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Leyendo a la sombra

Tarde de teatro

Tarde de teatro

En ocasiones los archipiélagos de la realidad se disuelven en incertidumbre y es necesario replantearse la reconstrucción de lo vivido. La memoria nos trae al presente el pasado, que se clarifica al hilo de los recuerdos; pero a veces ocurre que esos recuerdos son decepcionantes y amargos y no aportan la felicidad, aunque es cierto que traen el conocimiento. Somos lo que fuimos, y recordar es conocer.

Tal vez la lucidez sólo añade dolor, y nos hace ver que nada cambia ni va a mejor. Algunos encontronazos con la realidad son insoportables, pero necesarios. Y nos olvidamos de lo que el físico alemán Werner Heisenberg llamó el principio de indeterminación: la presencia del observador altera los datos del fenómeno observado. De ello podemos deducir que tantos espectadores, tantas visiones de la realidad. Somos sujetos, e imponemos la subjetividad.

El pasado jueves fui al teatro. Fui esta vez por referencias: unas compañeras me habían hablado de esta obra como algo realmente bueno, de esas obras que “no te debes perder”. Lo cierto es que me decidí a ir, y allí que nos plantamos (Teatro Reina Victoria, Carrera de San Jerónimo 24, Madrid).

Madrid estaba insoportablemente vulgar, las aceras llenas de gente, los comercios atiborrados, las luces de Navidad coloreaban las caras de los viandantes que iban de comercio en comercio siendo fieles a la liturgia del consumo que por estas fechas convierte a esta ciudad en un extraño mercado. Las calles —el teatro está en el centro, a unos metros de las Cortes— han perdido toda referencia cultural para quien las pisa. La ciudad se hace anónima y por unos momentos absurda. Los valleinclanescos espejos del callejón del gato protegidos por vidrios de seguridad, la galdosiana taberna La Fontana de Oro es ahora un pub inglés donde se tiran cañas de cerveza negra y se dan los partidos de la liga inglesa... Max Estrella acabaría hoy en cualquier “museo del jamón” o refugiándose en la antigua pastelería de la calle del Pozo (el mejor hojaldre de Madrid), que se conserva prácticamente igual a como la conoció don Benito.

 Estas calles que recorren los que homenajean a Valle-Inclán ahora están imposibles.

El teatro estaba completo. Buen síntoma. Había venido, como dije, por referencias. La obra se había estrenado en el Bellas Artes y ahora ha vuelto a Madrid. Ha sido un éxito rotundo de público, lo cual es decir mucho en los tiempos que corren para el teatro, y sigue llenando todavía. El público heterogéneo, gente joven y no tan joven; no es ese público incondicional que llenaba los estrenos de Buero. La obra, según reza el programa de mano, está escrita por el Actor, la Actriz y el Director, algo bastante inusual.

Pero cuando se apagan las luces y se encienden las candilejas la magia del teatro se adueña del escenario y del espectador. El Actor y la Actriz, complacientes, van ganando terreno, imponiendo su presencia hasta dotar de sentido al escenario. El texto, imperceptiblemente, va cautivando al espectador, que se deja llevar por el discurso. La puesta en escena se convierte en un pretexto para el texto, inteligente, polisémico, lleno de matices. Y el patio de butacas, el teatro todo, va creciendo con la obra. Un espectáculo brillante, conmovedor, pero, sobre todo, inteligente, de esos que hacen público, que levantan el listón. El espectáculo no acaba cuando las luces y los aplausos  se apagan. El texto sigue bullendo en la mente, en la conversación, la evocación, entonces el espectador comprende que ha asistido, cómplice, a un acto de la inteligencia y la sensibilidad, que la obra tiene sentido porque él se lo da, pero a la vez percibe la existencia de otros sentidos. El texto refleja una visión del mundo, filtrada por la visión de los autores, y el espectador se acerca o cree acercarse a esa visión, o tal vez crea y recrea la suya propia a partir de la que el texto ofrece.

Si convenimos que el mensaje literario no tiene una finalidad práctica inmediata, que su naturaleza es estética, y se destina a producir un placer espiritual desinteresado y a la vez tiene una relación con el conocimiento, el espectador de esta obra de teatro entenderá perfectamente que la literatura es la creación de una obra de arte mediante la palabra, y que si todos leyésemos más, viésemos obras como estas y las comentásemos con nuestros amigos, familias..., el mundo sería distinto.

Merecía la pena, realmente. Toda una experiencia.

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Hoy: El diario de Adán y Eva, de Mark Twain. Escrita por Miguel Ángel Solá, Blanca Oteyza y Manuel González Gil.

4 comentarios

El lector a la sombra -

Alejandra, ¡cuánto me alegro! Compartir placeres es muy importante, ¿no crees? Y esta obra es todo un placer, un gustazo, vaya.

Alejandra -

Me encantó. ¡¡Qué historia tan bonita!! como muy bien se expresa aquí, la obra te acompaña en el pensamiento, en el sentimiento.. Hubiera estado llorando un buen rato más. Y reí, uf!, lo que puede reirme entre lágrimas que querían acompañar a Dalmasio en su historia; a veces compadeciéndose, otras disrutando de sus recuerdos y su incondicional amor.. Y ese trasfondo con el que nos quedamos tocados que va más allá de un relato de amor; ese es el que realmente hace que salgas del teatro con otra visión, con otros propósitos.. Tremendamente pensativo y positivo. Toda una familia de Ávila que fueron una tarde de Navidad a Madrid y quedaron impresionados. Nos hubiera gustado felicitar a los 3culpables pero tuvimos que conformarnos con escribir algún comentario en el libro que hay a la puerta del Reina Victoria.
Estoy de acuerdo con la última frase del post: \\\"..si todos leyésemos más, viésemos obras como estas y las comentásemos con nuestros amigos, familias..., el mundo sería distinto.\\\"

Roma -

Me ha encantado este post.

Gatito viejo -

Estoy deseando ver esa obra .Y cuando la vea recordaré tu visión subjetiva de espectador y lo que nos has explicado tan acertadamente .Saludos