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Leyendo a la sombra

Animalario

Animalario

    Marco nunca llegó a entender por qué Gregorio no se inmutaba  cuando le llamaban cerdo, burro, borrego, gallina y otros ultrajes por el estilo, sin que siquiera pestañeara. Ocurría con frecuencia, de camino a casa, después de las clases, por los motivos más nimios, el caso era insultarlo. Gregorio se pegaba a la pared y no los miraba, miraba al suelo, y apenas variaba el ritmo de sus pasos, como si llegar antes a casa no constituyera una auténtica necesidad. Cuando los insultos arreciaban, abrazaba su cartera de cuero marrón contra el pecho y parecía que encontraba así un parapeto tras el que guarecerse de lo que le decían los otros chicos. Tal vez aquella fuera la causa de que la lluvia de insultos se recrudeciera sobre Gregorio, que no se inmutaba. O al menos eso pensaba Marco, una de las piezas de aquella maquinaria perfectamente engrasada que funcionaba muchas tardes. No se inmutaba, recordó Marco muchos años después, el día que supo que a uno le llega el momento de hacer juicios morales distanciados de las emociones. Ese día le vinieron a la memoria Gregorio y los otros chicos de la pandilla del colegio, de los que no volvió a saber cuando se fue de la ciudad para emprender lo que él pensaba que sería una nueva vida, lejos de presentir que nunca lo iba a ser. Entonces cobró fuerza la imagen de Gregorio de camino a casa aquel último día de curso de aquel mes de junio de aquel año que no podía precisar. Ninguno se resistió a poner en marcha la maquinaria, acaso en cierta manera intuían que aquella sería la última vez, pues en alguno de ellos parecía asomar débilmente la compasión. Pero contrariamente a lo que sucedía siempre, Gregorio se les encaró cuando escuchó aquel nuevo insulto que vino a engordar la letanía de los habituales. Cucaracha, cucaracha, cucaracha, giraban a su alrededor. Pasó el verano y en septiembre, en los primeros días del nuevo curso nadie echó en falta a Gregorio. Era un buen chaval, tenía mucho aguante. Mira que la teníamos tomada con él, pensó Marco.

3 comentarios

Portorosa -

Estoy justo a la mitad del libro...

Gatito viejo -

Significativo texto, muy apropiado para los tiempos que corren.
Saludos

Portorosa -

Vaya, veo que había sido sólo un parón, que sigue habiendo vida a la sombra. Me alegro.