecedor, del autor:

 

    Hace falta una serena rebelión cívica que a la manera del movimiento americano por los derechos civiles utilice con inteligencia y astucia todos los recursos de las leyes y toda la fuerza de la movilización para rescatar los territorios de soberanía usurpados por la clase política. Hay que exigir de manera eficaz la limitación de mandatos, las listas electorales abiertas, la profesionalidad y la independencia de la administración, la revisión cuidadosa de toda la maraña de organismos y empresas oficiales para decidir qué puede aligerarse o suprimirse, a qué límites estrictos tienen que estar sujetos el número de puestos y las remuneraciones, qué normas se deben eliminar para que no interfieran dañinamente con las iniciativas empresariales capaces de crear verdadera riqueza, qué hay que hacer para alentar y atraer el talento en vez de ponerle obstáculos y someterlo a chantajes políticos. Hay que defender sin timidez ni mala conciencia el valor de lo público, que lleva tantos años sometido obstinadamente al descrédito, a la interesada hipocresía de los que lo identifican siempre con la burocracia y la ineficiencia y celebran por comparación el presunto dinamismo de la gestión privada, y a continuación aprovechan contratos públicos amañados para enriquecerse, y renegando del estado saquean sus bienes y se quedan a bajo precio y a beneficio de unos pocos lo que había pertenecido a todos, lo mismo una red de trenes que el suministro de agua de una ciudad, el patrimonio común convertido en despojos. (página 245)

   

    Creo que este desgarrador libro es ahora más que nunca una lectura necesaria para rearmarnos de civismo, de lealtad a unos valores que están desgastándose cada día, para entender el supremo valor de lo público, la grandeza de servir al bien común.

    Lean, si no, lo siguiente y anímense a leer el resto. Merece realmente la pena:

 

    En treinta y tantos años de democracia y después de casi cuarenta de dictadura no se ha hecho ninguna pedagogía democrática. La democracia tiene que ser enseñada, porque no es natural, porque va en contra de inclinaciones muy arraigadas en los seres humanos. Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles. Lo natural es el clan familiar y la tribu, los lazos de sangre, el recelo hacia los forasteros, el apego a lo conocido, el rechazo de quien habla otra lengua o tiene otro color de pelo o de piel. Y la tendencia infantil y adolescente a poner las propias apetencias por encima de todo, sin reparar en las consecuencias que pueden tener para los otros, es tan poderosa que hacen falta muchos años de constante educación para corregirla. Lo natural es exigir límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo. Creerse uno el centro del mundo es tan natural como creer que la Tierra ocupa el centro del universo y que el Sol gira alrededor de ella. El prejuicio es mucho más natural que la vocación sincera de saber. Lo natural es la barbarie, no la civilización, el grito o el puñetazo y no el argumento persuasivo, la fruición inmediata y no el empeño a largo plazo. Lo natural es que haya señores y súbditos, no ciudadanos que delegan en otros, temporalmente y bajo estrictas condiciones, el ejercicio de la soberanía y la administración del bien común. Lo natural es la ignorancia: no hay aprendizaje que no requiera un esfuerzo y que no tarde en dar fruto. Y si la democracia no se enseña con paciencia y dedicación y no se aprende en la práctica cotidiana, sus grandes principios quedan en el vacío o sirven como pantalla a la corrupción y a la demagogia.

    La única manera de predicar la democracia es con el ejemplo. Y con el ejemplo de sus actos y de sus palabras lo que han predicado con abrumadora frecuencia en España la mayoría de los dirigentes políticos y de sus propagandistas ha sido lo contrario de la democracia. Han predicado la greña, la violencia verbal, la irresponsabilidad personal y colectiva, el halago, la intransigencia, la palabrería embustera, la falta de rigor, la indulgencia hacia el robo, el victimismo, el narcisismo, la paletería satisfecha, el odio, la grosería populista, el desprecio a las leyes. Han incumplido las normas legales que ellos mismos aprobaban. Han declarado intocable un paisaje natural y a continuación no han hecho nada para impedir que un especulador inmobiliario protegido por ellos talara miles de árboles o desecara un humedal para construir viviendas de lujo y campos de golf.

    En la persecución de sus intereses no han tenido reparos en desacreditar y socavar cuando les convenía las bases mismas del sistema que nos sustenta a todos. Si una sentencia judicial no les ha favorecido han negado la legitimidad de los tribunales. Si una investigación policial ha dañado sus intereses o no ha dado los resultados que ellos deseaban han procurado desacreditar a la policía y en cuanto han recobrado el poder han castigado a quienes por cumplir con su deber profesional los incomodaban. Pero no habrían tenido tanto éxito en esa tarea si no hubieran contado con tantos cómplices entre esa clase entre periodística e intelectual que es la parte más visible de la opinión pública.

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Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido.

Edit. Seix Barral. Barcelona 2013.

253 páginas. 18.50 €


Teju Cole, Ciudad abierta

Teju Cole, <em>Ciudad abierta</em>

Teju Cole, Ciudad abierta

Traducción de Marcelo Cohen

Edit. Acantilado. Barcelona, 2012. 295 páginas. 22 €.

 

    Los amores que matan nunca mueren —Joaquín Sabina dixit—, y esta novela nace del amor a la ciudad de Nueva York, sus gentes, sus luces y sus sombras y el aire que sus habitantes respiran. El lector de esta novela recorre su epidermis en los paseos que refiere el protagonista por las calles, parques, cruces, estaciones de metro… Pero también recorremos la dermis, esa parte interna del protagonista a través de sus pensamientos, emociones y contradicciones.

    Diríase que como en un cuadro de Edward Hopper, lo que se ve da paso a lo que no se ve, y ese hombre que pasea solo por las calles, plazas y parques de la ciudad de Nueva York, que deambula cruzándose con gentes, embebido en sus pensamientos, nos transporta de su viaje exterior a su viaje interior. Y aquí radica uno de los atractivos de la novela, esa doble piel, ese doble paisaje, el mundo de fuera y el de dentro, los dos igual de complejos, misteriosos. Ambos llenos de zonas grises que nunca se aclaran del todo, como velados en un sutil juego de escamoteo. Los meandros del pasear y los meandros del recordar, entrelazándose sutilmente, apenas sin artificio, de manera natural.

    Este hombre es Julius, un psiquiatra nigeriano, que está haciendo la residencia en un hospital de la ciudad. Recorre la piel de la gran manzana a cualquier hora, unas veces a la tarde, después de la salida del trabajo, otras por la noche. En una ocasión casi al amanecer, después de una fiesta. En ese recorrido la mirada de este hombre de color se proyecta sobre los demás, con los que establece relaciones esporádicas, momentáneas. Con otros mantiene una relación intermitente, como ocurre con el viejo profesor de literatura. La narración avanza así en digresiones surgidas de ese deambular por la ciudad, los encuentros y los recuerdos, como el de Nadège, la mujer con la que mantuvo una relación, o la abuela alemana de la que hace años que nada sabe, y de la que intuye que fue violado por un soldado soviético.

    Esas digresiones se orientan hacia la política, la literatura, la música… Tejiendo un sugerente entramado narrativo que de alguna manera atrapa y envuelve. En ese tejer la historia, el paisaje y los personajes, el lector va topándose inopinadamente con paisajes urbanos que se van entretejiendo con las reflexiones del narrador, que en su soledad dirige la mirada hacia los demás, principalmente inmigrantes, gentes diferentes como él (africanos, asiáticos, árabes). Así va fluyendo la historia, lentamente, como una caricia sobre la piel de Nueva York.

    Ciudad abierta es una buena muestra de esa narrativa del yo, muy cercana a la autoficción y a la novela-ensayo. Los lectores la disfrutarán, sin duda, pues no hay nada como un paseo lento para disfrutar, a través de esa sutil mirada, del paisaje y el paisanaje de esa ciudad, acaso extraña metáfora de un nuevo mundo.

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Editorial Acantilado

El autor habla de su novela en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona

Empieza a leer Ciudad abierta


Niccolò Ammaniti, Tú y yo

Niccolò Ammaniti, <em>Tú y yo</em>

   

Niccolò Ammaniti, Tú y yo. Traducción de Juan Manuel Salmerón

Edit. Anagrama. Barcelona 2012. 131 páginas, 14,90 €

 

    Sucede a veces que al doblar una de las esquinas de la vida uno se da de bruces con un hecho que le cambia, lo transforma para siempre. Tal vez en ese instante no se es capaz de comprender el alcance de lo que ha ocurrido, acaso se necesita un tiempo para que los efectos se manifiesten y darse cuenta de que algo ha cambiado en uno, de que ya no eres igual al que eras, como si otro yo empezara a asomar la cabeza y te dijera: “¡Eh! Estoy aquí, y he venido para quedarme”.

    No creo que sea fácil contar bien una  de esas historias en  131 páginas, y hacerlo de una manera convincente que no te deje indiferente. Y eso es exactamente lo que ha hecho Niccolò Ammaniti en Tú y yo, su última novela publicada por Anagrama.

    La historia está narrada en primera persona por Lorenzo Cavani, un hombre que está tomando un café y rememora un episodio que le sucedió a los catorce años. En febrero de ese año se inventa una invitación a esquiar con unos amigos del instituto, pero lo que realmente hace es encerrarse en el trastero con su consola de videojuegos y provisiones para pasar solo una semana, lejos de los amigos que no tiene y sus padres, que están muy preocupados por que su hijo sea un chico normal.

    Lorenzo se las promete muy felices en su trastero, amplio, con muebles viejos, cajas de libros y cachivaches de mil clases, encantado de su soledad pero su pequeño mundo al margen se ve de pronto invadido por su hermanastra Olivia, a la que hace años que no ve y apenas recuerda y que se presenta en un lamentable estado  pidiéndole ayuda. Lorenzo intenta seguir en su mundo, en su burbuja, pero poco a poco empieza a surgir una relación entre los dos hermanos y el chico empieza a entender lo que le sucede a Olivia y le hace enfrentarse al mundo real.

    Aunque en un primer momento no sabemos qué le sucede a Olivia, poco a poco lo vamos descubriendo y no hace falta que el narrador vaya más allá.

    Tú y yo es un relato sobre el final de la adolescencia, sobre la soledad, la esperanza y el fracaso. La novela se lee casi sin sentir, como una lectura leve que poco a poco va desvelando sus matices, como sin querer, como esa cucharada que paladeas y poco a poco se adueñan de tu boca los sabores y matices que algún día recordarás.

    La empecé a leer anoche, en la cama. Hacía mucho calor y la ventana abierta me traía apenas el rumor de los escasos paseantes que recorren las calles de la judería de Toledo a la luz de las farolas. Pasos tranquilos y conversaciones en idiomas diferentes al mío.

    Cuando quise darme cuenta, me faltaban apenas diez o doce páginas para terminar la novela. Decidí entonces interrumpir la lectura y dejar el final para el día siguiente. Sí, pensé, es una buena decisión, mañana domingo tengo dos propuestas interesantes: terminar el libro y ver la final olímpica de baloncesto entre España y Estados Unidos.

    Dejé el libro cerrado en la mesilla y me levanté a beber agua. Me asomé a una de las ventanas del comedor desde la que se puede divisar una parte de la ciudad. La luz lechosa de las farolas ilumina las calles vacías, el empedrado del suelo parece diferente. En la oscuridad los muebles de la habitación revelan sus contornos. Me siento a oscuras en la butaca de mi padre. Cierro los ojos y me dejo llevar por los vericuetos de los recuerdos. Por un instante pienso qué recuerdo seré yo algún día en la memoria de mis hijas.

    Vuelvo a la cama y pienso cómo acabará la novela. Creo que a alguno de mis alumnos esta lectura les va a gustar. Tú y yo es un  buen libro, una buena historia bien contada, que pondrá en marcha los reflejos sentimentales del lector. Merece la pena leerla y habrá que estar atentos a este autor.

    Bertolucci ha rodado la versión cinematográfica de esta novela.

    Entrevista al autor en El Cultural del diario El Mundo.


 

Javier Gutiérrez, Un buen chico

Javier Gutiérrez, <em>Un buen chico</em>

Javier Gutiérrez, Un buen chico

Edit. Mondadori. Barcelona 2012. 139 páginas. 15,90 €

 

      Polo camina una tarde de invierno por una céntrica calle de Madrid. Entre la gente con la que se cruza reconoce a Blanca, una antigua amiga a la que hace diez años que no ve, desde que sucedió un terrible y brutal acontecimiento que ocasionó la disolución del grupo de música en el que los dos tocaban con otros compañeros de la universidad. La mujer no lo reconoce y él decide seguir su camino. Pero por un impulso la sigue y empieza a recordar hechos de un pasado que sigue vivo en él, que de alguna manera lo persigue;  y cree reconocer en la visión de Blanca una especie de conexión con ese pasado que todavía habita en él. Cuando Blanca está a punto de entrar en el portal de su casa el hombre la llama. Lo que parece una conversación anodina entre dos viejos amigos que se reencuentran, terminará llevando al lector hacia otro tiempo que se levantó sobre la mentira, que hace que la vida de Polo no pueda seguir adelante, pues está lastrada por esa mentira.

      Así arranca la tercera novela de Javier Gutiérrez (Madrid, 1974), una hábil construcción de piezas que el lector deberá ir encajando. Una voz narrativa en segunda persona mezclada con la de un narrador impersonal va desgranando unos hechos que tienen como protagonista a Rubén Polo. Esa voz va mostrando al lector la realidad a medias, por lo que tal vez haya quien piense que está ante una novela de misterio. Ciertamente, misterio hay, un misterio terrible, pero no es esta una novela de misterio, sino uno novela psicológica sobre la culpa y la impunidad, un viaje a lo más oscuro y terrible del ser humano. Y todo en menos de ciento cuarenta páginas.

      Tanto por la historia que se narra como por cómo se narra, esta novela merece la pena y no dejará al buen lector indiferente. Es más, me atrevo a decir que el buen lector se sentirá perturbado cuando lea las páginas finales del libro, y más de uno recordará lo que se conoce en algunos ámbitos clínicos y judiciales como violación química. Maldito Rohipnol...