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Leyendo a la sombra

Novela, mercado y el nuevo concepto de lector

Para la mayoría de los lectores la lectura de una novela es, sobre todo, una vía de esparcimiento y sus expectativas de distracción se ven cubiertas sobradamente con novelas convencionales que poco o nada aportan a la Literatura. Estas novelas están en la mayor parte de los casos correctamente escritas, sus autores son novelistas con oficio, y conectan fácilmente con la sensibilidad del lector porque le cuentan cuestiones de la realidad social, de las relaciones de pareja, del mundo laboral, etc., que a aquél le llegan a resultar medianamente interesantes, y en las que fácilmente tiende a reconocerse.

Algunas de estas novelas han adquirido o están adquiriendo una cierta relevancia y sus autores una cierta significación, que se deben a factores extraliterarios relacionados con las leyes de la promoción y del mercado. Esto es una clara manifestación del poder de una industria editorial desarrollada en los años noventa, asociada en algunos casos a poderosos grupos de comunicación, y que dictamina qué es bueno y qué debe leerse, con criterios ajenos, en la mayoría de las veces, a esquemas propiamente literarios. Se impone el mercado en detrimento de la literatura, tal y como vienen a evidenciar la promoción mediática de la última novela de Pérez Reverte o los premios Nadal y Planeta de Lucía Etchevarría.

Es cierto que ahora en España se venden más libros que antes y se lee más que antes, y posiblemente se esté editando por encima de la demanda real del mercado. Una visita a la Feria del Libro de Madrid bastaría y sobraría para comprender que es casi imposible que todo lo que se publique sea leído, o que alguien pueda estar al día en narrativa española actual.

Cuestión muy diferente es qué se lee, es decir, la calidad de lo leído. Que tenemos actualmente una gran oferta narrativa es indudable, pero deberíamos preguntarnos por la calidad de lo que se publica. No creo equivocarme mucho si afirmo que la calida de la novela española actual deja mucho que desear. Es esta una apreciación de lector que se empezó a interesar seriamente por la novela española ya en la década de los ochenta y que pocas veces tiene ocasión de leer novelas que reconozca como buenas y que sean capaces de aguantar el juicio de la posteridad, de nutrir la conciencia, de desempeñar una función esencial en la creación de la vida interior, novelas que no nos dejen indiferentes, que perduren en nuestra conciencia de lector días y semanas después de haber sido leídas y que algún día podamos revisitar renovando y aumentando las sensaciones que un principio nos provocaron; novelas, en fin, que tengan la capacidad de nutrir a los lectores, a los verdaderos lectores, como afirmó Susan Sontag en su discurso de los Premios Príncipe de Asturias.
Afirma Nuria Amat que “el desprestigio que, desde el punto de vista de calidad literaria, sufre la novela tiene su origen, en parte, en las leyes devoradoras del mercado y en la banalidad que impregna la cultura de la sociedad moderna. Estas causas han hecho que se considere la novela como el más frívolo de los géneros literarios y que los novelistas seamos vistos y utilizados como marionetas mediáticas. Símbolos o marcas de una realidad social cada vez más ruidosa e impostada, dispuesta a servirse de la novela como trampolín publicitario de sus productos de mercado.” ("La enfermedad de la novela". Diario El País, martes 13 de noviembre de 2001).

Ciertamente, en el mundo de hoy la novela se ha convertido en una esclava de los grandes grupos mediáticos, y sus autores en novelistas que se acaban asimilando a esos grupos como columnistas en sus diarios, asesores de sus editoriales, colaboradores en sus programas de radio y televisión y algunos hasta llegan a convertirse en escritores de novelas que terminarán siendo inevitables guiones cinematográficos. La imagen del escritor rebelde, del enfant terrible, opuesto al sistema, ha pasado a mejor gloria. Ahora los autores se arriman a la sombra protectora de esos grandes grupos de comunicación o se convierten en funcionarios de un Estado generoso con los que se supone que debían militar en la disidencia (1).
Como muestra de esa relación perversa entre novela y grupos mediáticos, no quiero dejar pasar la ocasión de referirme someramente a la vergonzosa salida del crítico Ignacio Echevarría del suplemento Babelia del diario El País por haber criticado duramente la última novela de Bernardo Atxaga, El hijo del acordeonista. La novela apareció en el sello Alfaguara, editorial del grupo Prisa, propietario también de El País, y el director del periódico zanjó la cuestión de manera meridiana censurando al crítico y dejando claro que Atxaga es un autor “blindado” para Prisa. Aunque el asunto circuló ampliamente por Internet, donde aún quedan rastros, remito al lector interesado al reciente libro de Echevarría, donde encontrará cumplida noticia de este asunto y de otros de no menos interés.(2)
La novela actual adolece en demasía de facilidad, y esa facilidad está en relación con el cambio operado en el concepto de lectura y en las exigencias del lector. En este sentido, creo que nos deberíamos hacer dos preguntas: ¿para qué se leen novelas? y ¿para qué sirve la novela? Intentaré dar respuestas simples a preguntas complejas, aun a riesgo de simplificar en exceso.

¿Para qué se leen novelas? Muchos lectores, si no la mayoría, leen novelas para divertirse, porque la literatura y la novela, sobre todo, tienen que ser algo divertido, algo entretenido en sí mismo. Esto es una falacia mercantilista que emparenta lo bueno a lo divertido, y consecuentemente a lo fácil. Supone, más que nada, una actitud ante la lectura: si la novela me gusta, me divierte, merece la pena. Pero el peligro de esta superficialidad es que abona el terreno de lo costumbrista, de lo anecdótico, lo previsible, lo trivial, en detrimento de una lectura del texto narrativo emparentada con el conocimiento, la formación, una lectura que no nos dé tregua, que nos instale en las preguntas, que nos perturbe. Una lectura, en fin, que sea constructora del sentido del texto, una lectura que en cierta manera sea capaz de cambiar la vida del lector.
La relación mercado/literatura ha originado un nuevo tipo de lector, un lector que busca la satisfacción inmediata, casi instantánea, sin excesivas complicaciones, atento a los premios y a los lanzamientos, que consume lo que aparece en los estantes de novedades de las librerías, poco exigente, con escasas pretensiones. Lee, o más bien consume, una novela “fácil”, de recompensa inmediata.
Para matizar el concepto de novela fácil quiero recordar lo que dijo Milan Kundera: me gustan las novelas fáciles de leer pero difíciles de entender. Creo que debemos entender esta idea en la línea que propugna Félix de Azúa (3): la novela es un artefacto artificioso pero no tiene por qué ser complejo, es complejo aquello que requiere un conocimiento de códigos previos a su descifrado, y es sencillo aquello que lleva incorporado su propio código de descifrado, y descubrir y aplicar ese código incorporado es el auténtico reto del lector, ahí radica la dificultad a la que se refiere Kundera.

No estoy propugnando una novela hermética, destinada a especialistas, con claves que hagan de la lectura una reconstrucción poco menos que detectivesca propia de un curso de doctorado. No. Me alineo con Kundera: una novela que sea fácil de leer pero que su desentrañamiento nos haga entrar en diálogo con el texto, un diálogo lleno de posibilidades, que nos lleve a preguntas más que a respuestas.
En cuanto a la segunda pregunta, ¿para qué sirve la novela?, he de reconocer que es lo mismo que si me preguntara por la literatura o por la pintura, por lo que no creo que sea fácil elaborar una respuesta medianamente aceptable. Si creemos que la novela sirve sólo para divertirnos, para distraernos, estaremos concibiendo su lectura como un pasatiempo más, reduciendo el texto a un esquema próximo a otros sistemas de diversión muy atractivos y eficaces y relacionados con la imagen, de entre los que destaca el cine. Y sospecho que en este terreno la novela está perdiendo la partida entre los más jóvenes.

Pero, como dije más arriba, respuestas sencillas a preguntas complejas. Podríamos convenir que la novela sirve para proporcionar un placer de orden intelectual al lector en el transcurso de su lectura y para ayudarle a entender un mundo que no acaba de entender, para ponerle ante sí el reto de la lectura y sentirse coautor de lo narrado, para nutrir el alma, para entender que la ficción es necesaria, para mirar hacia fuera y ver dentro de uno mismo, para leer la vida, para vivir más vidas... para llegar a pensar, en fin, que la novela y, por extensión, la Literatura es algo necesario.

(1) Rafael Chirbes, El novelista perplejo. Edit. Anagrama, Barcelona 2002.
(2) Ignacio Echevarría, Trayecto. Un recorrido crítico por la reciente narrativa española. Edit. Debate, Barcelona 2005.
(3) Félix de Azúa, Lecturas compulsivas. Edit. Anagrama, Barcelona 2003.

4 comentarios

Wendolín Perla -

Hola, qué tal. Es un placer leerte. ¿Existe la posibilidad de entrar en contacto contigo vía correo electrónico? Me atrevo a hacer esta pregunta pues escribo ahora una tesis de maestría que versa sobre la edición independiente y me sentiría honradísima si al respecto pudiera hacerte alguna pregunta. Muchísimas gracias de antemano y, sobre todo, gracias por escribir.

GABRIELA ESTEFANIA -

Quisiera saber hacerca de los 4 tipos de lectores:Esponjas,Relojes de arena,Diamantes de Mongolia, y los Lectores verdaderos..

Apolo -

Yo he llegado aquí a través de la página de Palimp y he encontrado muy interesante el artículo.

Creo que el mito de la Cueva de Platón pulula en las preguntas que has formulado. La mayoría de lectores son felices aunque quizás no por ignorantes, sino por el conformismo con el que se enfrentan a ciertas novelas. Parece obvio que la mayoría de gente no quiere ni precisa pensar, ni engendrar un resquicio de duda que les llegue a plantearse preguntas "por culpa" de la obra o incluso a envolverse con la historia y, como dijo aquél, "la duda es el camino hacia la verdad".

Los retos han pasado a la historia; es más fácil compartir un buen rato leyendo aventuras sobre la búsqueda de un cáliz que no disfrutar de diálogos existencialistas, recursos literarios, simbolismos o palabras que, en definitiva, nos hacen sentir algo en nuestro interior que en ocasiones cambian la forma de ver el mundo.

Consumismo heredado, eso es lo que padecemos.

Palimp -

Coincido contigo en muchas cosas; he puesto un enlace a este artículo en mi mitácora, porque me ha encantado.
Me apunto el libro de Echevarría para ya mismo.