¿Por qué leo?
Porque me gusta aislarme del mundo real y meterme en el universo ficticio del libro, tanto si es de aventuras, como si es de cualquier otra cosa. Me gusta alejarme y ponerme en el lugar de los personajes, y vivir los acontecimientos desde su punto de vista. Eso me hace reflexionar sobre las situaciones en las que te puedes encontrar en la vida. Además, seas quien seas, siempre hay un libro para ti, un libro que nunca olvidarás. En él puedes encontrar desde la solución a tus problemas a una actividad entretenida con la que podrás disfrutar. Pero para eso debes encontrar el libro pues, si no te esfuerzas en buscarlo, es muy improbable que lo encuentres.
Carmen F. 2º de ESO, 13 años.
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Yo leo, la mayoría de las veces, para divertirme y para pasar el tiempo. Muchas veces me lo paso bien leyendo libros que me mandan mis padres, mis abuelos o los que el colegio exige. Pero cuando yo elijo el libro que más me apetece es cuando me lo paso mejor leyendo. También leo libros de un autor determinado que me haya gustado mucho y que tiene otros muchos libros o colecciones de libros. Los libros que más me han gustado son los de la colección de Harry Potter porque me enganchaban mucho y cuando me había leído cincuenta páginas no podía parar hasta terminarlo y después, otro más.
También leo para mejorar la lectura y la ortografía. Por ejemplo, este verano, antes de hacer el examen del cole me leí el cuento de El Saltamontes Verde de Ana María Matute y me ayudo mucho a mejorar la lectura y a retomar lo que había perdido de castellano en Estados Unidos.
Poder leer bien lo valoro mucho porque necestitas leer durante toda la vida y cuando sea mayor y me retire me gustaría saber disfrutar de la lectura y así pasar el tiempo. Con la de libros buenos que hay, seguro que casi todos me gustarán.
Nicolás E. 2º de ESO, 13 años.
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Transcripción literal.
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Hay algo naif en estas dos opiniones y se las traigo aquí porque esta mañana les he pedido a mis alumnos más pequeños que escriban en un folio las razones por las que leen. Cuando terminaron y leyeron algunas de sus opiniones en voz alta les dije que leer les hace mejores, que sigan leyendo, y recordé entonces la columna de Juan José Millás del viernes pasado, Clandestinos. Se la transcribo íntegra:
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Un amigo íntimo me pidió que acudiera el sábado por la noche a su casa para mostrarme algo. Al llegar, abrió la puerta con aire de misterio y me hizo pasar sigilosamente a su cuarto de trabajo. Mientras yo curioseaba entre sus libros, él iba de acá para allá, ofreciéndome té, café, whisky, como si le diera miedo entrar en materia. Tras dejar transcurrir un tiempo prudencial, le pregunté si tenía algún problema. Respondió que no estaba seguro y a continuación, colocando el dedo índice sobre los labios, me arrastró al pasillo, desde donde nos dirigimos con movimientos furtivos al salón, cuya puerta estaba entreabierta. Al asomarme, vi a su hijo, de 18 años, instalado en el sofá, leyendo tranquilamente Madame Bovary.
De vuelta a su estudio, me miró con expresión interrogativa. "¿No te parece alarmante?", preguntó. "¿Preferirías que leyera Ana Karenina?", pregunté a mi vez. "Por Dios", gritó, "es sábado por la noche y tiene 18 años; debería estar tomando cervezas con los amigos". No le dije nada, pero lo cierto es que la imagen del joven, devorando aquella obra clásica, me había perturbado. Quizá no fuera un psicópata, pero tampoco se podía negar que le ocurría algo. Se empieza con rarezas de este tipo, que al principio hacen gracia, y se acaba leyendo a Samuel Beckett. "La lectura es buena", le tranquilicé, "en eso está de acuerdo hasta el Ministerio de Cultura". "La lectura", respondió mi amigo, "es buena cuando tus amigos leen, como pasaba en nuestra época. Ahora es un síntoma jodido. Si al menos le diera por El Código Da Vinci, que no hace daño a nadie...".
Me pidió que hablara con su hijo. "Después de todo", añadió, "lo conoces desde que era un niño y te escuchará mejor que a mí". A los pocos días, me hice el encontradizo con el chaval y entramos en un bar. Hablamos de literatura y me pidió algún consejo para abordar la lectura de los clásicos latinos, que se le resistían. Le recomendé una edición bilingüe de la Eneida y me ofrecí para que la comentáramos juntos. Pagó él y, al despedirnos, me guiñó un ojo, diciéndome: "De todo esto, ni una palabra a mi padre, que está muy preocupado conmigo". Así que llevamos dos semanas leyendo clandestinamente a Virgilio. ¿Adónde vamos a llegar?
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El País, 14/10/2005.
Carmen F. 2º de ESO, 13 años.
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Yo leo, la mayoría de las veces, para divertirme y para pasar el tiempo. Muchas veces me lo paso bien leyendo libros que me mandan mis padres, mis abuelos o los que el colegio exige. Pero cuando yo elijo el libro que más me apetece es cuando me lo paso mejor leyendo. También leo libros de un autor determinado que me haya gustado mucho y que tiene otros muchos libros o colecciones de libros. Los libros que más me han gustado son los de la colección de Harry Potter porque me enganchaban mucho y cuando me había leído cincuenta páginas no podía parar hasta terminarlo y después, otro más.
También leo para mejorar la lectura y la ortografía. Por ejemplo, este verano, antes de hacer el examen del cole me leí el cuento de El Saltamontes Verde de Ana María Matute y me ayudo mucho a mejorar la lectura y a retomar lo que había perdido de castellano en Estados Unidos.
Poder leer bien lo valoro mucho porque necestitas leer durante toda la vida y cuando sea mayor y me retire me gustaría saber disfrutar de la lectura y así pasar el tiempo. Con la de libros buenos que hay, seguro que casi todos me gustarán.
Nicolás E. 2º de ESO, 13 años.
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Transcripción literal.
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Hay algo naif en estas dos opiniones y se las traigo aquí porque esta mañana les he pedido a mis alumnos más pequeños que escriban en un folio las razones por las que leen. Cuando terminaron y leyeron algunas de sus opiniones en voz alta les dije que leer les hace mejores, que sigan leyendo, y recordé entonces la columna de Juan José Millás del viernes pasado, Clandestinos. Se la transcribo íntegra:
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Un amigo íntimo me pidió que acudiera el sábado por la noche a su casa para mostrarme algo. Al llegar, abrió la puerta con aire de misterio y me hizo pasar sigilosamente a su cuarto de trabajo. Mientras yo curioseaba entre sus libros, él iba de acá para allá, ofreciéndome té, café, whisky, como si le diera miedo entrar en materia. Tras dejar transcurrir un tiempo prudencial, le pregunté si tenía algún problema. Respondió que no estaba seguro y a continuación, colocando el dedo índice sobre los labios, me arrastró al pasillo, desde donde nos dirigimos con movimientos furtivos al salón, cuya puerta estaba entreabierta. Al asomarme, vi a su hijo, de 18 años, instalado en el sofá, leyendo tranquilamente Madame Bovary.
De vuelta a su estudio, me miró con expresión interrogativa. "¿No te parece alarmante?", preguntó. "¿Preferirías que leyera Ana Karenina?", pregunté a mi vez. "Por Dios", gritó, "es sábado por la noche y tiene 18 años; debería estar tomando cervezas con los amigos". No le dije nada, pero lo cierto es que la imagen del joven, devorando aquella obra clásica, me había perturbado. Quizá no fuera un psicópata, pero tampoco se podía negar que le ocurría algo. Se empieza con rarezas de este tipo, que al principio hacen gracia, y se acaba leyendo a Samuel Beckett. "La lectura es buena", le tranquilicé, "en eso está de acuerdo hasta el Ministerio de Cultura". "La lectura", respondió mi amigo, "es buena cuando tus amigos leen, como pasaba en nuestra época. Ahora es un síntoma jodido. Si al menos le diera por El Código Da Vinci, que no hace daño a nadie...".
Me pidió que hablara con su hijo. "Después de todo", añadió, "lo conoces desde que era un niño y te escuchará mejor que a mí". A los pocos días, me hice el encontradizo con el chaval y entramos en un bar. Hablamos de literatura y me pidió algún consejo para abordar la lectura de los clásicos latinos, que se le resistían. Le recomendé una edición bilingüe de la Eneida y me ofrecí para que la comentáramos juntos. Pagó él y, al despedirnos, me guiñó un ojo, diciéndome: "De todo esto, ni una palabra a mi padre, que está muy preocupado conmigo". Así que llevamos dos semanas leyendo clandestinamente a Virgilio. ¿Adónde vamos a llegar?
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El País, 14/10/2005.
4 comentarios
Âme Noire -
No todos tienen la suerte de tener padres que nunca les han negado un libro cuando eran pequeños y su sueño, no era ir a comprar videojuegos, sino ir de la mano de tu padre a esa libreria de segunda mano donde siempre conseguías salir con un volumen bajo el brazo...
Sincèrement,
Âme Noire
Meritxellgris -
Un fuerte abrazo.
Gatito viejo -
Portorosa -
Debe de tener una parte muy bonita, la enseñanza; a pesar de los pesares.
Un abrazo.