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Leyendo a la sombra

Tu quoque

Allí, tumbado en el suelo, mientras se le entra la muerte entre sus manos y su perfil blanquecino apenas deja ver la mueca de sonrisa, lo que va dejando de ser su cuerpo dibuja como un quiebro en la acera de los pares de la Gran Vía. Los que le rodean, ejecutantes rituales de esa coreografía de tubos, inyecciones de adrenalina y cables, no saben que este es el último lance del Bolerito, torero fracasado, aficionado al latín desde sus años mozos en Sevilla y lector de Julio César. Él mismo se quitó la navaja, le dice el policía al médico, que suelta en la acera los guantes que ya no son blancos. Cuando el Bolerito se llevó las manos al costado se acordó de las clases de latín de don Luis, allí, en su Sevilla, y cuando supo que de esta no salía dijo, sonriendo apenas, ¡me has jodido, tío! El conductor de la ambulancia ha apagado los destellos naranjas y enciende un cigarrillo. La muerte vuelve a ser otra vez del color de la noche, pero esto ya no lo sabe el Bolerito.

1 comentario

Francisco Ortiz -

Muy bueno. He descubierto tu blog por un comentario sobre García Hortelano que dejaste en otro y me parece muy interesante.