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Leyendo a la sombra

Cesta de la compra

Tanta gente sola, de Juan Bonilla (Seix Barral). Un excelente libro de cuentos para picar a deshoras. Excelente con cualquier bebida. Los entendidos recomiendan leerlo exclusivamente con café y por la tarde, siempre después de las seis. Por mi parte, puedo decir que he llegado a leerlo al mediodía, antes de comer, con cerveza bien fría y el resultado ha sido excelente. Los cuentos, la mayoría excelentes, arman una suerte de historia próxima a la novela. Es un libro del año 2009, pero no tiene fecha de caducidad, más bien al contrario, diríase que estos pocos años que han pasado sobre él le han venido muy bien.


Ayer no más, la última novela de Andrés Trapiello (Destino). Después de cenar, cuando la noche empieza a meterse en la noche y los niños y ancianos han desaparecido de las calles, es el momento perfecto para sentarse a leer esta novela. Si habéis leído ese libro imprescindible que es Las armas y las letras de este mismo autor, si habéis leído y discutido sobre la famosa ley de la Memoria Histórica promulgada por el gobierno de Zapatero, si os extraña que el Partido Popular no haya condenado el régimen de Franco, si en vuestra casa nunca se ha hablado de la guerra civil, en fin, esta novela os deparará momentos impagables. Escritura fresca, pero ojo: los aromas van aflorando poco a poco y hay que estar atento a ellos, y son muchos los matices. No quiero ser extravagante, pero leer este libro a la una o las dos de la madrugada mientras algunas cadenas de TDT exudan veneno con un descaro inaudito, le reconcilia a uno con la lectura.

 

 Todo a mil, Javier Gomá (Galaxia Gutenberg). Fantásticos tragos cortos de Filosofía. El libro se subtitula “38 microensayos de filosofía mundana”. En la distancia corta el libro se muestra imbatible, ensayos de unas mil palabras que obligan al lector a proponerse cuestiones y enfoques sobre aspectos de la realidad, sobre los que quizá nunca haya reflexionado, y si lo ha hecho, el libro le sugiere nuevas perspectivas. Una muestra: «El modo en que uno se gana la vida y–tan importante como lo primero– la disposición positiva o negativa, de conformidad, rebeldía o resentimiento respecto al deber de ganársela y el medio elegido por cada uno para hacerlo, dentro de las limitadas posibilidades que la sociedad le ofrece, determina esencialmente en el hombre la constitución de su personalidad y de su mundo interior». Con la que está cayendo y la que está por caer, con lo que les tenemos que oír cada día a los políticos que nos gobiernan y a los que se han quedado con las ganas de hacerlo, leer este libro nos humaniza y nos aleja de esos idiotas presuntuosos que ya no saben qué cosa sea la vergüenza, la ética y la dignidad. Un aperitivo fenomenal antes de ponerse delante de un plato poderoso. Cada vez estoy más convencido: la Filosofía tal como aquí se plantea debería ser objeto de estudio en el colegio, y desde una temprana edad.

John Williams, Stoner

John Williams, <em>Stoner</em>

 

 

 

 

John Williams, Stoner. Traducción de Antonio Díaz Fernández. 

Ediciones Baile del Sol. Tenerife, 2012.

 

    ¿Qué hace que nos guste un libro? ¿Qué nos engancha a leer con deleite durante horas? ¿Qué convierte a un texto narrativo en excelente a ojos del lector?

    Después de leer esta novela del escritor estadounidense John Williams (1922-1994), me sigo haciendo las mismas preguntas. Creo sin ninguna duda que esta es una buena novela,  su lectura resulta conmovedora, reconfortante para el lector que busca en un libro la plasmación de una vida, una existencia que como tantas otras discurre por los meandros de la grandeza y la miseria, y todo ello contado de manera tal que avanzas por las páginas como dejándote llevar, de la manera más natural, sin extraños recovecos y artificios, y así, casi sin darte cuenta, llegas a la última página y la novela se termina, pero te deja un regusto, un sabor que sigues paladeando durante un tiempo, como si una especie de eco permaneciera después de cerrar el libro y dejarlo sobre la mesa, al igual que sucede cuando los niños abandonan el parque a última hora de la tarde y sobre los columpios y los paseos queda una especie de pálpito, el eco de un murmullo que parece que se resistiera a abandonar el lugar.

    ¿Qué tiene este libro?, te dices. Y concluyes que no hay nada en él que llame poderosamente la atención. En lo formal, es una narración estrictamente lineal, con un narrador omnisciente en tercera persona, y resulta que en lo que se refiere a lo temático, la cosa es bien simple: la vida de un tal William Stoner, desde el día de su nacimiento hasta el día de su muerte.

    William Stoner nació en 1891, sus padres eran unos pobres granjeros de Missouri. Vive en la granja ayudando en las tareas del campo hasta que después de acabar la secundaria su padre decide que vaya a estudiar a la Facultad de Agricultura de la Universidad de Columbia, Missouri. Una de las asignaturas que todos los estudiantes de la universidad debían cursar era Literatura Inglesa. La asignatura la impartía el profesor Archer Sloane con aparente desdén y apatía, e impactó al joven Stoner de tal manera que toma la decisión de abandonar sus estudios de Agricultura y empieza a estudiar Letras. A la mitad del cuarto año de sus estudios, en una entrevista en el despacho de Sloane este le dice que vislumbra que su destino es ser profesor. Ante la perplejidad de Stoner, que pregunta ingenuamente cómo los sabe, cómo puede estar seguro, Sloane le dice: «Es amor, señor Stoner. Usted está enamorado. Así de sencillo».

    En 1914 Stoner se licencia en Artes por la Universidad de Missouri. Nunca más volvería a la granja salvo por breves periodos en vacaciones.

    El profesor Sloane consigue que Stoner imparta dos clases de inglés inicial para alumnos nuevos mientras empieza a preparar su doctorado.

    A partir de este momento (página 29 de la novela, capítulo 2) la vida gris del profesor Stoner, enmarcada por las dos grandes guerras, en ninguna de las cuales participó pero que lo marcaron profundamente, discurre ante los ojos del lector como un río poderoso. A medida que vamos leyendo, vemos cómo encontró el amor y cómo fracasó en él, cómo algún compañero de la universidad le hace la vida imposible en un intento cruel de destruirlo, cómo se dedica a sus estudios, sus clases y sus alumnos sabiendo que nunca ascenderá en el escalafón universitario aun siendo un intelectual brillante y sensible.

Y el lector atento pronto percibe que este hombre gris no es una persona mediocre, ni mucho menos, sino un hombre virtuoso, un hombre con una integridad que le viene de lejos, de sus orígenes campesinos, con esa dignidad que lo hace diferente a los demás, sobre todo a quienes de ella carecen, como sucede con el profesor Lomax, un auténtico cabronazo de pura cepa.

    Hay momentos en que el lector se subleva ante este carácter, y le gustaría enfrentarse al personaje, agarrarlo por los hombros y decirle: ¡Ya está bien, Stoner! ¡Rebélate y mándalos a todos a la mierda!... Pero la grandeza del personaje radica precisamente ahí, en su resignación y en su humildad, en su actitud ante los zarandeos de la vida.

    Stoner es el relato de la vida anodina y vulgar de un hombre a quien no le sucede nada extraordinario, pero hay algo más que el lector poco a poco va descubriendo, y ahí radica una de las claves de esta novela, asistir a la construcción de un carácter, de una personalidad que hoy en día nos parecería casi imposible. Por otra parte, otra de las claves del texto es el talento del autor a la hora de narrar los acontecimientos desde la perspectiva y la mirada del protagonista de una manera extrañamente sencilla y natural. Los sutiles matices de los distintos personajes se van desgranando poco a poco casi imperceptiblemente, como esa fina lluvia que acaba por empapar la hierba sin que te des cuenta.

    El buen lector sabrá disfrutar de esta novela, merece realmente la pena ser leída. Y me pregunto (una pregunta más) cómo un texto de esta dimensión no ha tenido más presencia entre nosotros. En fin, gracias a la editorial canaria Baile del Sol.

 

Niccolò Ammaniti, Tú y yo

Niccolò Ammaniti, <em>Tú y yo</em>

   

Niccolò Ammaniti, Tú y yo. Traducción de Juan Manuel Salmerón

Edit. Anagrama. Barcelona 2012. 131 páginas, 14,90 €

 

    Sucede a veces que al doblar una de las esquinas de la vida uno se da de bruces con un hecho que le cambia, lo transforma para siempre. Tal vez en ese instante no se es capaz de comprender el alcance de lo que ha ocurrido, acaso se necesita un tiempo para que los efectos se manifiesten y darse cuenta de que algo ha cambiado en uno, de que ya no eres igual al que eras, como si otro yo empezara a asomar la cabeza y te dijera: “¡Eh! Estoy aquí, y he venido para quedarme”.

    No creo que sea fácil contar bien una  de esas historias en  131 páginas, y hacerlo de una manera convincente que no te deje indiferente. Y eso es exactamente lo que ha hecho Niccolò Ammaniti en Tú y yo, su última novela publicada por Anagrama.

    La historia está narrada en primera persona por Lorenzo Cavani, un hombre que está tomando un café y rememora un episodio que le sucedió a los catorce años. En febrero de ese año se inventa una invitación a esquiar con unos amigos del instituto, pero lo que realmente hace es encerrarse en el trastero con su consola de videojuegos y provisiones para pasar solo una semana, lejos de los amigos que no tiene y sus padres, que están muy preocupados por que su hijo sea un chico normal.

    Lorenzo se las promete muy felices en su trastero, amplio, con muebles viejos, cajas de libros y cachivaches de mil clases, encantado de su soledad pero su pequeño mundo al margen se ve de pronto invadido por su hermanastra Olivia, a la que hace años que no ve y apenas recuerda y que se presenta en un lamentable estado  pidiéndole ayuda. Lorenzo intenta seguir en su mundo, en su burbuja, pero poco a poco empieza a surgir una relación entre los dos hermanos y el chico empieza a entender lo que le sucede a Olivia y le hace enfrentarse al mundo real.

    Aunque en un primer momento no sabemos qué le sucede a Olivia, poco a poco lo vamos descubriendo y no hace falta que el narrador vaya más allá.

    Tú y yo es un relato sobre el final de la adolescencia, sobre la soledad, la esperanza y el fracaso. La novela se lee casi sin sentir, como una lectura leve que poco a poco va desvelando sus matices, como sin querer, como esa cucharada que paladeas y poco a poco se adueñan de tu boca los sabores y matices que algún día recordarás.

    La empecé a leer anoche, en la cama. Hacía mucho calor y la ventana abierta me traía apenas el rumor de los escasos paseantes que recorren las calles de la judería de Toledo a la luz de las farolas. Pasos tranquilos y conversaciones en idiomas diferentes al mío.

    Cuando quise darme cuenta, me faltaban apenas diez o doce páginas para terminar la novela. Decidí entonces interrumpir la lectura y dejar el final para el día siguiente. Sí, pensé, es una buena decisión, mañana domingo tengo dos propuestas interesantes: terminar el libro y ver la final olímpica de baloncesto entre España y Estados Unidos.

    Dejé el libro cerrado en la mesilla y me levanté a beber agua. Me asomé a una de las ventanas del comedor desde la que se puede divisar una parte de la ciudad. La luz lechosa de las farolas ilumina las calles vacías, el empedrado del suelo parece diferente. En la oscuridad los muebles de la habitación revelan sus contornos. Me siento a oscuras en la butaca de mi padre. Cierro los ojos y me dejo llevar por los vericuetos de los recuerdos. Por un instante pienso qué recuerdo seré yo algún día en la memoria de mis hijas.

    Vuelvo a la cama y pienso cómo acabará la novela. Creo que a alguno de mis alumnos esta lectura les va a gustar. Tú y yo es un  buen libro, una buena historia bien contada, que pondrá en marcha los reflejos sentimentales del lector. Merece la pena leerla y habrá que estar atentos a este autor.

    Bertolucci ha rodado la versión cinematográfica de esta novela.

    Entrevista al autor en El Cultural del diario El Mundo.


 

Javier Gutiérrez, Un buen chico

Javier Gutiérrez, <em>Un buen chico</em>

Javier Gutiérrez, Un buen chico

Edit. Mondadori. Barcelona 2012. 139 páginas. 15,90 €

 

      Polo camina una tarde de invierno por una céntrica calle de Madrid. Entre la gente con la que se cruza reconoce a Blanca, una antigua amiga a la que hace diez años que no ve, desde que sucedió un terrible y brutal acontecimiento que ocasionó la disolución del grupo de música en el que los dos tocaban con otros compañeros de la universidad. La mujer no lo reconoce y él decide seguir su camino. Pero por un impulso la sigue y empieza a recordar hechos de un pasado que sigue vivo en él, que de alguna manera lo persigue;  y cree reconocer en la visión de Blanca una especie de conexión con ese pasado que todavía habita en él. Cuando Blanca está a punto de entrar en el portal de su casa el hombre la llama. Lo que parece una conversación anodina entre dos viejos amigos que se reencuentran, terminará llevando al lector hacia otro tiempo que se levantó sobre la mentira, que hace que la vida de Polo no pueda seguir adelante, pues está lastrada por esa mentira.

      Así arranca la tercera novela de Javier Gutiérrez (Madrid, 1974), una hábil construcción de piezas que el lector deberá ir encajando. Una voz narrativa en segunda persona mezclada con la de un narrador impersonal va desgranando unos hechos que tienen como protagonista a Rubén Polo. Esa voz va mostrando al lector la realidad a medias, por lo que tal vez haya quien piense que está ante una novela de misterio. Ciertamente, misterio hay, un misterio terrible, pero no es esta una novela de misterio, sino uno novela psicológica sobre la culpa y la impunidad, un viaje a lo más oscuro y terrible del ser humano. Y todo en menos de ciento cuarenta páginas.

      Tanto por la historia que se narra como por cómo se narra, esta novela merece la pena y no dejará al buen lector indiferente. Es más, me atrevo a decir que el buen lector se sentirá perturbado cuando lea las páginas finales del libro, y más de uno recordará lo que se conoce en algunos ámbitos clínicos y judiciales como violación química. Maldito Rohipnol...


Examen (¿de conciencia?)

    Escribo esto en el examen final de la asignatura Lengua castellana y Literatura II, del curso 2º de Bachillerato.

    Veintidós alumnos y alumnas han elegido entre un texto de una conferencia de García Lorca, Las nanas infantiles,  y un texto de Juan Carlos Moreno Cabrera, El nacionalismo lingüístico, y su correspondiente repertorio de preguntas. Es el último examen que harán conmigo y el último también de Bachillerato. Después, la Universidad.

    A algunos de ellos, ahora con dieciocho años, los conozco de cuando tenían trece. Unos críos, que gritaban por las pistas detrás de un balón. Ahora, fuman durante el recreo en el parque de al lado y escriben mensajes en el WhatsApp de manera compulsiva mientras hablan entre ellos.

    Alguno habrá que piense que no va a aprobar la asignatura, los más están haciendo el examen para subir nota, ya han aprobado. Tal vez alguno haya que está aquí a ver qué pasa… En fin, cada cual con sus intereses.

    Y afuera la prima de riesgo marca límites históricos, Grecia se hunde un poco más, y México despide a Carlos Fuentes. Y me pregunto si el mundo de afuera late en este de dentro de alguna manera, si estos chicos y chicas que ahora tienen que escribir sobre la novela realista y naturalista del siglo XIX o sobre el Modernismo y la Generación del 98 habrán pensado en qué es lo que les mueve a los manifestantes del 15M que acuden a la Puerta del Sol, o si conocen a gente a la que los recortes económicos y sociales les hayan supuesto un importante quebranto. Si son conscientes de la merma de derechos que una situación de crisis económica tan grave como esta comporta.

    Y me digo que espero que sí, que estén en este mundo, porque de alguna manera ellos también serán víctimas, y antes o después tendrán que tomar partido, y cuando lo hagan, espero que piensen en los demás. Y actúen en consecuencia.

    Este país se está yendo al garete y sorprendentemente no pasa nada.

(A)brazos

 

 

     Déjame que vaya a brazadas hacia ti, con mis brazos hacia tus brazos en ese remar juntos del abrazo. Y que los cuatro brazos se fundan en ese mar en el que las palabras escritas a trazos en tu espalda te traigan, como olas, otras palabras ya dichas y acaso olvidadas, que ahora vuelven y vuelven renovadas. En ese ir y venir sé tú misma, no otra. Déjame sumergir tus brazos en mi abrazo, y a brazadas y abrazados, cerremos nuestros ojos al espejismo que invariablemente nos devuelve siempre la misma imagen: cuatro brazos que no saben que desean bracear hacia el abrazo.

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David Vann, Sukkwan Island

David Vann, <em>Sukkwan Island</em>

    No es muy dado este lector a conceder excesivo crédito a las primeras novelas, y no porque no sea condescendiente, que lo es sin duda, sino más bien por aquello de que primeras obras fueron siempre primeras obras y, como mucho y en la mayoría de los casos, el texto apunta maneras y poco más.

    Y bien mirado, hay que reconocer que en alguna ocasión se ha dado el caso de que la primera novela de un autor, aquella con la que se lanza a navegar por las procelosas aguas de los mares de la Literatura, ha salido realmente excepcional rayando la condición de obra maestra, lo cual ha debido de suponer más de un quebradero de cabeza para su autor, pues colocar de salida el listón tan alto en esa su primera obra abre el abismo del vértigo a la hora de ponerse con la segunda. En fin, recuerdo ahora Juegos de la edad tardía (1989), de Luis Landero, una verdadera magnífica primera obra.

    En el caso que nos ocupa, sorprende la madurez de Sukkwan Island, del estadounidense de 43 años nacido en Alaska David Vann, obra con la que este autor ha ganado el Premio Médicis 2010 a la mejor novela extranjera editada en Francia y que aquí publica la editorial Alfabia. Confiesa el autor que escribir la novela le ocupó diez años y publicarla doce más. El libro apareció en Estados Unidos con el título de Leyendas del suicidio, título revelador cuando conocemos que el padre del novelista se suicidó cuando este tenía trece años. Sin embargo, la novela pasó sin pena ni gloria y ha tenido que venir a Europa, cambiar el título a sugerencia del editor y triunfar de manera incuestionable.

    Sukkwan Island es una obra breve, 210 páginas, pero intensa, y encierra un artefacto poco corriente: un dentista de mediana edad, James  Edwin Fenn, vende su casa y su consulta y adquiere un terreno con una cabaña de madera en una despoblada isla de Alaska. Convence a su hijo Roy, de trece años, y a su ex mujer y madre del chico, para que los dos se vayan a pasar un año a la isla. Roy vive en California con su madre y su hermana y acepta a regañadientes acompañar a su padre pues este plantea la estancia en la isla como una ruptura con el pasado, una forma de iniciar así una nueva vida en compañía del hijo, de reencontrarse en el marco de una naturaleza inhóspita.

    El hijo acepta porque ve que su padre no quiere afrontar solo la nueva situación y entiende que su afecto puede ayudarlo de alguna manera. Un hidroavión los traslada hasta la isla, y allí, en la inmensa soledad de aquellas tierras, deberán hacer todo con sus propias manos. Pero pronto las cosas se desviarán del rumbo inicialmente previsto, y enseguida veremos las dudas y torpezas del padre, que no sabe construir un almacén, guardar los alimentos o conseguir leña para el fuego.

    Los acontecimientos se van sucediendo y la acción se tensa cada vez más, y Roy quiere irse pero no quiere causar daño a su padre, quien poco a poco empieza a meterse en un callejón sin salida del que no logrará salir indemne. Así, lo que inicialmente planeó como una aventura con tintes adánicos, de regeneración, se está empezando a convertir en una trampa que lo va atrapando cada vez más. Ya nada tiene sentido, todo es un desastre y el lector sabe que algo va a estallar. Hasta que estalla.

    La novela se organiza en dos partes de semejante extensión. La primera de ellas finaliza de manera realmente sorprendente, dejando al lector descolocado y abriendo las expectativas para afrontar la lectura de la segunda. Si en la primera se relatan los acontecimientos vividos por el padre y el hijo en la isla, la segunda es el relato despiadado del derrumbamiento de un individuo que se ha instalado en una zona de sombra en la que cada vez se le hace más difícil vislumbrar la luz de la salida. La oscuridad del túnel en que se encuentra este hombre es un tormento para el que nunca estuvo preparado este ser desnortado y desdichado.

    James Edwin Fenn se siente hundido en el pozo, y ve cómo está arrastrando a su hijo al fondo, sin que este tenga la culpa de ello. Es un fracasado y no sabe reaccionar, nunca lo ha hecho, todo le ha salido mal en la vida porque sólo piensa y ha pensado siempre en sí mismo, ajeno por completo a las consecuencias derivadas de sus actos. El pobre dentista James  Edwin Fenn "no había entendido nada a tiempo".

    La lectura de esta breve novela, en la que según se avanza en ella se va asistiendo a la  construcción paulatina del derrumbamiento psicológico del personaje del padre, arrastra verdaderamente al lector. Este siente toda la hondura del ser interior del padre, conoce su fracaso en la vida y lo va acompañando en ese descenso a los infiernos que inicialmente emprendió como un viaje regenerador. Es ese sinsentido lo que al final dota de sentido al comportamiento del padre.

    Una novela cuya lectura exige del lector comprensión, no compasión. Un reto, sin duda, entre tanto texto inane.

 

Sukkwan Island. David Vann.

Traducción de Daniel Gascón. Ediciones Alfabia. Barcelona, 2010. 210 páginas. 18 euros.


Entrevista al autor en el programa Página 2


 

El autor presenta su libro

 

Recuerda el lector...

    Recuerda el lector en estos días de verano la mirada de su padre y evoca la tertulia de las noches de julio y agosto, allá en el pueblo, en la que el tema de la guerra civil no tardaba en acudir a la memoria y se hacía presente en la conversación. El lector sabe que su padre y su tío Jesús disfrutan hablando de aquellos tiempos, y por ello, junto con sus primos, les hacen entrar al trapo, de modo que los recuerdos y vivencias de los dos hermanos se adueñan de la calurosa noche. El lector echa de menos esa tertulia y medita sobre el tiempo pasado, si fue o no mejor, y concluye sin devanarse demasiado los sesos que no, que ni mejor ni peor, vaya, que simplemente se perdió y ya no volverá. Y antes de que lo tilden de filósofo con recochineo, piensa que las cosas son como son y no hay más cera que la que arde, y que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, y tal. En fin.

    El lector recuerda al padre muerto y piensa si es mejor no pensar, o pensar en no pensar, y estos devaneos le recuerdan a Unamuno (el lector sabe que lo de este señor era pensar-pensar), que en cierta ocasión le dijo a alguien: "extravaga, extravaga, que más vale extravagar que vagar a secas". Y el lector siente que extravaga, que vaga e incluso divaga, y no sabe si acaso no le estará dando un acceso de melancolía o de misantropía, o vaya usted a saber de qué.

    Pero lo cierto es que el lector recuerda al padre recientemente fallecido y se siente un poco más solo. Esto, se dice en algunos momentos, va a ser que me estoy haciendo viejo.  Ay. A saber.

    Y el lector vaga y divaga por los meandros de su memoria y allí se encuentra con su tío Jesús, el hermano de su padre, que está regando el jardín unas veces y otras trabajando la madera en la carpintería. Al lector, de chico, le embelesaba ver a su tío en el taller de carpintería sacar virutas con la garlopa, y a nada que se lo proponga son muchos los recuerdos de su tío Jesús que salen a la luz como esas virutas. También aparece en el divagar un impresionante coche negro con chófer, su tío Benito le dice al niño súbete y vamos a ver las obras del depósito del agua. Y el niño no sale de su asombro en este su primer viaje en coche y no sabe qué le impresiona más, si el coche, el depósito o su tío Benito, y en su ternura infantil el niño cree que este hombre tiene que ser muy importante porque la gente dice que va a traer el agua al pueblo, y cuando el agua salga de un grifo y no del cubo del pozo la tía Mary podrá regar el jardín mejor y se cansará menos, y el lector la ve cojeando por entre los rosales con su mano impedida pegada a la cadera arrastrando la goma que lleva el agua a los parterres con su otra mano. Aquel jardín es muy grande en la memoria del lector y aunque este sabe que la memoria engaña, le da igual. Lo que no le da igual al niño que fue es la calavera que tenía su prima Marigel en la habitación de arriba, donde estudiaba en los veranos. Marigel iba para médica, pero el niño que fue mira con recelo aquello y le da repelús, lo toca y no entiende para qué querrá su prima eso.

    Es lo que tiene el verano…