El ojo que ves
Entre los amasijos de hierro y cascotes se puede percibir aún el olor de los adioses. El polvillo blanco, que paulatinamente se va desvaneciendo en el aire, deja un sabor agrio, mezcla de cemento y goma quemada que desgasta las escasas palabras que se pronuncian sin eco. A lo lejos, tras las bandas de plástico amarillo, las miradas viscosas de los curiosos se enmohecen en segundos. Los charcos de agua oscura reflejan apenas en silencio la grisura del cielo sin pájaros del aeropuerto de Madrid. Los únicos ruidos que el paisaje emite son leves quejas de chasquidos metálicos y cristales astillados, como los últimos estertores de un gigantesco, mineral y doliente organismo, monstruo extenuado, que todavía agoniza en los entresijos del aparcamiento después de una batalla más allá de la línea de la vida, donde el horizonte sin sentido de la muerte adquiere la textura pastosa del dolor. Pero el sentido aflora, en primer término, en ese tótem de los nuevos tiempos sostenido con seguridad y convicción. Queda servido, así, el banal juego de los espejos.
4 comentarios
Francisco Pinzón Bedoya -
Meritxell -
Âme Noire -
Sincèrement,
Âme Noire
el Castor -