Ningún libro es tal si no se expone a una mirada
El lector necesita devorar con su vida la objetividad de cualquier libro para que se produzca el efecto literario, haciendo suyo el miedo, el amor, el odio, el desprecio o la alegría. En el capítulo de sus Ensayos que trata “De los libros”, Montaigne confiesa: “Cualquiera que sea la lengua que hablen mis libros, yo les hablo en la mía.” Por eso la escritura está también sometida al hielo, y si se fija en el tiempo una posibilidad de comunicación es a costa de su propia flexibilidad, de abrirse a los ojos de los ausentes para que construyan el ámbito del intercambio con su ideología, con una red distinta de sobrentendidos, donde los viejos saberes necesitan acomodarse a los nuevos matices. Nuestro placer de lectores ante libros antiguos es siempre la consecuencia de una falsificación verdadera. Admiramos aquello que facilita la impertinencia de nuestras propias inquietudes. Del mismo modo que hablamos con egoísmo de valores eternos o universales, al proyectar una determinada concepción del mundo en el tiempo o en el espacio, pensamos que los libros han confiado siempre lo que nos confían a nosotros. Y ese mecanismo permite la vida literaria, la fortuna literaria, pero deforma y ciega la mirada del historiador.
Luis García Montero, El sexto día. Edit. Debate. Barcelona 2000.
3 comentarios
alitadepollo -
Si el escritor vuelca en la escritura su intransferible inspiraciòn y esta llega al las manos adecuadas, seguramente su obra serà interpretada con la misma sensibilidad que la escribiò.
Sin afectar que el lector sea o no un erudito intelectual pero sì un apasionado por la literatura.
Si esto ocurre se producirà la magia, el lector habrà captado el espìritu del autor,sea cual fuere su contenido, aùn si èsta es ficciòn.
angel -
Saludos,
Angel
Gatito viejo -